A menos de 100 kilómetros de Buenos Aires, la capital de Argentina, esa que una célebre canción del rock en castellano bautizó como “la ciudad de la furia”, hay un lugar que contrasta con la gran urbe por su sosiego, entre otros atributos singulares.
Se trata del delta del río Paraná, un conjunto de islas y arroyos laberínticos que se ubica mayormente al suroeste de la provincia de Entre Ríos y al noreste de la provincia de Buenos Aires.
Un delta es un accidente geográfico curvo, que se forma a través de los sedimentos que deposita la corriente de un río en su confluencia con un lago, en el mar o con otro río de mayor caudal.
El nombre para este tipo de desembocadura fue idea del célebre historiador griego Heródoto, luego de que viajara por el famoso delta del río Nilo y encontrara una semejanza en su contorno con la letra griega que lleva el mismo nombre (Δ).
Con una superficie de 14 000 km² y una longitud de 320 km, este delta está formado por las aguas sedimentarias del río Paraná, ubicado en el centro-este de Sudamérica, que confluyen con el río de La Plata, el más ancho del mundo.
Un estudio medioambiental titulado “Análisis del avance del frente del delta del río Paraná” ha revelado que el río acarrea anualmente hasta su desembocadura aproximadamente 160 000 000 toneladas de sedimentos fluviales. En su mayoría, los bancos de sedimentos son una amalgama de arcilla, arena, juncos, ceibos y pajonales, entre otras especies que consolidan los suelos de las islas.
Producto de ser una zona geomorfológicamente joven, el delta del Paraná “continuará avanzando hasta alcanzar y superar, incluso, a la propia ciudad de Buenos Aires”, se detalla en el informe citado. Además, se alerta que eso sucedería al final del presente siglo.
“Esta evolución morfológica causará, progresivamente, impactos significativos sobre los usos de esa zona del río de la Plata, relacionados a la recepción de descargas, provisión de agua para consumo, navegación fluvial y de ultramar, recreación, etc.”, detalla el estudio.
Aunque estas islas se encuentran en el hemisferio sur del continente, hay características que crean un microclima que lo vuelven un paisaje casi tropical: la poca altitud sobre el nivel del mar, los humedales, la tupida selva y la presencia de grandes espejos de agua. Tanto así que por estos lares es común ver especies de climas cálidos como las palmeras.
Las anteriores características y la gran fertilidad de la tierra hicieron que, mucho antes de la conquista española, las comunidades de pueblos indígenas Chaná-Timbú (o como también se les conoce canoeros del litoral) se asentaran cerca de las márgenes de los arroyos. Eran grupos multiculturales, de etnias como la charrúa, la káingang y los guaraníes, con formas de vida y subsistencias similares, basadas en la agricultura, la pesca y la caza.
Fue a finales del siglo XIX e inicios del del XX cuando comenzaron a construirse viviendas y a levantarse barrios en las islas del delta del Paraná, más próximas a grandes metrópolis como Buenos Aires.
No podía ser de otra manera pues, además de las bondades climáticas, por el delta atraviesan algunas de las principales vías fluviales comerciales y estratégicas de Argentina y países limítrofes.
Con la cada vez más frecuente presencia humana y las construcciones de casas y barrios, llegaron las medidas para la conservación de la flora y la fauna en la zona. Fue urgente, entre otros motivos, ante la casi desaparición de especies como el yaguareté.
Este felino, también conocido como tigre americano, tuvo hasta comienzos del siglo XX su hábitat natural en la región. Luego, tras su caza, emigró miles de kilómetros hasta la selva húmeda de Salta y Misiones. Hoy solo quedan las leyendas sobre esos animales en peligro de extinción (se estima que existen apenas 250 ejemplares de yaguaretés), el nombre de Tigre dado a uno de los municipios más visitados por turistas y también a su equipo de fútbol.
Varias son las acciones que se toman para salvaguardar el delta del río Paraná. En el año 2000, una superficie de 10 500 hectáreas, las que conforman las islas del municipio de San Fernando (donde fueron tomadas estas fotos), fue declarada Reserva de Biósfera por la Unesco.
Velar celosamente por la conservación del delta del río Paraná, el quinto más grande del mundo y también uno de los de mayor densidad poblacional, donde la naturaleza es protagonista en toda su expresión y la vida humana y cotidiana es templo apacible y calmo, pocas veces visto, constituye un denominador común entre sus pobladores y los asiduos visitantes.