Fuera de los medios masivos, condicionados por la política cultural institucional y centralizada, circulan en Cuba los videoclips del Paquete, que se renuevan semanalmente con 15, 20 o 25 títulos, de modo que expresan la existencia de una suerte de industria audiovisual completamente situada, al igual que el cine independiente, en nichos distantes de los conductos estatales de producción y distribución.
Desde su distancia, tales videoclips consiguen sugestionar a un tal vez amplio sector de la juventud cubana que seguramente merece ver a sus artistas y canciones favoritas en los medios instituidos para la divulgación de la música.
En la carpeta de Musicales Video Clips, que suele portar el añadido entre paréntesis de Exclusiva, el Paquete de matriz Omega propone varias carpetas internas (Concierto, Estrenos internacionales, etc.) de las cuales elegimos la consagrada a la producción nacional. En este grupo, suele aparecer una larga lista de títulos que casi nunca coinciden con la lista de éxitos de los Lucas, el programa televisivo que, durante varias décadas, ha desarrollado un destacado proyecto cultural, en tanto suele enaltecer anualmente los videoclips que un jurado de especialistas considera más artísticos y competitivos.
Más accesible y populista se proyecta el Canal Clave (de reciente creación y especializado en música) pero la lista de propuestas del Paquete tampoco suele ser la fuente de alimentación sistemática para el espacio llamado Clips cubanos, del mencionado canal, de modo que la mayor parte de estos video clips se consumen mayormente a través de celulares, equipos de audio y computadoras particulares, o en centros nocturnos, discotecas, ómnibus y autos de alquiler.
Dicho en otras palabras, el panorama actual está marcado por la divergencia entre los Videoclips nacionales que se promueven en los programas musicales de la televisión nacional, pública y oficial, y aquellos otros que se estrenan por el Paquete, que se concentra mayormente en los audiovisuales consagrados a promover la música urbana, y en menor medida, la popular bailable, con un énfasis notorio en los símbolos de poder masculino y en la llamada propaganda aspiracional.
Para tratar de comprender esas divergencias, e intentar conceptualizar el desdén de unos y la devoción de otros, me apliqué a observar un grupo de videoclips del Paquete, con el propósito de especular respecto a las razones de su exclusión de los canales oficiales donde imperan políticas culturales que intentan, y a veces consiguen, disminuir las raciones de sexismo, vulgaridad, y culto desmedido al macho alfa, ese que predomina en la jungla del barrio, o llegó a los condominios donde vive nadando en la opulencia y los placeres.
Si bien debe reconocerse también que mientras nos adentramos en la tercera década del siglo XXI ciertos sectores del público están asistidos por su legítimo derecho a reclamar en los medios el ritmo que les agrade, las letras cada vez más francas —antes consideradas de mal gusto—, mientras un sector muy grande de la juventud reclama ídolos que se parezcan a ellos. Y la televisión oficial jamás debiera desconocer estas dinámicas.
En la espesura de los videoclips cubanos estrenados semanalmente, pueden distinguirse varias tendencias dominantes en la representación, como aquella en que el cantante se mantiene en primer plano y le canta a la cámara (Ni sexo ni romance, de Yomil y el Dany con la participación de El Kamel; No te mereces, de El Chulo, o Nada que ver, de Andy Calienta y Kuko, entre muchos otros mencionados más adelante). Vale aclarar que existen muchísimos otros valores de plano, e infinidad de encuadres o movimientos de cámara, capaces de promover al cantante sin necesidades de mantenerlo, invariablemente, en primer plano.
Por otro lado, se percibe la aparición de varias mujeres haciendo reguetón, y aunque algunos pudieran pensar que, por esta vía, arribaremos a la gradual disminución del machismo y la misoginia, que reclamó incluso Bad Bunny en la más reciente entrega de los premios Billboard, ellas también contribuyen a perpetuar la mirada masculina, que suele representar a las mujeres en poses insinuantes o sicalípticas, siempre dispuestas a prestarse para suministrar placer al macho, tal y como se percibe en Vamos a amarnos de nuevo (Extraños), de Awing y El Chacal; Paciente, de Miny Cuore, y Sin compromiso, de Rose Chamber, entre otras.
En esta misma línea de sexismo y eternización de la falocracia, con la exhibición del cuerpo femenino cual objeto sexual, exhibido para incentivar los placeres de la mirada masculina dominante, aparece Mojaíta, de Jacob Forever y El Chulo. En el video aparecen ocho o diez muchachas en traje de baño, rodeando una piscina, o bañándose ella, mientras los cantantes se colocan delante de la piscina, ornados con cadenas y pulseras de plata, gafas oscuras y descomunales tatuajes.
En Mojaíta alternan, por edición, los primeros planos de los cantantes diciéndole a la cámara el estribillo aquel de “yo te tengo mojaíta”, con planos medios de la húmeda anatomía femenina para justificar, visualmente, el refrescamiento que disfrutan las muchachas en la piscina (todas en pose sensual) mientras que el texto declara, sin ambages, que la humedad aludida tiene poco que ver con la piscina ni con la lluvia, sino que se trata de la lubricación vaginal que los cantantes dicen provocar en la destinataria de la canción.
Más explícita si cabe, es Putangueo, de El Micha, Amel, Yarini, Jay Song y Dave, los cinco intérpretes que aparecen de pie, más o menos bailando y cantando para la cámara, un texto que rezuma la abierta glorificación a la prostitución. El fondo es neutro, de color entero, blanco o azul, para mejor destacar los colores contrastados de las enguatadas, las gorras, las cadenas y las gafas. A pesar de que el título recurre la norma del habla grosera, o marginal, la mayor parte de las varias muchachas que aparecen llevan vistosos y provocativos trajes de noche, que contrastan con el ropaje deportivo, casual, de los cinco intérpretes.
La alusión prostibularia de Putangueo se consuma cuando los cinco varones cantantes portan impresionantes fajos de dólares, antes de entrar en insinuantes intercambios sexuales con las muchachas, mientras la cámara insiste en los primerísimos planos a la zona genital o al trasero de las modelos. Por si fuera poco, se reiteran las alusiones al deseo insaciable de ellas y a su ambición (“le gusta que le den”, “quiere dinero, dinero, dinero”) sin olvidar jamás la omnipresente autovalidación de las habilidades eróticas de los machos, quienes se acarician la portañuela, o sacuden las caderas a la manera de los movimientos coitales, mientras aseguran muy convencidos de que “ella lo mueve pa’ mí sin que yo se lo pida”.
La sumatoria de casi todos los motivos y situaciones que pueden causar censura en la televisión cubana se glorifican en Modo porno, de El chulo con la participación de Kandyman. Ambientado entre lujosos autos (que tienen nula relación con el ambiente marítimo del video) además de un yate que navega lo suficientemente cerca de la costa como para que se divisen los lujosos edificios (probablemente de Miami).
En Modo porno se rinde culto a tatuajes, gafas y cadenas, pero todo ello se obnubila cuando van apareciendo un grupo de seis u ocho muchachas en brevísimos bikini, mostradas cual pedazos de carne. Ellas no solo se acarician lascivamente para la cámara, e incluso se besan entre ellas, sino que muestran, en primerísimos planos, sus desbordados y ondulantes traseros. El texto de la canción describe un coito, inolvidable para el autor, con todo tipo de detalles escabrosos y explícitos, mientras en lo visual se sugiere la orgía entre todas las muchachas que inundan el yate, sin excluir a los cantantes, por supuesto.
Puede ser que los videos de música urbana “evolucionen” hacia una especie de soft porn, sin exhibición de genitales. Si así ocurre, Modo porno debería ser considerado como uno de los adelantados en esa tendencia. Mucho tendrían que cambiar los medios en Cuba para que aquí se televisen videos como estos. Pudieran evolucionar, tal vez, las concepciones imperantes sobre los límites que debiera imponerse a la expresión audiovisual del erotismo.
Sin embargo, tengo la casi certeza de que ninguno de los autores o intérpretes de tales videos aspira a ser televisado, y se conforman perfectamente con la confinación al Paquete y a sus garantías de distribución subterránea.
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Joel del Río es periodista, crítico de arte y profesor. Trabaja como periodista en el ICAIC y en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de Cuba, en San Antonio de los Baños, donde también ejerce como profesor de los talleres de géneros cinematográficos e Historia del Cine Latinoamericano.