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Silvio salió exactamente a las 7 de la tarde, a la hora pactada. Esa puntualidad, tan rara en Cuba, fue el primer gesto de la noche. Vestía a lo Silvio: jeans, un pulóver azul oscuro con una pequeña bandera cubana bordada del lado izquierdo —ahí donde late el corazón— y una gorra negra con la palabra “Aprendiz”. Apareció con una de sus dos compañeras inseparables: la cámara de fotos (la guitarra ya lo esperaba en el escenario).
El público estalló. No lo recibió: lo nombró con ovaciones, aplausos y gritos que se multiplicaron en la escalinata de la Universidad de La Habana. Silvio saludó, dibujó una sonrisa cómplice con la mano, levantó la cámara y disparó una foto de esa marea humana que lo esperaba. Después, abrazó la guitarra y comenzó el viaje.

El clima parecía ponerse de acuerdo. Tras días de lluvias intensas que nos habían hecho temer por el concierto, a esa hora se despejaba. Colores anaranjados pintaban el horizonte por donde queda el mar, en el malecón. Era la primera vez en días que se dejaba ver el sol de esa manera, como una acuarela cálida que bendecía la cita.
Los primeros acordes evocaron a José Martí: “Hay un cúmulo de verdades esenciales que caben en el ala de un colibrí, y son, sin embargo, la clave de la paz pública, la elevación espiritual y la grandeza patria”, leyó el trovador. Palabras del texto “Maestros ambulantes“, el mismo de donde Silvio extrajo la inspiración para “Ala de colibrí”.
Con esa canción abrió el concierto. Y no fue casual: es un tema que abraza lo diverso, lo roto, lo que resiste. Una metáfora exacta para la Cuba de hoy, aunque se trate de un tema de hace veinte años.
Después de ese inicio me lancé a la multitud. Quería tomar fotos desde abajo, sentir el concierto desde la piel de la gente. Lo que vi fue una marea plural: veinteañeros que cantaban de memoria canciones de cuando ni habían nacido, cuarentones como yo que mamamos la poesía de la Nueva Trova gracias a nuestros padres, y sesentones que escucharon esas canciones cuando recién se estrenaban.
Tres generaciones enlazadas por los mismos versos. Hace mucho que no vemos eso en Cuba.
A mi alrededor había besos, abrazos, lágrimas y aplausos. Todo espontáneo y autoconvocado. En medio de ese tumulto, escuché a Silvio dedicar el concierto a “Pepín, el obrero”. Así se hacía llamar José Antonio Medina, ese personaje entrañable, fotógrafo y jefe de escena, narrador de mil anécdotas, generoso hasta el final, que murió en 2024. Su foto apareció risueña en la pantalla. Un homenaje justo a uno de esos invisibles imprescindibles.
El repertorio fue un viaje a través de décadas: después de “Ala de colibrí” llegaron “América”, “Sueño con serpientes”, “Virgen de Occidente”, “Viene la cosa”, “Para no botar el sofá”, “Nuestro después”, “La bondad y su reverso”, “Casiopea” y “Tonada del albedrío”.
Vale detenerse en la banda que acompaña al trovador. El virtuosismo es notable: Emilio Vega en vibráfono, Jorge Aragón en piano, Niurka González en flauta y clarinete, Jorge Reyes en contrabajo, Rachid López en guitarra, Maykel Elizarde en tres, Oliver Valdés en batería y Malva Rodríguez en segundas voces y piano. No son acompañantes, sino cómplices. Ya detallaremos sobre cada uno de estos músicos en próximas entregas a lo largo de esta gira con Silvio, a la que estaremos dando cobertura en OnCuba.
Mientras escuchaba las canciones de esta primera parte, me preguntaba cómo es posible que después de tantos años Silvio siga escribiendo canciones que tocan fibras profundas y reflejen tanto el sentir colectivo.
Creo que la clave está en que no vive en una burbuja. Sufre los mismos cortes de luz y agua, las mismas migraciones de amigos y seres queridos que cualquiera en Cuba. Su realidad no es lejana a la de la gente. Y, más allá de lo cotidiano, sus canciones hablan de lo universal, de lo que todas las generaciones enfrentan.
En esa primera parte del concierto confirmé una intuición: así como “Ojalá”, “La era” o “Historia de las sillas” fueron los himnos de otras generaciones, hoy “Para no botar el sofá” se está convirtiendo en un nuevo clásico de los jóvenes cubanos.
Lo comprobé cuando escuché cómo estallaban las ovaciones en los versos más críticos, mientras, a pocos metros, estaban el presidente del país, ministros y funcionarios. Versos directos que corrían libres entre gobernantes y gobernados.
Qué feos se ven los cuadrados
queriendo imponer su patrón,
en nombre de lo inmaculado
y de una sagrada razón.
Sofismas, le llaman algunos;
paquetes decimos acá.
Y yo, que no creo en ninguno,
les veo botar el sofá.
“Silencio, porque llega el lobo
y te devora;
el enemigo acecha todo
y a toda hora.”
Y mientras se imaginan majos
de la conciencia,
la realidad es un relajo
de ineficiencia.
La juventud se fuga en masa
y ellos se alteran
porque una boca no es de raza
o de su acera.
Y, como el conyugue burlado,
una mañana
tiran lo menos complicado
por la ventana.
Qué poco favor a las luces,
qué inútil y amargo disfraz,
mientras lo prohibido seduce
sin tener que usar antifaz.
No quiero el abrazo con horma
ni el beso como obligación,
no quiero que vicios y dogmas
dispongan en mi corazón.
Los vi truncar publicaciones
inteligentes
y descalificar canciones
por diferentes.
Los vi cebando las hogueras
de la homofobia,
en nombre de falsas banderas
y tristes glorias.
Los vi, confiados y seguros
lanzando dardos,
aparentando jugar duro
pero a resguardo.
Los vi, y no es que lo quisiera
o lo buscara;
los vi en el parto de una era
que se alargaba.
Para pronunciar el nosotros,
para completar la unidad,
habrá que contar con el otro
las luces y la oscuridad.
Es grande el camino que falta
y mucho lo por corregir.
La vara, cada vez más alta,
invita a volar y a seguir.
Hubo un instante de profunda emoción cuando Silvio recordó a tres hermanos de la Nueva Trova que ya no están. Cantó “Créeme” de Vicente Feliú, “Te perdono” de Noel Nicola y “Yolanda” de Pablo Milanés.
El público lo acompañó con voz quebrada. No fue solo homenaje: fue traerlos de vuelta, aunque fuera por esos minutos.
Otro momento sentido llegó con la poesía. Silvio recitó “Halt!”, de Luis Rogelio “Wichy” Nogueras, para solidarizarse con Palestina. Su hija Malva le cubrió los hombros con una kufiya mientras los versos retumbaban:
Recorro el camino que recorrieron cuatro millones de espectros.
Bajo mis botas, en la mustia, helada tarde de otoño
cruje dolorosamente la grava.
Es Auschwitz, la fábrica de horror
que la locura humana erigió
a la gloria de la muerte.
Es Auschwitz, estigma en el rostro sufrido de nuestra época.
Y ante los edificios desiertos,
ante las cercas electrificadas,
ante los galpones que guardan toneladas de cabellera humana,
ante la herrumbrosa puerta del horno donde fueron incinerados
padres de otros hijos,
amigos de amigos desconocidos,
esposas, hermanos,
niños que, en el último instante,
envejecieron millones de años,
pienso en ustedes, judíos de Jerusalén y Jericó,
pienso en ustedes, hombres de la tierra de Sión,
que estupefactos, desnudos, ateridos
cantaron la hatikvah en las cámaras de gas;
pienso en ustedes y en vuestro largo y doloroso camino
desde las colinas de Judea
hasta los campos de concentración del III Reich.
Pienso en ustedes
y no acierto a comprender
cómo
olvidaron tan pronto
el vaho del infierno.
En la escalinata, bajo el cielo habanero, esas palabras fueron un aldabonazo.
El repertorio siguió con “Más porvenir”, “Eva”, “Escaramujo” y “Quién fuera”. Después llegaron “La era está pariendo un corazón”, “Ángel para un final” y los bises: “El necio”, una guaracha inédita titulada “Cualquiera que nace en Cuba”, que puso a todos a bailar, la imprescindible “Ojalá” y, como broche, “Venga la esperanza”.
Hubo también sorpresas en el medio del concierto. El público no dejaba de pedir canciones como quien tiene una carta interminable de ofertas y Silvio, sonriendo, se apartó un instante del plan inicial de la veintena de canciones elegidas. Entonces sonaron los acordes de “La maza”, y el concierto tuvo otro de esos momentos mágicos.
Cualquiera que nace en Cuba
puede llamarse cubano,
aunque le guste la uva
más que el plátano manzano.
Cubano del escabeche
y cubano del lechón.
Cubano como la leche
y cubano de carbón.
Cubano que no adivina,
cubano de lucidez.
Cubano de dama china
y cubano de ajedrez.
Cubano con su cubana
y cubano transexual.
Cubano de Centro Habana
y cubano provincial.
Cubano de serenata,
cubano de echar un pie.
Cubano de dar la lata
y cubano de dar fe.
Cubano falsificado
y cubano original.
Cubano insubordinado
y cubano editorial.
Cubano de La Marina,
cubano del Malecón.
Cubano de las sardinas
y cubano tiburón.

“Los que están lejos se sienten cerca”, dijo Silvio antes de despedirse dirigiéndose a quienes estaban en lo alto de la colina, cerca del Alma Máter y el rectorado. También iba para muchos que no pudieron estar en la escalinata, para quienes ni siquiera estaban en Cuba y siguieron en concierto desde transmisiones en vivo hechas con los celulares en alto. La metáfora se hizo realidad.

Este fue el quinto concierto de Silvio en la escalinata de la Universidad de La Habana. El primero, junto a Pablo Milanés en 1984, reunió a más de 40 mil personas y fue transmitido por televisión.
Luego volvió en 1985 con Afrocuba y Santiago Feliú. En 1997, durante el Festival Mundial de la Juventud, compartió escenario con Sara González, Amaury Pérez y Vicente Feliú, entre otros. La cuarta vez fue hace veinte años, en una gira por la naturaleza, bajo un aguacero que no lo detuvo.
Ahora regresaba para inaugurar una nueva aventura: la gira latinoamericana que lo llevará a Chile, Argentina, Uruguay, Perú y Colombia. Doce conciertos en cinco países que se agotaron en horas. Las presentaciones promenten ser todo un fenómeno en el Cono Sur.
Lo vivido en la escalinata durante el concierto de Silvio y sus compañeros de oficio fue una verdadera cura colectiva para el alma. Cuba atraviesa tiempos muy difíciles: crisis, emigración, desesperanza.
Sin embargo, la noche del 19 de septiembre quedará grabada como un bálsamo en la memoria de quienes estuvimos allí y de aquellos que, desde diversas latitudes, también suspiraron.
Seguimos la gira. Próxima estación: Santiago de Chile.
