Los trenes y los barcos de vapor de Henry Bradley Plant (1819-1899) alterarían para siempre la fisonomía de Tampa, trayéndola en tiempo récord de la soñolencia y los pantanos a la modernidad. Hacia fines de la segunda mitad del siglo XIX florecieron nuevos negocios y mercados. La industria pesquera se diversificó y amplió sus alcances. Las minas de fosfato aumentaron su producción y la enviaron mucho más allá de sus fronteras. Convertidas en dos importantes centros de fabricación de habanos, Ybor City y West Tampa se afincaron en ese sistema de trenes y barcos para colocar sus productos en el mercado nacional y mundial.
En ese proceso expansivo, el Tampa Bay Hotel fue una suerte de remate. En 1888 Plant compró terrenos cercanos al río Hillsborough para construir un gran hotel y empezar a desarrollar la industria del turismo en la zona, ya para entonces prácticamente conectada con toda la Unión. Concluido tres años después, en 1891, el nuevo inmueble —de espectacular modernidad para su momento— se levantó a un costo de más de 2 millones de dólares y de 500.000 en muebles y obras de arte cuidadosamente seleccionadas y traídas de Europa. Una instalación enorme de cinco pisos de altura y más de quinientas habitaciones provistas con baños propios, electricidad y teléfonos. Todo un salto en la hotelería estadounidense de la época, a la altura —y a veces más allá— de Nueva York y otras grandes urbes. Y como para subrayarlo alto y claro, allí colocaron el primer elevador que hubo en Florida.
Inspirado en el Palacio de la Alhambra en Granada, pero absolutamente ecléctico, el hotel tenía paredes de más de un pie de espesor. El ladrillo rojo fue su modo de ser, como el de las factorías de tabaco ubicadas no demasiado lejos de aquella área aledaña al río. En ese momento, Plant estaba cambiando gran parte del sistema ferroviario de vía estrecha a vía estándar, por lo que el acero utilizado en su construcción fue de los rieles desechados.
El hotel era pletórico en comodidades e instalaciones. Tenía un Gran Salón (lobby), restaurante, sala de música, barbería, salón de belleza, sala de escritura y lectura y oficina de telégrafos. Los huéspedes podían disfrutar de otras facilidades de la modernidad como un campo de golf, canchas de tenis, un salón de billar, un casino con capacidad para alrededor de dos mil personas, una pista para carreras de caballos e incluso cotos de caza…
Pero en 1898 su destino cambiaría durante breve tiempo. Luego de la explosión del acorazado Maine en la bahía habanera el 15 de febrero de ese año, y de la posterior declaración de guerra a España por el Congreso y el presidente McKinley, el 28 de abril, Tampa pasaría a la historia por convertirse en punto de embarque de las tropas estadounidenses hacia Cuba debido, justamente, a su ubicación geográfica, su puerto de aguas profundas, su conexión con los ferrocarriles nacionales y al lobby de Plant con las estructuras de poder.
El ejército llegó a instalar siete campamentos en el área y convirtió al Tampa Bay Hotel en sitio de residencia de los oficiales, quienes desde los sillones de sus portales concibieron la estrategia a seguir contra los nuevos enemigos. La del 98 fue esa splendid little war de solo diez semanas del secretario de Estado John Hay que, de hecho, culminó con la debacle de la armada española en la bahía de Santiago de Cuba, encabezada por el almirante Pascual Cervera, en realidad un suicidio asistido ante la inferioridad manifiesta de los barcos de guerra y la técnica de la decadente potencia colonial.
Los generales Joe Wheeler, John B. Gordon, Fitzhugh Lee y Nelson A. Miles estuvieron entre los protagonistas de ese proceso de abofar a España desde el Tampa Bay Hotel. También un coronel llamado Leonard Wood (1860-1927), futuro gobernador militar de Cuba y gobernador general de Filipinas. Esta movilización militar tuvo la peculiaridad de ser la primera operación exterior conducida por el ejército desde la Guerra Norteamericano-Mexicana de 1847, fundamentada en el Destino Manifiesto y que terminó el 2 de febrero de 1848 con la firma del Tratado Guadalupe-Hidalgo: México cedía la mitad de su territorio a Estados Unidos a cambio de 15 millones de dólares.
Entre otros personajes históricos que anduvieron por la Tampa de entonces y sus alrededores estuvo un joven oficial llamado Theodore “Teddy” Roosevelt (1858-1919), quien a fines de mayo de 1989 acampó en las cercanías del hotel con sus Rough Riders mientras su esposa se alojaba en sus habitaciones.
Habiendo desembarcado en Santiago de Cuba, Roosevelt y sus compañeros de armas —atletas, cowboys y mineros—, intervinieron en la batalla de la Loma de San Juan el 1 de julio de 1898, uno de los mitos “más sonados” de la historia estadounidense por los tintes de heroicidad contra las tropas españolas, factibles en gran medida por la labor del propio Roosevelt como escritor y por las recreaciones posteriores de esos hechos, filmadas en tesitura con los relatos del Viejo Oeste contra los indígenas. Sus efectivos de caballería tuvieron que combatir a pie por haber dejado atrás a sus caballos en el cuartel de Tampa debido a problemas de logística.
En la primavera de 1898 las bandas musicales militares tocaban por la noche en el hotel. Cuentan que los caballeros y las damas bailaban tanto en la rotonda como en el salón de baile. Pero entre quienes miraban desde los balcones con barandillas de caoba había muchachas cubanas que, según la tradición oral, juraron no volver a bailar “hasta que La Habana fuera libre”.
A la muerte de Plant el hotel funcionó con altibajos hasta 1932, en que fue tragado por la Gran Depresión. En su mejor momento recibió visitantes y figuras del jet set, entre ellos el pelotero Babe Ruth (1895-1948), la bailarina rusa Anna Pavlova (1881-1931) y la actriz francesa Sarah Bernhardt (1844-1923). Y también políticos como William Jennings Bryan (1860-1925), tres veces candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos, y el presidente Grover Cleveland, el único en servir dos términos de manera no consecutiva (1885-1889 y 1893-1897) en la historia nacional estadounidense.
En agosto de 1933, el Tampa Junior College se convirtió en la Universidad de Tampa, y desde entonces el hotel levantado por el viejo emprendedor fue su sede. Hoy figura en el Registro Nacional de Lugares Históricos y es Monumento Nacional.
Un excelente articulo, acucioso y revela aristas poco tratadas de la relación entre Cuba y Tampa. Mus felicitaciones.