La renuncia de Joe Biden a su candidatura a la reelección presidencial es uno de esos eventos que hacen las delicias de cualquier analista político prospectivista. La decisión de apoyar la nominación de Kamala Harris, actual vicepresidenta, en caso de ser confirmada —como en principio cabría esperar— por la Convención Nacional del Partido Demócrata, entre los días 19 y 22 de agosto, abre un conjunto de nuevas posibilidades y dinámicas en el escenario político estadounidense.
Al mismo tiempo, dado que Estados Unidos sigue siendo, con cierta holgura, la principal superpotencia a nivel global, el ascenso de Harris tiene fuertes impactos en el conjunto de las relaciones internacionales y concita en estos momentos, de manera frenética, la atención de los líderes políticos y de los analistas de las cancillerías y los servicios de inteligencia alrededor del mundo.
En lo inmediato, Donald Trump sigue siendo el favorito para vencer en los comicios del próximo 5 de noviembre. La decisión de Biden, seguramente tomada a regañadientes, es tardía. El encaprichamiento del mandatario provocó que se consumiera un tiempo precioso en el proceso de negociaciones políticas internas y de acumulación de presiones de los pesos pesados del Partido Demócrata para hacer desistir de la carrera electoral al veterano político de Delaware.
Coyunturas volátiles
Sin embargo, uno de los rasgos más notables de la política contemporánea durante las últimas décadas, tanto a nivel nacional como internacional, es la aceleración de los procesos y la rápida modificación de las condiciones coyunturales, como resultado de la explosión en el uso masivo de los medios de comunicación y de las redes sociales, así como de la indetenible globalización (dígase lo que se diga sobre el supuesto fin de este fenómeno).
De esta manera, como parte de esta macrotendencia global, los escenarios políticos preelectorales en cualquier país —incluso uno con dimensiones continentales y con acentuadas tendencias neoaislacionistas como Estados Unidos— pueden transformarse de manera profunda en pocos días. Lo ocurrido recientemente en las elecciones en Francia resulta aleccionador.
La decisión de promover a Kamala Harris a la candidatura presidencial podría eventualmente representar un punto de inflexión (un game changer, según la terminología prospectivista en inglés) en el actual proceso electoral estadounidense.
¿Qué ha dicho Kamala Harris sobre Cuba?
Al evaluar el impacto de una posible victoria electoral de Kamala Harris en la política de Estados Unidos hacia Cuba, lo primero que habría que reconocer es la carencia de indicios o antecedentes para conformar un pronóstico bien fundamentado.
Sin embargo —y aquí radica la parte alentadora—, los pocos antecedentes existentes apuntan en un sentido esencialmente positivo, en la dirección de abrir una nueva oportunidad para retomar el camino transitado durante los dos últimos años del segundo Gobierno de Obama, abruptamente interrumpido durante el gobierno de Trump. Esto, al margen de algunos planteamientos de Harris relativos a la situación de los derechos humanos y la represión política en Cuba que seguramente no han sido del agrado del Gobierno cubano.
En 2019, en su condición de precandidata presidencial por el Partido Demócrata para los comicios de 2020, Kamala Harris respondió un cuestionario del Tampa Bay Times sobre asuntos de interés para el estado de Florida. A ser interrogada sobre si eliminaría o daría continuidad al “embargo comercial” contra Cuba, la respuesta de su equipo fue: “La senadora Harris cree que deberíamos poner fin al fallido embargo comercial y adoptar un enfoque más inteligente que empodere a la sociedad civil cubana y a la comunidad cubanoamericana para impulsar el progreso y determinar libremente su propio futuro”.
Posteriormente, en una entrevista con la agencia EFE publicada en El Nuevo Herald el 27 de octubre de 2020, la entonces aspirante demócrata a la vicepresidencia de Estados Unidos aseguró que si ella y su compañero de fórmula (Joe Biden) llegaban a la Casa Blanca, derogarían las restricciones impuestas por Donald Trump sobre Cuba. “Nosotros —explicó Harris— daremos marcha atrás en las políticas fallidas de Trump. Y como hizo anteriormente como vicepresidente, Joe Biden también exigirá la liberación de los presos políticos y hará de los derechos humanos una pieza central en la relación diplomática”.
Por otro lado, también observó: “El embargo es la ley; se necesita una ley del Congreso para levantarlo o se necesita que el presidente determine que un Gobierno elegido democráticamente está en el poder en Cuba. No esperamos que ninguna de estas cosas ocurra pronto”.
En la misma entrevista, la entonces senadora por California censuró las políticas migratorias de Trump hacia los cubanos. “Trump está deportando a cientos de cubanos de vuelta a la dictadura y de vuelta a una represión del régimen que solo ha aumentado bajo su Presidencia. Hay casi 10 mil cubanos que están languideciendo en campamentos de tiendas de campaña a lo largo de la frontera con México debido a la agenda antiinmigrante de Trump”, sentenció. También acusó al entonces presidente republicano de estar “separando a familias cubanas mediante restricciones a las visitas familiares y las remesas”.
El 22 de julio de 2021, en una publicación en Twitter (ahora X), Harris manifestó el apoyo “al pueblo cubano y su derecho a protestar pacíficamente y determinar su propio futuro”, al tiempo que aludió a las sanciones anunciadas por el gobierno de Biden “contra los miembros del régimen cubano responsables de esta nueva represión”, en referencia a los acontecimientos ocurridos en Cuba once días antes.
Cambio generacional
Más allá de estos planteamientos críticos hacia el gobierno cubano, el hecho es que Kamala Harris ha sido notablemente parca en sus declaraciones sobre Cuba durante su mandato vicepresidencial, lo cual pudiera reflejar —y en este punto solo estoy especulando— cierta incomodidad o insatisfacción con la política mantenida por el gobierno de Biden, caracterizada por el ostensible incumplimiento de las promesas de la campaña electoral precedente.
En cualquier caso, el simple hecho de que Joe Biden —nacido en 1942— sea un viejo guerrero frío, mientras que Kamala Harris —nacida en 1964— pertenezca a una generación con otra visión del mundo, podría determinar una diferencia muy importante en la política presidencial hacia Cuba, obviamente para bien.
Por otra parte, cabe señalar que los indicios auspiciadores de una política más positiva (o menos negativa) hacia Cuba no se limitan a la figura de la actual vicepresidenta. Por aquello de “dime con quién andas, y te diré quién eres”.
¿Qué esperar?
Philip H. Gordon, su Asesor de Seguridad Nacional, es autor del libro Losing the Long Game, una crítica contundente hacia las políticas estadounidenses de cambio de régimen en otras naciones.
Aunque esta publicación del 2020 dedica su atención a la región del Medio Oriente, contiene varias referencias históricas a Cuba, en el sentido de ilustrar la ineficacia y las imprevisibles consecuencias negativas —tanto para las naciones afectadas como para los intereses de Estados Unidos— de las políticas de cambio de régimen. En contraposición a ellas, Gordon desarrolla un argumento a favor de la aplicación de políticas basadas en la diplomacia, la negociación y los compromisos constructivos.
Es evidente que ninguno de los elementos anteriormente referidos ofrece una garantía de que, en un eventual gobierno de Kamala Harris, Estados Unidos retome el camino emprendido durante el gobierno de Obama o que, al menos, intente aproximársele de algún modo. Pero después de cuatro años horrorosos de la política de Trump y de otros cuatro años de una política de Biden absolutamente decepcionante, la esperanza es lo único que nos queda por perder.