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“El tiempo es veloz / Tu vida esencial…” canta David Lebón en un clásico del rock argentino desde hace años, pero en mí esos versos se clavaron como un mantra desde la pandemia de COVID-19, que nos encerró de golpe, con miedo, hace cinco años. ¿En qué momento pasó un lustro? ¿Cómo sucedió, si 2020 fue un eterno letargo?
Hay épocas en que los minutos se estiran como un chicle, y otras en que los días se precipitan. En la pandemia tuvimos una suspensión del tiempo y, a la vez, tiempo perdido. En medio de ese limbo, yo —como tantos— me aferré a lo único que me quedaba: mi mirada. Mi cámara. Mi manera de habitar el mundo.
Una madrugada de abril, cuando llevaba cerca de un mes encerrado en mi pequeño apartamento, ocurrió algo que ahora, cinco años después, reconozco como un punto de inflexión personal. Una noche agarré la cámara y empecé a retratarme.

No eran selfies, sino autorretratos deliberados. Quería dejar un testimonio personal de aquellos días. Y, en ese intento de registrar mi rutina, apareció algo más, algo inesperado: se transformó en un juego.


Me cloné. Me inventé. Fui apareciendo en distintas versiones de mí mismo en el mismo encuadre. De pronto no estaba solo: estaba rodeado de mis propios “yoes”. Mis dobles, mis sombras. Los llamé los Mimismos, una pandilla de alter egos con quienes compartir la cuarentena.

Uno leía en el sillón, mientras otro trabajaba en la computadora, otro leía tumbado en el piso, otro se asomaba a la puerta como llegando con cara de sospecha. Unos jugaban dominó o bailaban. Así iban surgiendo, día tras día, los Mimismos. Y cada uno tenía personalidad propia. Me divertía pensando en sus gestos, en sus funciones. Me pasaba el día planeando la escena, corriendo muebles para preparar la escenografía, cambiándome de ropa, creando montajes, riéndome solo mientras construía esas ficciones cotidianas.


Era algo nuevo para mí, que vengo del fotoperiodismo, de atrapar “la realidad tal cual ocurre”, sin maquillajes ni decorados. De repente, estaba fabricando universos ficticios, montando capas de mí mismo en Photoshop, componiendo escenas donde la verdad se había fugado. Pero ahí estaba la paradoja: en esa mentira había una forma de realidad más profunda. Un retrato de mi mente en cuarentena. Era testimonio no de los hechos en sí, sino de las emociones.


Durante unas semanas fui publicando los Mimismos en mis cuentas en redes sociales. Cada entrega iba con un mensaje en tono de humor. Por ejemplo, tres Mimismos con diferentes mascarillas y uno disfrazado con ropa de mi madre. La imagen fue acompañada de este texto:
Tras 26 días de encierro con estos secuaces, nos vemos en la urgencia de salir por avituallamientos. Que Mimismo y Mimismo II no paran de comer y beber. Eso sí, vamos protegidos aunque falta glamour. Siempre juntos pero no revueltos. Respetando la distancia que si no, ya tú sabes, te coge “eso que anda”, como cantan Los Van Van. Si sales, que sea con barbijo, mascarilla, tapaboca o nasobuco (como le dicen en Cuba).
Pd: Madre, sepa disculpar usted el haber usado su ajustador preferido como nasobuco ante esta emergencia.

No tenía otra intención que compartir y mostrar cómo estaba lidiando con ese encierro. Y al hacerlo, me di cuenta de que no estaba tan solo. Los comentarios, los mensajes, las risas compartidas desde el otro lado de la pantalla se convirtieron en una especie de aliento.
Por eso recientemente una de las desopilantes fotos de esta serie fue incluida en el fotolibro Pequeñas anécdotas sobre la cuarentena, del sello editorial Bex Fotografía Latinoamericana. Un grupo de fotógrafos documentamos —cada uno a su manera— esa extraña etapa de la historia.


Hasta el gran poeta cubano Alexis Díaz-Pimienta honró con sus versos a los Mimismos. Así escribió ese artista de la décima y el repentismo sobre una escena de fiesta:
La gozadera de Kalo
Kalo el fumador ahuma
Su casa en tierras extrañas.
Hoy habrá Palmas y Cañas
Y la nostalgia se fuma.
Resta miedos, pero suma
Melancolía sincera.
Se ha puesto la guayabera
Roja que heredó del viejo
Y grita frente al espejo
¡Se formó la gozadera!
Kalo el borracho es feliz.
Bebe ron y eructa versos.
Hace tremendos esfuerzos
Por no olvidar su país.
El ron nutre su raíz.
El ron su tono atempera.
Se ha puesto la guayabera
Blanca que de Cuba trajo
Y se anima… ¡Qué carajo!
¡Se formó la gozadera!
Kalo el guitarrista toca
rock, son y punto guajiro.
Tiene trabado un suspiro
En la punta de la boca.
Él mismo se autoprovoca
Y acaricia la madera.
Se ha puesto la guayabera
Azul que le gusta tanto
Y grita entre canto y canto:
¡Se formó la gozadera!
Kalo el fotógrafo trata
De parecer natural
Pero algo le sale mal,
Esa postura lo mata.
Tiene vocación innata
De fotógrafo, una fiera…
Se ha puesto una guayabera
Que va a tono con su piel.
Y grita a coro con él:
¡Se formó la gozadera!
Kalo y Kalo y Kalo y Kalo,
Enguayaberados todos.
Hablando hasta por los codos
En su propio autorregalo.
Kalo, que fumar es malo.
Kalo, vaya borrachera.
Kalo, vaya gozadera.
Kalo, una fiesta de madre.
¡Qué kalamidad, compadre!
¡Yo ni tengo guayabera!
Pero como todo en la pandemia y en la vida, el impulso tuvo un final. Un día dejé de hacerme esos autorretratos. Había llegado el momento de salir a fotografiar el mundo exterior, cada vez más duro. Y ahí quedaron los Mimismos, como los días de un diario íntimo.


Hace poco, casi por casualidad, apareció en mi computadora la carpeta en la que guardé aquellos montajes. No los había vuelto a ver. Me sorprendí. Me reí. Me emocioné. Esos “yoes” eran yo y no eran. Eran versiones de mi encierro, de mi angustia, de mi necesidad de juego. Y, a la vez, aunque suene raro, de una resistencia.
Porque llenar las horas con imaginación y creación fue un salvavidas psicológico. La pandemia no fue solo un triste evento sanitario o social. También fue una herida en la salud mental. Muchas fueron las víctimas psíquicas, tan golpeadas como aquellos que perdieron familiares, o los médicos que veían morir a decenas de pacientes cada día.

Crear a los Mimismos fue mi terapia. Mi modo de procesar algo que no entendíamos. Y así, en medio del encierro, me abracé y me inventé otros. Para seguir estando.
Han pasado cinco años. El mundo siguió girando. Volvimos a la calle, al contacto, a los abrazos. Pero algo quedó roto. Algo cambió. Esa pandemia nos obligó a mirarnos de otro modo. A preguntarnos qué es lo esencial. A repensar el tiempo. A medir la vida no solo en años, sino en momentos verdaderos. Aunque parezca algo olvidado.