En un rincón de un parque en Buenos Aires, a media mañana, me encuentro rodeado de una treintena de perros que parecen más felices de lo que uno podría imaginar. Corren, saltan y juegan con una energía contagiosa. Cada uno de ellos, sin importar tamaño, edad o raza, parece sumergido en un torbellino de alegría. Entre esta fiesta canina, dos jóvenes, María y Suyay, se mueven con destreza. Disfrutan la escena tanto como los amigos peludos.
Me pregunto cómo logran mantenerse al tanto de todo en medio del jolgorio. Tal vez sea la pasión que les despierta su trabajo, porque en medio de la locura, llaman a cada perro por su nombre, y cada uno acude a ellas. Los acarician y miman con un cariño palpable.
Suyay, que nació en Argentina pero creció en Bolivia, me cuenta que cuando regresó a Buenos Aires, a los 20 años, le fascinaba ver a gente paseando grupos de perros por la ciudad. Aunque siempre amó a los animales, no había tenido uno en casa. “Mi mamá nunca quiso mascotas”, cuenta, “y ahora, al trabajar con perros, me doy cuenta de que eso dejó un vacío en mí”. Hoy es paseadora de perros.
“Es muy importante para un niño tener una mascota, pero a veces los adultos no comprenden o no quieren asumir la responsabilidad que supone”, asegura. “Tener un perro no es ese video romántico de Navidad en el que mamá y papá les regalan un cachorro a sus hijos; es una responsabilidad a largo plazo. Los niños son solo niños, y el deber recae en los adultos”.
Suyay comenzó a pasear perros hace casi una década. “El primer día que me puse el cinturón con las correas de siete perros, sentí una especie de magia”, recuerda con una sonrisa. Desde ese momento, supo que quería dedicarse a esto. Se capacitó con otros paseadores y realizó un curso de adiestramiento en la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Buenos Aires. Aprendió a gestionar el comportamiento de cada perro y a integrar a cada uno en la manada.
María, por otro lado, me habla de su primer perro, Baloo, adoptado antes de la pandemia. Había sido maltratado y era un cachorro asustado cuando llegó a su casa. Decidió adiestrarlo ella misma, y así empezó a estudiar el tema. Tanta fue la fascinación, que dejó su trabajo como profesora de Educación Física para dedicarse a pasear perros. Empezó con Baloo y tres más; ahora maneja dos manadas de más de una decena de canes cada una, de lunes a sábado.
María explica que trabajar con una manada de perros requiere adaptación. “Es fundamental que cada uno se adapte al grupo. Cada uno tiene su propio carácter, y su tipo de paseo ideal puede variar. Algunos disfrutan de paseos en camioneta, donde los recogemos en sus casas y los llevamos al parque para que interactúen. No todos los perros encajan en el mismo grupo; es importante integrarlos correctamente”.
María y Suyay se conocieron en este entorno. Ambas organizan paseos en camioneta por separado, pero su método es similar: pasan por las casas, recogen a los peludos y los llevan al parque para que jueguen y socialicen. Luego los devuelven a sus hogares. El servicio permite que los perros tengan una experiencia de calidad a la vez que están bien cuidados.
Los paseadores de perros a menudo desarrollan vínculos profundos con los animales que cuidan. “A veces, acompañamos a los perros desde cachorros hasta sus últimos días”, me cuenta María. “La pérdida de uno de ellos es profundamente dolorosa. Sentimos un vacío inmenso cuando un perro de nuestra manada parte a una mejor vida; es desgarrador”, confiesa Suyay.
¿Por qué llamar “tutores” a quienes otros llaman “amo”, “propietario”, “dueño”?, les pregunto. “Preferimos el término ‘tutores’ porque subraya su papel en la educación y cuidado del animal”, explica Suyay.
También tocan el problema de la humanización de los perros, muy discutido en estos tiempos. “Humanizar al perro implica —refiere María— tratarlo como si fuera un bebé, imponiéndole comportamientos y expectativas que no corresponden a su naturaleza. En lugar de permitir que el perro resuelva sus problemas y aprenda sus propios mecanismos de comunicación”.
Suyay apunta sobre “celebrar cumpleaños, disfrazar al perro o someterlo a situaciones estresantes con otros perros que no conoce son actos de humanización también. Lo que el can necesita es ser tratado con respeto a su naturaleza, permitiéndole ser él mismo sin imponer expectativas humanas”.
María aprovecha para sumar una voz a la necesaria campaña de adoptar en lugar de comprar: “La sobrepoblación de perros en situación de calle es un problema grave. Si realmente deseas un perro para darle amor, considera adoptar uno que ya está en la calle; ofrécele un hogar”.
La mayor satisfacción para ellas es ver cómo un perro que estaba pasando por un mal momento se transforma en un compañero dócil y feliz. “Ver cómo esa ansiedad se convierte en felicidad es increíble”, dice María.
Finalmente, ambas coinciden en que, más allá del amor, un paseador de perros necesita educación y conocimiento. Debe comprender la comunicación canina y las necesidades de cada animal. “Es un trabajo que requiere formación y experiencia, no solo un interés pasajero” enfatiza María, mientras sigue con la vista la manada.
Pense por un momento que era en Cuba;un buen artículo, sea donde sea, estas noticias de perros bien atendidos dan algo de esperanza y no todo está perdido y que todos los perros no están abandonados.