Pocas sensaciones más inusitadas que la de encontrar fotografías por azar, que no buscabas y mucho menos recordabas que existían. Entre viejos negativos (mis primeros fotogramas tomados hace más de 15 años cuando comenzaba a bregar por la fotografía) hallé las instantáneas que encabezan este texto y las cuales solo había revelado pero nunca impreso.
La grata sorpresa es una serie de fotos analógicas tomadas a nuestra inmensa trovadora Teresita Fernández.
Las fotos las tiré en el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, en una tarde noche de algún concierto de A guitarra limpia.
Cobijada por las yagrumas de ese patio maravilloso está Teresita sentada y haciendo de las suyas. La rodean varios trovadores que la escuchan expectantes y conscientes de estar asistiendo a uno de los momentos más trascendentales de sus lozanas vidas.
No es para menos pues la obra y sensibilidad única de Teresita, su capacidad de tomar de lo sencillo y lo sublime para crear canciones, la convirtieron en nuestra cantora mayor, como la definió Marta Valdés, otra imprescindible referencia de la canción cubana.
“La obra de nuestra cantora mayor abarca –escribió en una ocasión Marta sobre Teresita–, a partir de una misma excelencia en el texto y mediante un lenguaje musical signado por la transparencia, además de esa vertiente que conocemos como canción infantil (y que yo preferiría acuñar como canción para infantes de cualquier edad) una frondosa obra que se inspira en la patria, en la naturaleza, en el amor, en la grandeza y la virtud que han alcanzado algunos mortales. Pero es preciso hacer énfasis en dos empeños que figuran como sólidos pilares en el conjunto de su obra: los trabajos de musicalización de las Rondas, de Gabriela Mistral así como del Ismaelillo, de José Martí”.
Una tarde, sin presentarme ni anunciarme toqué el timbre de la casa de Teresita junto a unas amigas. Nos abrió e invitó a pasar sin cuestionar quiénes éramos. Dar, sin preguntar, era su costumbre. Y como también era su filosofía de vida la trovadora nos abrió su vida y mostró su alma. Conversamos mucho, incluso de los mismos temas, varias veces. Nos repitió las mismas anécdotas. Mas, siempre en su relato, revelaba algo nuevo.
Luego de varias visitas y largas horas de charlas caímos con luces, cámaras y un largo cuestionario para dejar grabada toda aquella humildad que habitaba en su persona y entorno. Pero ella rompía todos los moldes y guiones. Así que comenzamos por donde ella quiso: su relación con el tabaco y que define muy bien quién era Teresita.
“Yo nunca había fumado nada. Ni tabaco ni cigarro. Hasta que me papá, ya viejito, de 98 años y en un asilo, me pedía que le llevara tabaco cuando lo iba a visitar. Entonces mientras estaba con él me hacia prender un tabaco y fumarlo. Entre el humo y el aroma conversábamos y jugábamos mucho. Claro, después entendí que como el tabaco tarda tanto en consumirse todo ese tiempo yo lo estaba acompañando. Cuando mi papá murió lo enterraron en el panteón de Los caballeros de Colón. Cuando fui a la exhumación vi que la tumba de mi padre tenía filtraciones. Sus restos eran puro fanguito. Ay, eso que estaba ahí no era mi papá. Él y mi mamá fueron muy buenos. Así que prendí un tabaco y le ofrendé el humo como incienso y limpieza. Y aunque fumar daña la salud y a mi me ven muchos niños y jóvenes de varias generaciones que han crecido con mis canciones, la verdad es que el tabaco me ha traído muy buenos recuerdos y me ha acompañado en la soledad”, contó Teresita envuelta en una nube de humo.
Ahora, frente a estas fotos encontradas (y otras ya conocidas y en colores que le pude tomar varias veces en su casa a Teresita y que complementan esta remembranza), delante de este rectángulo de papel en tonos de grises, se colorea una parte importante de mi memoria emocional.
También se agolpan muchos de mis recuerdos y los de millones de cubanas y cubanos que le debemos a Teresita y sus canciones haber crecido, sonreído y fantaseado con un gato (Yo le puse Vinagrito,/ por estar feo y flaquito,/ pero tanto lo cuidé/ que parece Vinagrito,/ un gatico de papel,/ miau, miau, miau, miau,/ con cascabel.); sentir la música del aleteo de un zunzún (Voy a contar, mi niño, una canción, mi amor, de un pajarito,/ es el zunzún, mi niño, es el zunzún mi amor, el zunzuncito.); bailar con la lluvia (Tin, tin… la lluvia cayó,/ con su frescura el aire se perfumó) o aprender el valor de cosas aparentemente desechas y ninguneadas (A las cosas que son feas/ ponles un poco de amor./ A las cosas que son feas/ ponles un poco de amor./ Y verás que la tristeza,/ y verás que la tristeza,/ y verás que la tristeza/ va cambiando de color).
El júbilo del hallazgo de las fotografías es mayor pues coincide con el 20 de diciembre, día del natalicio de Teresita. Son muchos los motivos para celebrar, entonces, a quien se autodefinió como “juglar, pobre, nómada y libre”.