El título de hoy no encierra ninguna metáfora; la escritora de la que hablo, conociéndola en persona, no creo tenga secretos que deba ocultar en closet, escaparate o armario alguno. Una conversación con ella corrobora la idea de que su vida es transparente como el lenguaje mediante el cual se comunica.
Se nombra y apellida María Elena Llana y desde hace muchos años está entre las mejores narradoras de Cuba. Nació en Cienfuegos, pero El Vedado es su lugar. Allí ha pasado barruntos de guerras, avisos de ciclones tropicales, apagones en programación y desfiles multiplicados. El refugio para todo ese conjunto de hechos rutinarios en la vida de un cubano, y de ella, es, como supones, su closet.
Desde el primero de los libros que escribió ha descollado en el cuento, con relatos que sobresalen por frases cargadas con la nobleza de un antiguo lenguaje habanero; no el habanero de las calles de Centro Habana, que tiene su brillo y en literatura es efectivo y hermoso también, sino el que se refugia en algunas casa del Vedado, que tanto han sido ambiente de sus historias.
De hecho, unos de sus títulos más celebrados las alude directamente: Casas del vedado. Fue publicado en 1983. Al año siguiente le hizo merecedora del Premio de la Crítica, por la potencia y novedad de su voz, por el tema que trataba o cómo lo trata: el mundo real mezclándose con el de la fantasía o fantasmagórico, el halo espectral que sobrevuela todas aquellas casonas, departamentos, mansiones de su propio reparto, que también puede entenderse como una lucha del pasado y el presenta marcado por la Revolución.
Aunque periodista de formación, con una trayectoria que incluye la radio y las agencias de prensa, Llana ha destacado en la literatura desde la publicación de su opera prima: La reja, un pequeño cuaderno compuesto por quince muy cortas historias en las que ya se avizoraba ese potencial suyo en el que nunca falta el humor.
Es este uno de los puntos de su estilo, y en ello insistía ya en la presentación que de ella misma se hizo para la solapa de aquel libro publicado por Serie del Dragón de Ediciones R, en 1965.
En la solapa avisaba sus gustos: prefería los cuentos como la astronomía, las ciencias sociales, los viajes por el mar y las panetelas borrachas. Cito: “debido a eso estudié periodismo, profesión que ejerzo con el mismo entusiasmo con que Valentina sube al Vostok, pero eso sí, con menos resonancia”.
La veta humorística de Llana se refuerza en su paso por publicaciones como Pitirre, un semanario del periódico Revolución que logró elevar el humor a unos exquisitos niveles intelectuales.
Pero, también en La reja hay cuentos magistrales, tal vez con cierta influencia borgeana o cortazareana; en sí mismo transformados a lo largo del tiempo en material de estudio y de antologías. Es el caso de “Nosotras”, la historia de una mujer que sueña con un número telefónico el cual, al despertar, marca para encontrarse sorpresivamente con ella misma.
Lo que sucede en María Elena Llana para que diga yo que escribe desde un escaparate es que este es como su oficina o escritorio, el lugar preferido para escribir, lo cual tal vez en su casa sea lo mismo decir: para protegerse.
La he visto en esa posición, ocupa la silla al frente al closet, saca una extensión para colocar su computadora y estira su espalda con la pose de una pianista, de una reina antigua, de una linda habanera de las películas que Titón sacaba en los sesenta, representándose a sí misma. Con ese estilo comienza a trabajar. No sé si esto siga siendo así, pero es lo que recuerdo.
Tal vez ni siquiera me encuentre cerca de la verdad, y todo esto referido al closet como refugio me lo haya inventado por el mero placer de comentar la obra de una escritora cubana que disfruto y aprecio. De todas formas, te conviene comprobar si digo la verdad sobre la vida y obra de María Elena LLana, o si todo esto que digo es también fruto de mis fantasías.
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