“Si no se entiende que esto es una pasión, y las pasiones son bastantes inexplicables, no se entiende nada de lo que pasa en el fútbol”, sentenció una vez el argentino Roberto Fontanarrosa, célebre escritor, dibujante y humorista pero, antes de todas esas distinciones, futbolero empedernido.
Y ese enamoramiento en su estado más puro fue lo que se vivió el jueves pasado en el juego de fútbol celebrado entre los conjuntos de Argentina y Bolivia, en el estadio Monumental de Buenos Aires, por las Eliminatorias Sudamericanas rumbo al Mundial de Qatar 2022.
Aunque la Selección argentina gustó, goleó y ganó, lo acontecido esa noche sobrepasó el hecho deportivo en sí para convertirse en algo histórico que jamás será olvidado, menos en un país como Argentina, donde el fútbol es la más seria de todas las pasiones.
A dos meses exactos de coronarse campeona de la Copa América, la selección albiceleste volvió a jugar en suelo patrio. Por si fuera poco, los “hinchas” argentinos volvieron a la cancha tras un año y medio ausentes a causa de la pandemia de la COVID-19. Y la frutilla del postre fue un Leo Messi —considerado por muchos el mejor jugador del planeta— convirtiendo los tres goles para el triunfo absoluto de su equipo.
La noche soñada no termina ahí. Con ese hat trick el “10” completó 79 goles convertidos con la casaca nacional. De esta manera pasó a ser el máximo goleador sudamericano de toda la historia.
Messi destronó con esta hazaña a una leyenda, nada más y nada menos que a Edson Arantes Do Nascimento, más conocido como “el rey Pelé”.
Lo trascendental del partido reciente entre Argentina y Bolivia se entrelaza con la noche del 10 de julio pasado, cuando el seleccionado argentino triunfó en la final de la Copa América contra a Brasil en el mítico estadio Maracaná, en la ciudad de Río de Janeiro. Fue una victoria épica no solo porque Argentina le ganó a su histórico rival, Brasil, sino también porque se cortó finalmente “la mala racha” de 28 años sin ganar un título oficial.
Desde ese instante en el Maracaná comenzaron los pálpitos del encuentro celebrado el jueves último frente a Bolivia. Por eso, cuando hace una semana el gobierno argentino sugirió la posibilidad de que el público volviera a concurrir a los estadios, en este lado del mundo no se hablaba de otra cosa, en las redes sociales, en los medios de comunicación y en muchos hogares, que no fuese ver a la Selección con Messi en pleno juego.
La connotación del partido, la baja sostenida de contagios por coronavirus y la disminución de fallecidos por la enfermedad, así como también el buen ritmo de la campaña de vacunación a nivel nacional en Argentina, fueron los motivos decisorios para hacer la prueba “piloto” de la vuelta del público a la cancha.
Todo se concretó a partir de la publicación de un Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) donde el gobierno daba luz verde al ingreso de hinchas al estadio “Antonio Vespucio Liberti”, sede del Club “River Plate” y local donde se realizó el partido. Bajo el documento oficial se debía seguir un protocolo sanitario donde, entre otras medidas, solo se permitía el 30 % del aforo del estadio “Monumental”, como también se le conoce a la instalación deportiva.
Con capacidad plena de 72 mil personas, el “Monumental” es de los estadios más emblemáticos de América Latina. En ese terreno, en 1978, Argentina alzó por primera vez la Copa del Mundo. Esta vez, debido al hecho histórico de la vuelta oficial de los hinchas al fútbol desde que comenzó la pandemia, solo fueron 21 mil los privilegiados de ver “en acción” a los campeones de América con Messi a la cabeza. De este modo se permitió formar “burbujas” de hasta cinco personas, con el uso obligatorio de nasobuco.
Como era de esperar conseguir las entradas fue una odisea. Se pusieron a la venta vía online 48 horas antes de la cita y volaron en minutos. Más de 400 mil personas entraron a la web con la esperanza de conseguir lugar. De haberse habilitado la plena capacidad el estadio ese número representaría poco más de seis estadios repletos. Se armó una lista de espera en el ciberespacio. Durante horas los hinchas no paraban de apretar F5 frente a las pantallas. A poco de largarse el expendio, la página colapsó.
En resumen, solo se vendieron 17 mil entradas, pues 4 mil fueron reservadas para protocolo. Incluso se supo que a cada jugador de la Selección les fueron asignadas cuatro entradas. El precio de los billetes osciló entre los 2.500 pesos argentinos (unos 25 dólares) y $11.500 pesos argentinos (110 dólares). Las reventas en sitios piratas y en la calle llegaron al monto de hasta 300 dólares.
La euforia por este partido no solo reinaba entre los hinchas. También los jugadores, los otros protagonistas de esta fiesta, estuvieron expectantes. La noche antes de la competencia, desde el predio de la Asociación de Futbol Argentino (AFA), donde se concentraba el equipo, Leo Messi conversó en vivo, vía telefónica, con un programa deportivo de la televisión local:
“Estamos viendo que es una locura todo. Se junta todo, pero con muchas ganas de disfrutar de todo eso. La gente va a estar enloquecida, igual que nosotros. Primero tenemos que pensar en ganar los tres puntos para seguir sumando. Te desvías un poco y se complica mucho más. Primero hay que ganar los tres puntos para seguir sumando y acomodándose. Estamos cerca de la clasificación. Habíamos estado cerquita muchas veces, no tuvimos la suerte. Ahora que se dio hay que disfrutar al máximo”, expresó en la charla el capitán de la Selección.
Veinticuatro horas después, en el terreno de juego, Messi brilló en su estado más puro. Metió un triplete de goles, rompió otro récord futbolístico y, junto al equipo, dirigido por Leonel Scaloni, demostró que la Selección argentina puede ser favorita para ganar el Mundial del próximo año.
Tras terminar el encuentro, desde el centro del terreno, volvió hablar “el crack”:
“Fue un momento único (la Copa América) por cómo se dio, dónde se dio. No había mejor manera (de ser) y poder estar acá festejando. Es increíble, están mi mamá, mis hermanos en la tribuna…He sufrido mucho también pero estoy muy feliz”, alcanzó a decir Leo, con la voz quebrada de la emoción y entre lágrimas de desahogo.
De ahí Lionel Messi y sus compañeros, ebrios de felicidad, tomaron el trofeo y dieron la vuelta a la cancha para agasajar al público presente. Los fanáticos deliraron. Vitoreaban. Fue una fiesta histórica que no opacó ni siquiera el frío —que llegó a los 12 grados de temperatura ambiente— ni la llovizna que cayó durante todo el encuentro.
Y es que, en fútbol, como en la vida, con la pasión, no hay mal clima que valga.