El anuncio sobre Cuba no fue sino la última movida del desmontaje de la herencia de Obama, llevada a cabo desde el principio mismo mediante una secuencia de órdenes ejecutivas –muchas veces más rollo que película, más ideología que martillazos sobre la herradura, más retórica que sustancia. Porque en medio de ese entusiasmo, al cabo de ocho años de impaciente espera, podría muchas veces atravesarse el Congreso, aunque el de ahora se encuentre bajo mayoría republicana.
Poco o muy poco puede hacer el presidente si el legislativo no cambia las leyes, algo que muchos parecen desconocer. Por eso les fue fácil a Trump y a Bannon sacar a Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico, pero en otros temas / problemas no es como coser y cantar.
Lo de Cuba es distinto. Después de varios meses de expectativas, el anuncio de una “nueva” política finalmente tuvo lugar en Miami. A este punto se llegó después de que en febrero pasado el siempre fiel y vilipendiado portavoz Sean Spicer socializara un full review de la política hacia la Isla, lo cual marcaba una línea de continuidad con el discurso electoral de Donald Trump.
Durante un rally en el Knight Civic Center, de Miami, Trump prometió que revertiría lo hecho por Obama a menos que Cuba cumpliese con dos reclamos: libertades religiosas y liberación de presos políticos. Fue el primer anuncio de política concreta después de una trayectoria que empezó apoyando el engagement –con alguna que otra apostilla– y terminó con la idea de que liquidaría las órdenes ejecutivas de su predecesor, vistas como concesiones unilaterales al régimen. “El próximo presidente”, dijo en septiembre pasado el actual mandatario, “puede revertirlas, y eso es lo que haré a menos que el régimen de Castro cumpla con nuestras demandas”. Parecía el personaje de Edward Scissorhands, el filme de Tim Burton donde Johnny Depp interpreta el drama de un joven que, en vez de manos, tenía tijeras.
El 16 de junio en el teatro Manuel Artime volvió a repetir el mantra, ahora como presidente: “Con efecto inmediato, estoy cancelando por completo el trato unilateral de la última administración con Cuba”, dijo desde su tribuna en medio de una andanada de presunciones e ideologemas más propios del flautista de Hamelín que de otra cosa. La pregunta se impone: ¿de verdad por completo? Al final del día, quienes moraban antes en la Casa Blanca tuvieron razón, y trabajaron de manera conjunta con el gobierno de abajo para bloquearle el camino, en especial antes de que el presidente se mudara para un suburbio de Washington DC. Por eso aseguraban que, a pesar de sus tijeras, a Trump le sería muy difícil, cuando no imposible, podarlo todo.
En lo fundamental, lo que anunció en Miami equivale a lo que hace el hurón: sacarle con los dientes un poco de sustancia al huevo, pero dejándolo prácticamente intacto. Eso sí: añadiéndole una capa de pintura vieja a la cáscara: la de la Guerra Fría. El baile sigue, aunque ese mismo régimen al que emplazó en Miami no haya cumplido ni cumplirá con sus demandas.
Dos son, en rigor, los cambios:
1- Turismo. En efecto, no será tan fácil ir a Cuba una vez canceladas las autocertificaciones de Obama –esa categoría llamada “individual-educacional”–, pero continuarán los vuelos y los cruceros, si bien con regulaciones y obstáculos burocráticos que van a ralentizarlos y hasta encarecerlos más. Este tijeretazo, por descontado, va a tener un cierto impacto sobre la economía cubana, que según cifras oficiales entre enero y mayo de 2017 recibió 284 565 almas del Norte, siempre ávidas de tocar con sus propias manos “al más cercano de los enemigos”, y de Havana Club, mojitos de Bodeguita, Cohibas y Buena Vista Social Club.
También podría convencer a muchos de que no valdría la pena pasar por una suerte de vía crucis administrativo, mucho más cuando la infraestructura de la Isla no se caracteriza precisamente por su funcionalidad y eficiencia, a pesar de los nuevos desarrollos en el turismo. Y con características casi proverbiales como la lentitud y la calidad en el servicio –lo cual esos visitantes no perdonan–, de las que no están exentos ni siquiera los nuevos emprendedores privados. Como remate, la burocracia federal les exigirá cosas tales como conservar los comprobantes durante cinco años a fin de certificar dónde se hospedaron. Mejor Dominicana, Aruba o Cozumel. Menos complicado.
Por otro lado, si ahora se trata de viajes en grupos, con licencia y cicerones, hostales y casas particulares difícilmente podrán absorberlos. Un tiro en el pie. Y un retroceso para Airbnb. Cuba: mercado de más rápido crecimiento, destino más popular no. 9, por encima de Australia, Alemania, Holanda y Tailandia: 70 mil huéspedes mensuales. Y la cifra más conocida: 40 millones de dólares transferidos a los cubanos durante los últimos dos años.
La movida viene a contrapelo de un proyecto bipartidista recientemente reciclado (Flake / Leahy) tratando de poner fin a una violación a los derechos constitucionales de los estadounidenses, es decir, al hecho de que pueden viajar libremente a países como China y Vietnam, e incluso a la gran bestia negra norcoreana, cuyos sistemas políticos, como el cubano, están regidos por partidos comunistas. Lo de Trump prolonga y profundiza, en breve, algo que ya estaba ahí, pero aminorado por esa autocertificación: la existencia de dos categorías de estadounidenses, una de origen cubano que puede viajar cuantas veces quiera a la Isla, y otra de origen no cubano que debe respetar regulaciones federales, excepto que se quiera enfrentar al peso de la ley y las subsiguientes penalizaciones.
2- Gaesa y los militares. No se sabe a ciencia cierta de dónde ha salido el dato de que las empresas administradas por Gaesa aportan entre el 50 y el 80 por ciento de los ingresos generados en Cuba, aunque es cierto que la economía nacional es centralizada y estatalmente comandada, ahora con ciertos bolsones para la iniciativa privada. El objetivo es cortar los vínculos económicos que beneficien a los hombres de verdeolivo. Sin embargo, esto tampoco tendría un efecto Armagedón. Esos actores parecen haber incorporado la idea de que la diversidad es la norma, y de que los gobiernos estadounidenses son como las estaciones del año. Por eso han venido ampliando sus emprendimientos con varios socios internacionales, en especial europeos. El Gran Hotel Manzana Kempinski, en el Paseo del Prado, solo viene a ser la punta del iceberg.
Del otro lado se escuchan voces críticas –incluso republicanas– que ya estaban ahí desde antes, en el sentido de que con este pitcheo Estados Unidos andaría perdiendo mayores oportunidades ante China, Brasil, Rusia, España… a solo 90 millas de sus costas. Una especie de consigna delirante: “Gran Caribe sí; Gaviota no”. Evidentemente, haber puesto los pies durante cierto tiempo en la Isla tiene sus ventajas: “En una economía como la cubana, pueden renombrarlo todo y cambiarlo todo”, dijo John Caufield, ex jefe de la Sección de Intereses en La Habana (2011-2014).
Por otra parte, tratar de privar al gobierno de los dólares estadounidenses y dirigirlos exclusivamente al emergente sector privado constituye un espejismo. Y la razón es simple: ninguna economía opera en compartimentos estancos, sino obviamente dentro de un sistema de relaciones. Para ponerle carne y hueso a esta idea, la anciana que recibe sus remesas de Miami mediante la Western Union no manda a comprar la leche en polvo en Holanda cuando esta se pierde del mercado negro, ni el aceite de girasol a Ucrania, ni los pampers a Londres, ni el jabón y el detergente a Singapur. De igual manera, el trabajador estatal cuyo hermano le ha enviado desde la Florida el capital para iniciar su propio negocio, no adquiere el cemento, los aires acondicionados, los muebles y los enseres en Burundi. Todos tributan de manera abrumadora a las shoppings, que, por supuesto, no están en manos de los cuentapropistas. Y algunas, ciertamente, en las de esos mismos militares.
La movida de Trump no es ni siquiera cínica, sino torpe. Y borbónica. Una tajada a cambio de apoyos congresionales de dos pasajeros de ese avión, uno de los cuales parecería más turbado que nunca en sus proyecciones de futuro: “Espero que de cinco a diez años, o menos, la situación en Cuba sea muy diferente. Y que la gente señale esto como el factor que provocó esos cambios”.
Fue, por lo demás, un reciclaje de la retórica clásica. Y una puesta en escena que difícilmente llegaría a Broadway. Dan ganas de decirle entonces con José Martí: “hay gentes de tan corta vista mental que creen que la fruta se acaba en la cáscara”.
Los aplausos hablan.
Excelente!!!!!
Uno de los mejores analisis que he visto. Realista y pragmatico. Esta revista tiene intelectuales de lujo, este es uno de ellos, junto a Julio Fernandez. Los felicito.