Una milonga es un lugar a donde se va bailar tango. Podría pensarse que es algo raro, del pasado, donde algunos nostálgicos de edad avanzada se reúnen. Pero nada más alejado de la realidad. Ir a bailar tango a una milonga en Buenos Aires o en Montevideo es una actividad popular, a la que asisten personas de todas las edades. Una milonga es un espacio de cofradía y sentimientos.
La acepción original de la palabra “milonga” refiere a una riña o conflicto. De esa manera, se solía decir “se armó la milonga” o “fulano es una persona milonguera”.
Es un vocablo que llegó desde África a Suramérica, específicamente a esta región del Río de La Plata. Con el paso del tiempo y su uso por afrodescendientes y gauchos, adquirió varios sentidos.
En la célebre obra literaria El Gaucho Martín Fierro, escrita en 1872 por José Hernández, aparece varias veces el término. Un ejemplo de ello es este fragmento, en el que es usada la palabra como lugar de encuentro para el baile: “Supe una vez por desgracia,/ que había un bailongo allí/ y medio desesperao/ a ver la milonga fui…”
Así, se fue instalando la alocución. Su presencia la convirtió incluso en un género musical autónomo, compuesto por un compás de dos por cuatro, como el tango.
A partir de la primera mitad del siglo pasado, la milonga y el tango como piezas musicales se hicieron tan populares en Uruguay y en Argentina que aún hoy los dos países se disputan el origen.
Pero no importa de qué lado del río de La Plata nacieron. El tango y la milonga se entretejen en un sin fin de sentimientos.
Musicalmente, la milonga es una estructura más alegre que el tango —que suele expresar historias dramáticas, basadas en el desamor, y conflictos de barrios del bajo mundo—, una milonga toca esos mismos temas, pero con un ritmo más dinámico… Con un tinte menos melancólico.
La primera milonga moderna, titulada “Milonga sentimental”, fue compuesta en 1931 por el compositor argentino Homero Manzi, uno de los más afamados creadores de tangos y milongas de la historia. “Milonga pa’ recordarte./ Milonga sentimental./ Otros se quejan llorando/ yo canto pa’ no llorar./ Tu amor se secó de golpe/ nunca dijiste por qué./ Yo me consuelo pensando/ qué fue traición de mujer”.
Por su parte, para tener una dimensión de la visceralidad del tango, basta leer una estrofa de “Credo de amor en tango”, escrito por el poeta e historiador uruguayo Horacio Ferrer. “Tango es algo que la noche va silbando/ y no está en ningún repertorio./ Y es Tango la danza/ que hará el último suspiro/ con la postrer galantería./ Y creo que es tango/ cualquier síntoma de canción de cuna/ en el día final”.
En esencia, tanto el tango como la milonga comparten la misma formación musical: piano, contrabajo, guitarra, violines y una línea de bandoneones, el instrumento icónico del género.
“Gime, bandoneón,/ grave y rezongón/ en la nocturna verbena”, escribió Enrique Domingo Cadicamo, poeta, compositor y escritor argentino.
Tango y milonga coexisten y se potencian. No hay una contienda entre ambos géneros. “Vamos a la milonga” es la invitación al lugar donde se baila tango y también milonga. El lugar donde se seduce y se danza. Donde se abrazan.
Son sitios que tienen sus propias reglas. En una milonga se baila por tandas de tangos, milongas y vals. Puede ser con orquesta en vivo o con música grabada.
Aunque ya esto ha cambiado bastante, al comienzo de cada tanda el hombre, por cortesía, invita a bailar a la mujer. Los códigos de la invitación se basan en el cruce mutuo de miradas, el guiño y gestos con la cabeza para hacerle notar a la otra persona el deseo de bailar.
Sin mediar palabras, se encuentran en la pista, se entrelazan los cuerpos y, cuando suena la música, se desplazan en círculos, contrario a las agujas del reloj, para mantener así una organicidad entre todas las parejas que estén danzando.
Así como la milonga tiene elementos del tango, el baile también. Se parte desde la caminata de los ocho pasos del tango, pero en la milonga, a una mayor velocidad rítmica. De ahí se combina esa figura con la originaria de la milonga, que es la de seis pasos.
“Someterse al mirar y al ser mirado como forma de intercambio entre todos los bailarines. Miradas de aprobación y de rechazo, tímidas y desafiantes, seductoras y odiosas, de solidaridad y de competencia. Estos códigos y otros que dependen del tipo de milonga y clima generado en ella, hacen que estemos sometidos a una organización y a unas reglas que nos exceden, pero que son las que nos permiten encontrar allí la posibilidad de disfrutar con el baile, y poder, en la ocasión propicia, bailar el mejor tango de la noche o de la vida”. Así lo destaca Lidia Ferrari, docente e investigadora de la Universidad de Buenos Aires, quien publicó una ardua investigación en un libro titulado Tango. Arte y misterio de un baile.
El símbolo que abre y cierra ese rito del baile es el abrazo. Se abraza con los primeros compases del tango o milonga (como un saludo) y se rompe, con el silencio después del último compás, cuando termina la música, nuevamente con un abrazo cerrado, cálido, cómplice y hasta muchas veces sensual.
No existe atributo igual a ese abrazo en ninguna otra danza. Para Raúl Mamone, maestro de milonga y tango desde hace más de 30 años, “hay hombres y mujeres en cuyos brazos dan ganas de quedarse a vivir. El tango es la danza que invita al abrazo. El tango comienza y termina en el abrazo”.
Fue de esa manera que el uso de la palabra milonga para referir a un conflicto quedó en desuso. Hoy, en tiempos en que la vida y las relaciones interpersonales se dirimen cada vez más en la virtualidad, asistir a una milonga debe ser uno de los últimos reductos para la seducción en vivo y directo.