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Las emociones se suceden concierto a concierto. Cuando crees que ya estás curtido, que después de tantas noches frente al trovador las lágrimas costarán más, de pronto, ahí aparecen. Así sucedió en la escala uruguaya de la gira suramericana de Silvio Rodríguez. Los dos conciertos en el Antel Arena —viernes y sábado, con localidades agotadas desde hace meses— tuvieron su propia dosis de suspiros, lágrimas, abrazos y vítores.
“¡Vamo’ arriba!”, gritaba una y otra vez la multitud. Esa frase, tan típica de estas tierras, convertida en abrazo colectivo, fue el hilo invisible de dos noches que recordaron por qué la canción —cuando nace del alma— sigue siendo un territorio de resistencia y ternura.
A trece años de su última visita —aquella noche ventosa en la Tribuna Olímpica del Estadio Centenario—, Silvio volvió a cantar en Uruguay. Restablecido de la disfonía que lo había afectado días antes en Buenos Aires, producto de un cuadro gripal, retomó aquí su gira “Quería saber”, que recorre cinco países de Sudamérica: Chile, Argentina, Uruguay, Perú y Colombia.
“Pocas veces una doble fecha se agota tan rápido en Montevideo”, comentó uno de los organizadores locales. “Mucho menos tratándose de un recital donde, casi exclusivamente, se asiste a escuchar a un cantante con su banda”, añadió, todavía asombrado.
El público sabía que no habría pantallas laterales, y el aviso de entrada lo advertía: “Será un concierto para entregarse al arte de la música a través de la canción”. Y así fue. Un encuentro sin artificios, donde la música y la palabra bastaron para sostener el universo entero de un artista que ha hecho del verso una manera de mirar el mundo.
El viernes fue particularmente movido en Montevideo. De pura casualidad coincidieron en la ciudad —tocando a la misma hora— dos figuras de mundos muy distintos, pero igualmente queridas por el público uruguayo: el trovador cubano y el legendario músico británico Rod Stewart.
Mientras Silvio llenaba el Antel Arena con su guitarra y sus metáforas, Stewart hacía vibrar el Estadio Centenario con su gira de despedida “One Last Time”.
Una perla que da cuenta de la escala familiar de Uruguay: ambos artistas y sus músicos compartieron el mismo hotel.
Y como si hiciera falta un poco de chispa para alimentar el anecdotario, también hubo cruce de afinidades políticas y musicales. Mientras el expresidente Luis Lacalle Pou y su pareja, la abogada Lorena Bove, asistían al show del astro británico, el actual mandatario Yamandú Orsi y Lucía Topolansky eligieron la poesía y las canciones de Silvio. Dos públicos distintos, dos estilos, una misma noche de música y emoción en la capital uruguaya.
El vínculo entre Silvio y Uruguay es largo y entrañable. Cuatro décadas atrás, su música ya acompañaba los sueños y las luchas de este país. En 1985 pisó por primera vez suelo uruguayo junto a Pablo Milanés. Llegaron para participar en los festejos por el retorno de la democracia, aquel 1º de marzo de 1985. Desde entonces, su obra quedó asociada a la esperanza y la reconstrucción, como banda sonora de la resistencia a la dictadura.
Pero la relación comenzó incluso antes, cuando los que serían luego fundadores de la Nueva Trova Cubana y la Nueva Canción del Río de la Plata se encontraron en La Habana durante el Primer Encuentro de la Canción Protesta, en 1967.
Allí, Haydée Santamaría y Casa de las Américas recibieron a Zitarrosa, Viglietti, Los Olimareños, Aníbal Sampayo y tantos otros. De esa raíz brotaron lazos culturales y afectivos que hoy siguen vivos.
Cada acorde de Silvio en Montevideo fue también un eco de aquella historia común: la de quienes creyeron que cantar era otra forma de luchar.
Y así se vivieron estos dos conciertos. Durante más de dos horas, el trovador ofreció un recorrido que cruzó épocas y emociones: del presente al pasado, del susurro a la ovación. “Ala de colibrí”, “Sueño con serpientes”, “Virgen de Occidente”, “La bondad y su reverso”, “Casiopea” y “Tonada del albedrío” convivieron con “Quién fuera”, “Ángel para un final”, “El necio” y “Ojalá”.
No faltaron “Créeme”, de Vicente Feliú, en dúo con Malva; “Te perdono”, de Noel Nicola, con Niurka en flauta; y “Yolanda”, de Pablo Milanés como cierre de un bloque que fue puro homenaje y gratitud hacia sus hermanos de generación.
En la segunda noche, Silvio modificó ligeramente el orden y sorprendió con una versión temprana, a guitarra limpia, de “Historia de la silla”. Apenas pulsó los primeros acordes, el micro estadio estalló en aplausos.
En ambas funciones, la palabra tuvo tanto peso como la música. Silvio recitó el poema “Halt!”, de su hermano de vida, el poeta Luis Rogelio Nogueras.

En otro momento evocó a “vuestro Pepe, nuestro Pepe”, como llamó a José Mujica: “Un hombre que, a pesar de lo que sufrió —y lo que le hicieron—, no quiso pasarle cuentas a nadie. Un hombre sorprendente desde el punto de vista humano”. Antes de interpretar “Más porvenir”, recordó que la escribió pensando en él y en Lucía Topolansky. La ovación fue inmediata y prolongada.
El sábado, durante la segunda función, Lucía estuvo entre el público, en primera fila. La acompañaban el presidente uruguayo Yamandú Orsi y el músico Rubén Rada. Su ingreso al recinto fue recibido con calidez y aplausos.
En el cierre, los tres se acercaron al camerino de Silvio. Hubo abrazos, risas y hasta bromas: Orsi, luciendo un pulóver con el logo de la gira, le dijo al trovador que pensaba seguirlo “por los próximos conciertos”. Lucía, emocionada, agradeció la canción y le susurró: “Pepe estaría feliz”.

Los conciertos de Silvio son, en esencia, encuentros humanos. No hay artificio posible cuando miles de personas callan para escuchar una canción, o cuando una voz solitaria se eleva sobre el murmullo de la multitud para gritar: “¡Gracias, hermano!”.
A veces, otra garganta le da un matiz humorístico: “¡Silvio, mi mamá te ama!”. Desde el fondo, alguien responde: “¡La mía también!”. Y otra más. El trovador sonríe detrás del micrófono, cómplice de ese diálogo afectuoso que solo ocurre en noches donde la emoción desborda los límites del escenario.
La prensa uruguaya coincidió en destacar la comunión entre artista y público. Uno de los cronistas resumió la experiencia con precisión:
“La emoción palpable en algunos momentos del show dejó claro lo que ya se sabe: Rodríguez es de los grandes compositores contemporáneos, con un fondo de canciones inagotable y un cariño enorme de parte de su público. Así, es fácil, a pesar de las canciones que nos quedamos esperando, terminar ganando el corazón de la gente”.
La atmósfera en el Antel Arena fue un espejo de esa afirmación. A ratos íntima, a ratos épica. El cierre de ambas noches fue una síntesis de su camino. “El necio” sonó con la fuerza de un manifiesto; “Ojalá”, con la dulzura de lo eterno; y “Venga la esperanza”, con el eco de todos los que siguen soñando.
El público se retiró lentamente, algunos aún tarareando. Afuera, la ciudad de Montevideo parecía haber quedado suspendida en una emoción compartida.
Con estos conciertos, Silvio selló su reencuentro con Uruguay. Pero más que un regreso, fue una continuidad: la confirmación de un lazo que no se rompe.
“Hoy me propongo fundar un partido de sueños”, había cantado al inicio. Y, en efecto, cada noche fue eso: una asamblea de soñadores que todavía creen en la fuerza transformadora de una canción.

El trovador cubano deja atrás dos noches imborrables y retoma la ruta. Tras haber cumplido siete conciertos en distintos países de la región, regresa ahora a la Argentina, donde el 21 de octubre ofrecerá su tercer recital. Luego, la gira continuará por Lima y Colombia para cerrar un recorrido que ha sido mucho más que una serie de conciertos: una travesía emocional por el mapa de América Latina.
Silvio Rodríguez volvió a Uruguay y lo hizo para recordarnos que la emoción no es un accidente, sino un destino.