Los países que lideran las estadísticas de muertos por COVID-19 en todo el mundo no son los más pobres, ni los más ricos, ni siquiera los más densamente poblados. Pero, tienen una cosa en común: líderes populistas y poco convencionales.
El populismo en política implica aprobar medidas populares entre “el pueblo”, y no entre las élites y los expertos. Donald Trump en Estados Unidos, Boris Johnson en Gran Bretaña y Jair Bolsonaro en Brasil, así como Narendra Modi en India y Andrés Manuel López Obrador en México han llegado al poder en países democráticos desafiando el viejo orden, prometiendo ayudas sociales a las masas y rechazando a las instituciones tradicionales.
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Pero, resulta que cuando se trata de combatir una nueva enfermedad como el COVID-19, las políticas de los populistas están teniendo pobres resultados en comparación con las de países con modelos democráticos liberales como Alemania, Francia o Islandia en Europa, y Corea del Sur o Japón en Asia.
Los académicos ya habían expresado su preocupación por que la democracia liberal, un sistema político que ayudó a derrotar el fascismo en la Segunda Guerra Mundial, creó instituciones internacionales como la Organización Mundial de la Salud y parecía haber triunfado en la Guerra Fría hace tres décadas, pudiera hacer frente al nuevo populismo y abordar los complejos desafíos del siglo XXI.
El nuevo coronavirus ha dejado en evidencia ese dilema.
“Esta es una crisis de salud pública que requiere conocimientos y ciencia para resolverse. Por naturaleza, los populistas (…) tienen un desdén por los expertos y la ciencia que consideran parte del establishment”, dijo Michael Shifter, presidente de Inter-American Dialogue, un grupo de estudios con sede en Washington. Shifter hablaba sobre Brasil, donde han muerto 81.000 personas.
“Las políticas populistas hace que resulte muy difícil aplicar políticas racionales que resuelvan de verdad el problema, o al menos manejen la crisis de forma más eficaz”, indicó.
Estados Unidos, Brasil, Gran Bretaña y México tienen líderes que han sido escépticos con los científicos y que en un principio restaron importancia a la enfermedad. Esos cuatro países suponen la mitad de las 618 000 muertes por COVID-19 registradas por ahora en todo el mundo, según conteos recopilados por la Universidad Johns Hopkins. De esas muertes, 142 000 se contabilizaron en Estados Unidos.
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“La pandemia y la crisis económica revelan el precio de la incompetencia, y en realidad esto importa”, dijo el politólogo Thomas Wright, de la Institución Brookings. En su opinión, la enfermedad “toca todos los puntos ciegos que tienen los populistas”.
“Básicamente cuestionan el estado y las instituciones. Y la realidad objetiva es que el virus refuta todo eso”, dijo. “Porque necesitas una burocracia funcional, tienes que tener confianza en los números y tienes que responder de forma científica”.
— En Estados Unidos y Brasil, Trump y Bolsonaro han minimizado en ocasiones la enfermedad, defendido tratamientos cuya eficacia no ha sido demostrada y han cuestionado y marginado a científicos y funcionarios de salud. En lugar de plantear y aplicar una estrategia consistente contra el COVID-19 en sus países, a menudo han sido líderes locales y estatales quienes lideraron la respuesta al virus.
— En Gran Bretaña, Johnson tardó en ordenar el cierre de negocios mientras la enfermedad golpeaba el continente europeo. Pero adoptó una estrategia mucho más firme tras combatir él mismo a la enfermedad, que le causó graves problemas respiratorios.
— En India, Modi hizo frente a la enfermedad de forma agresiva en términos de cuarentenas y cierres, pero también cuestionó los hechos en discusiones con expertos en estadística de su propio gobierno, controló la información y en ocasiones defendió tratamientos homeopáticos y de medicina tradicional.
Cuestionar hechos corroborados es una característica de los líderes populistas. Otra es que recomendaciones como decirle a la gente que se quede en casa o que lleve mascarilla en público suponen un riesgo de enojar a sus seguidores.
Una tercera característica es sembrar divisiones que tienden a complicar la cooperación. Y por último, una cuarta característica es un estilo de liderazgo que favorece los gestos grandilocuentes y que gustan al público.
Cuando la pandemia llegó a Brasil, el sexto país más poblado del mundo, Bolsonaro le restó importancia, dijo que sólo las personas de riesgo debían hacer cuarentena y defendió unos fármacos contra la malaria que no habían demostrado su eficacia contra el nuevo virus.
Mientras tanto, el gobierno de Bolsonaro pagó 22 000 millones de dólares que beneficiaron a más de la mitad del país, según el Ministerio de Ciudadanía.
Trump imprimió su firma en los cheques de rescate de 1200 dólares que salieron del Tesoro de Estados Unidos. De forma similar, el gobierno de Bolsonaro se aseguró de que los receptores de la ayuda en Brasil supieran a quién darle las gracias, algo que Shifter considera parte del gusto por la adulación y la proyección del propio poder habituales entre líderes populistas.
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“Si empiezan a seguir la ciencia, están aceptando la forma de pensar del sistema, que muchos de sus seguidores ven como el motivo principal de los problemas del país”, señaló.
En México, donde han muerto 41 000 personas, López Obrador presionó para reactivar la economía mientras seguían aumentando los contagios. Varios gobernadores se negaron a seguir los planes del gobierno federal de reabrir. López Obrador siguió recorriendo el país y dándose baños de multitudes durante semanas después de que el país confirmara su primer caso el 28 de febrero. En lugar de mantener las distancias, mostró a la gente el escapulario que, según decía, le mantenía a salvo.
Mientras las muertes subían en países con líderes populistas, la situación era diferente en la mayor parte de Europa, donde el virus remitía, aunque no había sido derrotado. En declaraciones este mes ante el Parlamento Europeo, la canciller de Alemania, Angela Merkel, dijo que el ejemplo de Europa muestra los beneficios de un liderazgo consistente. Alemania, cuya población equivale a un cuarto de Estados Unidos, ha registrado 9.000 muertes.
“El populismo que niega los hechos está encontrando sus límites”, dijo Merkel, que aspira a frenar los avances de los populistas europeos.