Una solemne Guardia de Honor, realizada por jóvenes reclutas del servicio militar, custodian el Mausoleo a José Martí en el Cementerio Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba. Cada media hora se hace el cambio de guardia mientras se escucha un vibrante instrumental compuesto por el Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque.
Una llama eterna precede al sendero de mármol delimitado a ambos lados del Mausoleo por 28 monolitos. Estos representan los campamentos insurrectos donde pernoctó el Apóstol hasta su muerte en combate.
Ese camino conduce hasta el panteón hexagonal, de 24 metros de altura, donde seis figuras escultóricas de imponentes Cariátides y en posición hierática están esculpidas en cada una de las esquinas.
Hacia el interior, una escultura blanca de José Martí, tallada en mármol de Carrara y ubicada frente al este, por donde sale el sol, emerge en un segundo nivel, a la altura de un corredor circular.
Abajo, un zócalo de bronce de 51 1/2 cm. de largo, 27.5 cm. de ancho y 31.5 cm. de alto, cubierto por la bandera nacional y escoltado por rosas blancas, guardan las cenizas del Apóstol. Alrededor, están incrustados los escudos de las naciones que integran a América Latina. En la bóveda, durante el día, los rayos de sol iluminan el féretro.
Es la interpretación, a manera de epílogo, de una parte de los Versos sencillos del también Héroe Nacional de la República de Cuba:
“Yo quiero cuando me muera, / sin patria, pero sin amo, tener en mi losa un ramo de flores y una bandera”.
Para que los restos mortales de José Julián Martí Pérez reposaran definitivamente en el mausoleo levantado en su honor, tuvieron que pasar 56 años y cinco entierros.
La historia para llegar a construir su morada final fue tan azarosa como la del peregrinaje post mortem desde aquel instante fatídico del 19 de mayo de 1895 en Dos Ríos, cuando las balas españolas cegaron la vida del cubano más amado.
Tras un primer entierro de Martí en el cementerio de Remanganagua el 20 de mayo, en un caserío cercano al campo de batalla, y una posterior exhumación, el cuerpo fue trasladado a lo largo de casi 150 km hasta Santiago de Cuba. En el camino sufrió vejámenes y robos de sus pertenencias.
En el nicho 134 del camposanto santiaguero, el 27 de mayo de 1895, autoridades colonialistas efectuaron una segunda inhumación.
El primer homenaje criollo a Martí en su tumba llegaría tres años más tarde mediante una lápida de mármol donada por emigrantes cubanos en Jamaica. La placa fue llevada a Cuba y colocada en el nicho por don Emilio Bacardí Moreau, escritor, patriota cubano y uno de los santiagueros más queridos y admirados de la historia de la isla. En la piedra grabada se podía leer: “Martí, los cubanos te bendicen”.
En 1906, de acuerdo a una disposición sanitaria, se demolieron los nichos de la galería sur del cementerio, menos la 134. A su alrededor se construyó un templete de estilo jónico, a cargo de José Boffill.
Antes, para ejecutar la obra, se exhumaron nuevamente los restos del autor de La Edad de Oro que, para su conservación, fueron depositados en una urna metálica.
El nuevo monumento funerario fue inaugurado el 24 de febrero de 1907 con la presencia del hijo del Apóstol, José Francisco Martí, y varios veteranos del ejército mambí. De esta manera los restos del prócer fueron enterrados por tercera vez.
En 1912, un grupo de maestras santiagueras decide crear la asociación “Pro-Martí” para el mantenimiento del templete. Fueron ellas quienes le encargaron al escultor italiano Ugo Luisi un busto de la figura del Maestro para colocarlo sobre una columna localizada a metros del panteón. Dicha obra, esculpida en mármol de Carrara, fue finalmente instalada el 19 de mayo de 1913.
Durante las primeras décadas de la República, hasta ese sitio peregrinaron cubanas y cubanos para dejar flores, rendirle honores y recordar al poeta y patriota en su onomástico y fecha de caída en combate.
Pero tal monumento aún era ínfimo. Fue entonces que, en 1943, impulsado por influyentes integrantes del Club Rotario de Santiago de Cuba, una organización internacional formada por hombres, mayoritariamente del mundo empresarial, crearía el comité “Por una Tumba digna para el Apóstol”.
La iniciativa fue abrazada por buena parte de la sociedad y una franja importante de la intelectualidad de entonces. Un actor clave que influyó con su quehacer en la opinión pública fue el periodista Guido García Inclán.
En la edición del 4 de febrero de 1945 de la revista Bohemia, García Inclán publicó su célebre y encendida “Carta abierta al Congreso de la República”. En la misiva llamaba la atención sobre la importancia y urgencia nacional que revestía el proyecto e instaba al pueblo pero, particularmente a legisladores y políticos, a que hicieran de esta una causa patria.
En ese mismo mes, tras una presentación del senador Elio Fileno de Cárdenas, el Congreso de la República sancionó la ley “Pro Tumba Digna a José Martí”. En esencia, se otorgaron 100.000 pesos para que, por medio de un concurso nacional de proyectos, se construyera un mausoleo.
Se presentaron 18 propuestas y resultó ganador el conjunto monumental funerario de estilo romántico del escultor Mario Santí y el arquitecto Jaime Benavent. En 1947, a propósito del 52 aniversario de la caída en combate de José Martí, se colocó la primera piedra de la magna obra.
Para cometer la construcción, los restos de Martí fueron removidos del templete y enterrados por cuarta vez. En esa oportunidad el lugar destinado fue el “Retablo de los Héroes”, ubicado en el mismo cementerio.
Cinco años después, para junio de 1951, ya el mausoleo estaba listo. El 29 de ese mes, tras una ceremonia solemne, la urna con los restos del Apóstol fueron trasladados al Palacio Provincial de Santiago de Cuba.
Durante dos días la urna estuvo en capilla ardiente, donde disímiles personalidades le rindieron tributos y guardias de honor. Entre ellas estuvieron el entonces presidente de la República Carlos Prío Socarrás; el joven Eduardo Chivás, fundador y líder del Partido Ortodoxo; Juan Marinello, escritor y político; el periodista Guido García Inclán, entre otras notables figuras sociales, intelectuales y políticas.
Al otro día, en cortejo fúnebre, los restos de José Martí atravesaron las principales calles de la ciudad con destino al imponente mausoleo levantado en su honor en Santa Ifigenia. Reseñas de la época han dejado constancia de que el pueblo colmó las calles para acompañar la caravana y de que desde los balcones llovían rosas blancas.
Ese fue el contexto de aquel 30 de junio de 1951, cuando tuvo lugar la quinta y definitiva sepultura en “El mausoleo a José Martí”.
A pocos días del histórico y reivindicativo hecho, en las páginas de la edición del 8 de julio de 1951 de la revista Bohemia, Guido García Inclan, escribió emocionado:
“Nadie debe estar triste y acobardarse —decía el apóstol— mientras haya una sola persona que nos haga justicia; donde la razón campea florece la fe en la armonía del universo”.
Es así como pensaba José Martí, cuyos restos hemos acompañado para darle también sepultura digna y reivindicarlo de aquella indignidad. Un gran hombre debe tener el mausoleo que él mismo concibió cuando dentro de su humildad, y en sus versos sencillos, reclamaba para sí —¡oh maravilloso Martí!— un ramo de flores y una bandera.
Disculpe?, hay un error en su descripción, alrededor de la cripta los escudos representan las seis provincias que existían en Cuba en ese momento, gracias por su escrito sobre tan grande hombre, saludos
Hola! Agradecemos su comentario atento. En efecto, usted se refiere a los escudos de piedra que hay en la parte superior de la cripta, los que están localizados en la parte inferior, que el texto menciona, son los escudos de las naciones de América Latina. Saludos y muchas gracias por leernos!