Desde el estallido social sucedido en Cuba el 11 de julio pasado, donde grupos heterogéneos salieron a las calles a manifestarse con disímiles reclamos, se ha exacerbado, entre propios y extraños, (sobre todo por las redes sociales) un juego de ping pong donde categorías como “pueblo”, “nación” y “cultura” parecerían ser una pelotica en forma de entelequia que pasa de terreno en terreno. Y no lo son.
En medio de todo eso, obligado a hacer “limpieza” en mi saturada casilla de correo electrónico, encuentro un intercambio de mails con el filósofo y profesor cubano Fernando Martínez Heredia (Yaguajay, 21 de enero de 1939-La Habana, 12 de junio de 2017).
Las misivas son de octubre de 2008 y corresponden a un ida y vuelta de correcciones luego de una larga entrevista que, con mi colega Yelanys Hernández Fusté, le hicimos al Premio Nacional de Ciencias Sociales en su casa, en una tarde habanera.
El trabajo intentaba arrojar algunas luces alrededor de los conceptos de “pueblo”, “nación” y “cultura” en Cuba y el desafío de los jóvenes medio siglo después del triunfo de la Revolución de 1959. La entrevista iba a ser publicada en las páginas del diario Juventud Rebelde, donde trabajábamos por entonces mi colega y yo, pero, aunque el texto llegó a estar emplanado y listo para salir en una edición dominical, nunca vio la luz. Fue en 2011, a propósito de la 20 Feria Internacional del Libro en Cuba, dedicada a la figura y obra de Fernando Martínez Heredia, que el propio filósofo incluyó esa entrevista en un libro titulado “A viva voz” y editado en su honor por el sello editorial Ciencias Sociales. Hoy ese libro, como otros de Fernando, apenas se consigue.
Ahora, luego de casi 15 años y en medios de los suscesos recientes de Cuba releo los correos, la entrevista y algunos apuntes al margen que tomé por entonces.
“Tenemos que desarrollar el ideal de vivir y soñar aquí dentro, entre todos”, me respondía en una de esas cartas electrónicas el querido profesor cuando le pedí consejo sobre la participación de los jóvenes en el proceso sociopolítico cubano actual. Antes nos había dejado claro: “no me gusta darles consejos a los jóvenes. Prefiero tener la satisfacción de ver cómo ellos descubren solos lo que deben hacer”.
Siento que Fernando, quien asumía a Cuba como su circunstancia y desde ella escribía, nos interpela desde sus ideas, sus libros y sus incuestionables aportes a las Ciencias Sociales, no solo en Cuba sino en Latinoamérica. Su mirada y su obra son herramientas tan cotidianas como insoslayables para entender la Isla en todos sus tiempos y matices.
De aquella extensa conversación comparto ahora un extracto. Quizás este fragmento pueda ser una de las brújulas en los tiempos que corren en Cuba y sus complejas realidades. Sobre todo nos puede servir para no embarcarnos en discusiones bizantinas, debates estériles, navegaciones por mares extremistas, disputas ilusorias o chocar las naves con los icebergs de la burocracia que tanto pululan en nuestro país:
Fernando, ¿cuáles pueden ser las contradicciones que afectan actualmente el equilibrio entre nación y cultura? ¿Existen causas que limiten el proceso de enriquecimiento de estos dos conceptos? ¿Cómo resolver estas preocupaciones?
En Cuba esa relación es tan profunda, tan abarcadora, que muchas veces cuando se dice cultura a secas se piensa en cultura nacional. Las demás expresiones que califican a la cultura son las que tienen que ponerse apellido; a veces deben incluso explicarse. Esto no es por capricho: el pueblo de Cuba forjó así la relación, porque creó tanto la cultura como la nación cubanas a través de epopeyas muy grandes y de sacrificios enormes. Por eso se suele identificar la cultura y la nación —en otros países no es así—, pero en realidad debemos distinguir entre ambas nociones. Ante todo, lo que llamamos cultura nacional es una fuerza integradora que de una u otra manera incorpora y subordina a una diversidad de formas culturales, pero también elimina o somete a otras formas culturales que no son aceptadas por no ser convenientes para el tipo de cultura nacional que auspicia la clase dominante en la sociedad.
Las naciones en estos dos últimos siglos —y la idea misma de nación— están ligadas al triunfo y desarrollo del capitalismo. Pero ese proceso implicó la expansión mundial del colonialismo, que le ha negado a la mayoría del mundo el derecho a formar sus naciones con autodeterminación de los pueblos, defensa de sus culturas, soberanía y desarrollo propio. Para nosotros [Cuba], nación tiene un nexo principal e indisoluble con liberación nacional. Está clara la complejidad del problema, porque en cada país ha habido, al mismo tiempo, clases dominantes nativas, cómplices y subordinadas del imperialismo pero explotadoras y opresoras ellas mismas.
La nación y las culturas de cada país del llamado “Tercer Mundo” han sido y son campos de batalla entre las diferentes resistencias, las luchas populares, el ser colonizado; pero también por las manipulaciones de las clases dominantes hijas del país y por el poder de los sistemas de dominación del capitalismo mundial, que incluye la guerra cultural mundial en curso.
La extraordinaria diversidad de las culturas y la riqueza y variedad de sus formas —que nos obligan a analizar siempre los casos concretos— han sido afectadas por dos fuerzas centralizadoras más generales: el Estado y el mercado capitalista. En cada caso, se han integrado complejos culturales nacionales sujetos a modificaciones en el curso de su historia, a la vez que van sedimentando acumulaciones culturales que les son específicas. La hegemonía de las clases dominantes —es decir, la capacidad de obtener el consenso de los dominados y no sólo reprimir las resistencias y rebeldías—, es una de las funciones sociales de esos complejos culturales.
La gran Revolución que triunfó en Cuba en 1959 y el proceso que hemos vivido en este último medio siglo lograron unificar al país alrededor de sus logros, sus luchas y su proyecto. El triunfo decisivo de la liberación nacional sólo fue posible porque se dio en un proceso único con la implantación de la justicia social. Es decir, la nación se volvió inseparable del socialismo. Las diversidades de nuestra sociedad parecieron fundirse en los combates y en la obra de la Revolución, y la unidad ha sido desde entonces un valor político e ideológico fundamental. En muchos casos la unificación se plasmó realmente en los gigantescos cambios conseguidos, en otros las diversidades se replegaron o se ocultaron.
En la primera mitad de los años 90 vivimos una crisis económica y de la calidad de vida muy profunda, unida al desprestigio del socialismo a escala mundial. Sus efectos y los de las medidas tomadas para sobrevivir a ella siguen siendo importantes hasta hoy. Un buen número de esos efectos son nocivos, pero otros no. Entre estos últimos está la mejor comprensión de las diversidades que contiene nuestra sociedad, y la convicción creciente de que ellas constituyen una enorme riqueza y una fuerza de la nación y del socialismo, y no son debilidades ni generan desunión, como erróneamente han creído muchos.
Quizás la primera fue la aceptación de la religiosidad y las creencias religiosas. El reconocimiento de la diversidad en las preferencias sexuales y la aparición de comprensiones desde enfoques de género es otro campo de avances. La identificación de las desventajas que afectan a una parte de la población, referidas a su situación dentro de las construcciones sociales que llamamos razas, y la aceptación de la persistencia y cierto crecimiento actual del racismo antinegro, es otro avance de estos años. Está claro que en cuanto a estas y otras diversidades los logros no consisten en que sean cuestiones resueltas, sino en que ya están presentes, tienen legitimidad y sus avances y problemas son objeto de grandes esfuerzos, debates y confrontaciones.
La Revolución se ha fortalecido muchísimo en la medida en que ha reconocido las diversidades de los cubanos y cubanas, y se fortalecerá aún más si sigue con decisión por ese camino. En todo lo que vengo planteando están implicadas numerosas formas culturales, y los conceptos atinentes a la cultura y la nación.
No es este el lugar para argumentar acerca de las cuestiones conceptuales que están implicadas, pero hago al menos un comentario, teniendo en cuenta que por fortuna se ha ido democratizando el uso del lenguaje en estos campos, pero también la falta de precisión intelectual y de definición ideológica que predomina en el uso de esos términos. Les doy ejemplos. Los valores atribuidos a “nuestro pueblo” —que jamás incluyen a los tenidos por negativos— suelen ser citados en abstracto, sin referirlos a conflictos o a grupos sociales, ni a sus modificaciones en diversas épocas, excepto al ilustrarlos con anécdotas patrióticas o edificantes, o con frases de pensadores del país. Cuando escucho la palabra “cubanía” calificando las cosas más disímiles y hasta atribuyéndoles una exclusiva representación, a veces estoy de acuerdo y otras me sonrío por la buena intención del que lo dice o lo escribe, pero en el mejor caso sería discutible.
Lo que no sería discutible, sino peligroso, es convertir esos calificativos en prenda de legitimación. Considerar, por ejemplo, que lo que se entienda expresión de cubanía debe ser lo alentado y auspiciado, y a lo demás no debería dársele espacio, o hasta debía combatirse. Es imprescindible aclarar o discutir abiertamente estas cuestiones, porque en nuestra sociedad una descalificación como la que menciono tiene consecuencias prácticas de exclusión o marginación.
Por otra parte, desde hace unos 15 años han ido aumentando las diferencias en la satisfacción de necesidades básicas y capacidades adquisitivas en el interior de la población cubana. La Revolución produjo tendencias, que están entre sus mayores logros, a la igualación de oportunidades, la valoración de la persona por sus méritos y la movilidad social a partir del esfuerzo en el estudio y en el trabajo. La gran crisis de los 90 y la estrategia seguida hasta hoy han incluido límites y perjuicios en cuanto a aquellos logros. Hoy podemos distinguir grupos sociales a partir de las nuevas realidades.
A pesar del arraigo tan profundo de la cultura nacional, ese proceso estimula diferencias culturales —y en más de un caso las crea— que son erosionantes y contradictorias con la cultura nacional. Como dije antes, lo nacional en Cuba se forjó y se ha desarrollado en el curso de gigantescos esfuerzos, luchas y sacrificios populares en busca de la libertad, la justicia social y la soberanía, contra la esclavitud, el colonialismo, las tiranías, la democracia capitalista y el imperialismo. Décadas de poder revolucionario y popular convirtieron aquellos logros en costumbres y les dieron carta de naturaleza.
Algunas formas culturales que practican determinados grupos sociales más favorecidos niegan —o por lo menos lesionan— el carácter que ha tenido la nación cubana después de 1959. La situación tiene más aristas, y es necesario reconocerla más y mejor, y dedicarle más estudios, divulgación y debates. Al mismo tiempo existen expresiones de alejamiento de lo que con razón consideramos valores nacionales en algunos grupos que no son precisamente privilegiados. Podría explicarse como una reacción, no me atrevo a afirmarlo del todo. Pero no caben dudas de que las dos actitudes y situaciones —y no sólo la segunda— constituyen elementos de disociación de la unidad nacional, que toman distancia del sentido que le atribuimos a la cultura nacional. Cuando retrocede la igualdad de oportunidades se produce un quiebre en las relaciones culturales. Cuando ganan terreno la conservatización de la vida y el gusto “de Miami”, se produce un quiebre entre cultura y nación.
A nadie se le ocurriría decir que la corrupción forma parte de la cultura nacional. Analicemos entonces la corrupción, y mirémosla en relación con diferentes grupos sociales. Es obvio que numerosas personas y familias incluyen entre sus actividades algunas que resultan no legales, como parte de sus estrategias para resolver sus necesidades y anhelos, a la altura de las expectativas creadas por una Revolución maravillosa que transformó las capacidades de las personas en el curso de una sola generación. Otras conductas son verdaderamente delincuenciales, sea la comisión abierta de delitos por elementos que calificamos de antisociales, sean los delitos que cometen individuos por su afán de lucro, valiéndose de los lugares que ocupan en la producción de bienes y servicios y la administración pública.
Las graves deficiencias que tienen nuestros medios de comunicación social para cumplir sus funciones se expresan en los temas que estamos tratando, tanto en las informaciones como en la formación de opinión pública. Eso disminuye, y a veces impide, el papel positivo que podrían desempeñar en el enfrentamiento a nuestros problemas.