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En el hall del Museo de Antropología de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), las imágenes en blanco y negro del fotógrafo cubano Tomás Barceló Cuesta (1949–2010) parecen respirar. Rostros marcados por la vida cotidiana, escenas mínimas de resistencia y fragmentos de una Cuba íntima que se mantuvo en pie durante los años más duros del Período Especial.
Son instantáneas de hace tres décadas, pero conservan intacta la fuerza de lo inmediato gracias a la mirada sensible de su autor. La retrospectiva inaugurada ayer, que se exhibirá durante todo septiembre, es apenas la huella de un hombre que siempre vio la imagen como un acto de compromiso.
“Barceló pertenece a esa tradición de autores que piensan la imagen como un acto de compromiso. Su obra no se limita a documentar: abre preguntas, interroga la realidad y conmueve desde la dignidad de los retratados”, señala la gacetilla de prensa de la UNC. En esas líneas se condensa una clave: mirar el trabajo de Barceló es comprender que su cámara no fue solo un instrumento de registro, sino un puente hacia lo humano.

Nacido en 1949 en La Habana, Barceló transitó distintos oficios antes de graduarse en Fotografía Deportiva y licenciarse en Periodismo en la Universidad de La Habana. Irrumpió en el panorama cultural a principios de los noventa, cuando comenzó a publicar sus fotografías y escritos en medios nacionales. En pleno Período Especial, marcado por la escasez y la incertidumbre, Barceló encontró su estética propia.
Su mirada documental no se detenía en la penuria, sino que exploraba la resiliencia de un pueblo que celebraba cumpleaños con tortas improvisadas, reía en los parques y sostenía la esperanza en la música y la amistad, retratando con igual sensibilidad la dureza y las huellas del sacrificio.
Barceló llegó a Córdoba en 1998 invitado por la UNC para exponer y dar conferencias. Dos años más tarde decidió radicarse en esa provincia argentina. En la Facultad de Comunicación trabajó como profesor de Fotografía Periodística y se convirtió en referente para generaciones de estudiantes, transmitiendo una máxima sencilla: la cámara no sustituye la mirada crítica.
Colaboró con diarios y revistas argentinas y llevó sus imágenes a diversos espacios culturales del país. Su vínculo con Córdoba fue inmediato y profundo. Allí formó una familia, escribió parte de su obra literaria y dejó una huella que hoy se honra con esta muestra.

Además de fotógrafo, Barceló fue un prolífico escritor. Publicó relatos, crónicas y novelas que revelan sus obsesiones: la memoria, la muerte, la política y la identidad cubana. Entre sus libros se cuentan Bohemia, la huella en el tiempo (1993), Cementerios de La Habana (1999), Perverso ojo cubano (1999), Recuérdame en La Habana (2005) y El Ojo del Mundo(2010), obra póstuma de corte distópico. En 2006 obtuvo el Premio Internacional Gabriel Miró en España por el relato Mañana estaré muerto. Su escritura comparte con su fotografía un mismo nervio: narrar desde lo íntimo para iluminar lo colectivo.

La retrospectiva organizada por la UNC reúne fotografías en blanco y negro que capturan la Cuba resiliente de los noventa, junto a ensayos fotográficos a color realizados en Córdoba. Se acompaña de un catálogo digital de 125 páginas con entrevistas, textos curatoriales y material inédito.
El proyecto no se agota en Córdoba: tras su presentación en agosto en el Centro Cultural UNC, la muestra se exhibe en septiembre en el Museo de Antropología y, posteriormente, se trasladará a la Fotogalería Tomás Barceló Cuesta de la Facultad de Ciencias de la Comunicación, un espacio que lleva su nombre y honra su legado como docente. Más adelante, la exposición llegará a La Habana, donde en 2026 se presentará un catálogo ampliado que reunirá las voces de colegas y amigos cubanos.

El homenaje a Barceló es también un esfuerzo compartido. La dirección general está a cargo de Irina Morán, su compañera y última esposa, junto a Lucía Barceló Morán, hija de ambos y responsable de la curaduría.
“Para nosotras —cuenta Irina a OnCuba—, llevar adelante este proyecto ha sido, ante todo, un acto de amor y memoria. Significó recorrer su mirada, su compromiso con lo humano y su sensibilidad ética y estética, y transformar ese recorrido en un homenaje fiel a su espíritu irreverente, poético y comprometido. Cada decisión, desde la curaduría hasta el diseño del catálogo, fue un gesto consciente para acercarnos a Tomás como artista, como compañero y como padre, y para que siga inspirando a nuevas generaciones que consideran la fotografía un lenguaje potente y transformador”.
Lucía, con su sensibilidad y mirada creativa, fue un pilar esencial en el proyecto; se aseguró de que cada imagen transmitiera claridad, fuerza y emoción. La iniciativa conectó a la comunidad con el legado de Tomás, convirtiéndose en un acto colectivo de memoria y resistencia.
Poner en valor su obra permitió prolongar su mirada y su voz, garantizando que su ética, humanidad y compromiso sigan tocando corazones, despertando conciencia y reconociendo la dignidad de cada vida.
Sin duda, esta retrospectiva combina memoria afectiva con rigor académico y artístico, rescatando y poniendo en primer plano —tras años de olvido— la obra y la figura de un ser humano extraordinario.