Pareciera casualidad, pero no. Quienes lo conocen personalmente o los que empezamos a “seguirlo” por las redes sociales advertimos, desde el primer momento, algo que atraviesa su personalidad de lado a lado: el amor inamovible por la música cubana. por eso no nos sorprende que su primer texto teatral sea: La Cantante vuelve, monólogo inspirado en voces del exilio y elegido como la obra ganadora del Concurso Open Scene de la dramaturgia hispana en Estados Unidos.
El Open Scene mantiene viva la intención de contribuir a la creación de espacios para la consolidación del arte en español en los Estados Unidos, según se lee en sus páginas oficiales, y la gestión de puentes para reunir a las distintas comunidades multiculturales y diversas que hacen vida en el país, unidas por un idioma y herencia común.
Abraham Rodríguez no sabe si vuelva a escribir teatro, por el momento, y, mientras destierra esa idea, aquí van sus puntos de vista.
Conozco algo de tu vida profesional pero me quedé en la locución. Supe de algún trabajo en un centro de Biotecnología, ¿esto es cierto?
Mi vida profesional pudiera asemejarse a una montaña rusa por los diferentes giros que ha tomado y algunas personas se sorprenden cuando les digo que los primeros estudios que realicé fueron de Química Industrial. Tiene sentido el asombro, porque después de haber trabajado por cuatro años en el Instituto Finlay de Vacunas fui a estudiar Teatrología a la Universidad de las Artes de Cuba (ISA); desde la infancia mi sensibilidad estuvo enfocada a las Humanidades. Ya en la adultez, mientras trabajaba para “el Finlay”, hacía locución en programas de Radio Ciudad de La Habana, durante los fines de semana. Me gusta escribir y siempre esclarezco que no soy dramaturgo en modo alguno; cuando me siento a ordenar las letras dispersas en la cabeza, pueden surgir poemarios, cuentos, relatos, críticas o algún tipo de escritura de difícil clasificación. Aunque no lo hayas preguntado, te cuento que canto para mis amigos cuando me doy dos tragos, y sin dármelos también. Si no hay nadie alrededor, canto para mi soledad.
En la radio, ¿hacías programas musicales? Coméntame sobre esa experiencia
Adoro la radio. Cuando era niño soñaba con ser locutor, finalmente lo conseguí; luego amé y detesté a la radio por igual, creo que ese medio en Cuba necesita urgentemente hacerse las preguntas manidas pero claves de ¿por qué?, ¿cuándo? y sobre todo ¿para quién?. También entiendo que muchas de sus incongruencias no son intrínsecas de la radio misma o sus incontables talentos, se deben en gran medida a compromisos ineludibles con agendas y directrices de una verticalidad dolorosa que obligan a sacrificar verdades e ideas loables. En la radio hice casi todo tipo de programas; comencé como aficionado en 2007 y permanecí en ella hasta 2021, cuando mi tiempo en ese medio se agotó por diversas razones éticas: necesitaba estar en paz con mi conciencia y librarme de textos que no eran para mi boca. Vi grandes injusticias a mi alrededor. Ya sabemos lo que cuesta el libre pensamiento en la Isla. La radio es el espacio profesional que más agradezco y disfruto, fui locutor de programas musicales, revistas variadas, concursos radiales y otras modalidades. Intenté evadir los informativos por todas las vías posibles haciendo malabares en una cuerda floja donde no siempre tienes elección.
Si no recuerdo mal, el texto teatral, ahora premiado, nació hace casi tres años, o más…
Surgió en 2018, decidí, por fin, honrar a algunas de esas cantantes del exilio que admiraba. La figura de Celia Cruz funcionó como el golpe fundamental de inspiración para escribir La Cantante vuelve. Cuando empecé a redactar el texto, estaba ella en mis sentidos como una rumba sutil. Mientras escribía me ocupaban su imagen y música permanentemente.
Pero, antes de ahondar en el texto, ¿de dónde nace ese amor por la música cubana, especialmente por Celia?
Si preguntas a cualquiera de mis amigos, familiares o compañeros de estudios en la Universidad de las Artes (ISA), te dirán que soy “celiano” hasta la sepultura. Mis colegas de la Facultad de Arte Teatral se reían porque solía ser muy serio hasta que empezaba a cantar las canciones de Celia y también de La Lupe u Olga Guillot. Comencé a escuchar a Celia Cruz gracias a mi padre, quien me puso un disco de ella en las manos siendo apenas niño. Me sedujo su voz grave, el carisma que advertía en las interpretaciones y empezó a ofrecerme evidencias de una Cuba que no era la que contaban en la escuela.
Desde entonces he padecido el mal o el bien, según se quiera, de la curiosidad insaciable. Intentaba entender por qué aquella mujer hablaba de retornos imposibles, nostalgias por Cuba y comenzó a ser interesante lo que podía ser recóndito en su música para mis oídos inocentes. Le agradeceré siempre a Celia, ser la persona que comenzara a abrir mis ojos respecto a los posibles modos de entender a Cuba.
La preferencia por la música cubana no sabría explicarla, puede ser herencia de mis existencias previas, quizás tal como La Cantante… estoy marcado por un ir y venir siempre alrededor del mismo suelo.
Ahora sí, ese texto teatral: ¿cuándo y cómo tomó forma definitivamente? ¿Tuviste en Cuba algún contacto con el mundo del teatro?
La obra tomó forma definitiva el pasado marzo durante una estadía en México. Realicé variaciones al texto, pero su esencia ha sido siempre la misma. Mi vínculo con el teatro fue muy directo y constante durante los estudios en la Facultad de Arte Teatral del ISA; solía pasar muchas horas en las salas de la capital viendo puestas en escena y los propios estudios demandaron muchas horas de lectura. También fue el momento para recorrer varias provincias de Cuba y presenciar su teatro. El ISA me permitió conocer una zona significativa de la dramaturgia universal, sobre todo los textos de la antigüedad grecolatina, que me fascinaban, y también la obra de autores contemporáneos. La formación como crítico teatral provee herramientas para el análisis, en el terreno de la teatralidad y la creación que, supongo, serán perdurables. En Cuba colaboré con diversas publicaciones sobre artes escénicas y asesoré algunos procesos creativos para las “tablas”.
¿Quiénes te asesoraron en la escritura?
Tuve todo tipo de opiniones y eso es muy provechoso: fueron fundamentales los criterios de mi prima Isabel Cristina López, que es teatróloga, el dramaturgo y actor Maikel Chávez, Osvaldo Hernández, quien fuera mi profesor de Estudios Cubanos en el ISA, Lázaro Sarmientos, director de Radio, así como otros amigos y familiares a quienes agradezco mucho sus juicios. Todas las interpretaciones fueron valiosas, incluso las de quienes no compartieron mi perspectiva escritural y “la hicieron leña”, como me gusta decir en son de broma.
¿Intentaste dentro de Cuba presentarla a algún concurso, por ejemplo?
Me habría encantado pero creí que sería inútil, teniendo en cuenta el evidente trasfondo político del texto. La censura en Cuba cambia de tumba’o según convenga y, lamentablemente, nunca es para su erradicación total. Sí, ya sé que en casi todas partes del mundo sucede, pero creo que en la Isla es mucho más burda, despiadada. En otros contextos se puede maniobrar con los censores: existen diferentes infraestructuras en función de múltiples intereses, con lo cual mientras algunas puertas se cierran, es posible abrir alternativamente otras. En Cuba se anulan todas las posibilidades cuando te ponen en la mira porque hay dos opciones: sí o no. La autonomía de las instituciones que convocan a concursos es, desde mi perspectiva, bastante cuestionable. Siempre pensé que tendría más posibilidades en cualquier otro punto cardinal del mundo, por doloroso que eso sea, pero nada me gustaría más que ver la obra representada en Cuba.
Por lo pronto Open Scene ya está preparando una lectura dramatizada y, según su directora ejecutiva, Thamara Bejarano, podría suceder algo más con la obra el año próximo dentro de su plataforma escénica pero concretamente, en estos momentos, solo se llevará a cabo la lectura. Si algún director se interesa, ¡bienvenido sea!. Agradezco mucho a Open Scene por este premio. No creo que los certámenes constituyan necesariamente la vía para legitimar la obra creativa, pero pueden ser un catalizador en el impulso de seguir escribiendo.
No es la primera vez que grandes divas como Celia o La Lupe inspiran a algún creador. ¿En qué se diferencia tu obra de aquellas escritas por Amado del Pino, Alberto Pedro, entre otros?
Esta es la pregunta más dura que me has hecho porque no podría pensar en un cotejo, por asociación o contraste, entre mi texto y la dramaturgia de esos autores con una trascendencia incalculable. Ante todo, debo aclarar que el personaje de mi obra no es Celia Cruz, aunque ella fuese un referente cardinal para el diseño de La Cantante, rol que entiendo como arquetipo de estas figuras irrepetibles en nuestra música; digo arquetipo y no cliché. Yo apenas he seguido el anhelo de homenajear a seres que he admirado como Celia, Olga Guillot, La Lupe y otras. Delirio Habanero de Alberto Pedro es un monumento de la escritura teatral cubana, vi representaciones del texto, quizás unas cinco veces y siempre quedé fascinado. No olvido jamás la tríada, Laura de la Uz, Amarilys Núñez y Mario Guerra, dirigidos por Raúl Martín. Como decimos en español solariego y cubano: “¡Laura de la Uz se botó!”.
Creo que La Cantante del texto que he escrito está signada por el desgarramiento. Imagina un espectro que espera renacer solo para saldar la deuda de su sepulcro. Dicen los espiritistas que cuando uno se va con deudas, necesita volver a toda costa y resolverlas. Tal como menciona el personaje, ella habría puesto su tumba allí, en Cuba; necesita recuperar el lecho final que nunca le debió ser negado. Suena un poco macabro pero esa es La Cantante que quise mostrar, la que se refugia en la escena para mitigar una agonía que lamentablemente sigue siendo de muchos cubanos actualmente.
Subir al escenario es para esta mujer un acto vital y, a su vez, mecanismo de defensa frente al destierro. Aunque no sea ostensible en el texto, utilicé para mi sugestión, ciertos paralelismos con la gravedad de algunas heroínas trágicas. Es por eso que La Cantante habla con términos austeros, ásperos. Celia Cruz nos regaló momentos de euforia con sus actuaciones en escenarios donde la gente alucinaba, era una mujer tocada, con don. Por suerte queda mucho material audiovisual, habría adorado verla en persona, ha aparecido en mis sueños más de una vez pero esos detalles no los revelo; es cosa entre ella y yo.
Sé que el tema del olvido y con ello la censura a la que han sido sometidas algunas figuras de la música cubana es un tema que te incomoda. ¿Sería esta una posible vía para que lleguen otros textos? Emigración, música, Cuba…
Ni siquiera sé si vuelva a escribir teatro, quizás nunca más lo haga. La escritura dramática es sumamente compleja, pero podría abordar esos temas desde otras vertientes. Estoy muy entusiasmado con la narrativa, tengo algunos cuentos engavetados y otros en marcha, quizás suceda algo interesante con ellos cuando sea el momento. También he estado escribiendo poesía. Terminé recientemente un poemario en el que intento plasmar mi percepción de la existencia como batalla. Obviamente, será de forma inevitable un poemario inconcluso. En él hablo de las guerras pasadas y presentes de mi corta vida. No sabemos cuánto tiempo va a durar esta gesta de vivir, por eso escribo ahora y por el camino iré perfilando, si ha de ser, el talante de autor. Siento que le debo un poemario a Cuba, pero se necesita valor y madurez para eso.
¿Cómo te proyectas ahora, una vez que se ha reconocido públicamente tu trabajo? ¿No has pensado en dedicarte también a la radio?
Soy un tipo al que le gusta escribir, solo eso, ni poeta, ni dramaturgo, ni escritor. Me encanta elaborar párrafos cotidianos para el muro de Facebook y explorar si esas líneas le dicen algo a alguien, lo que sea. Soy inmigrante en una tierra maravillosa pero extraña para mi espíritu; evito hacer planes pretenciosos, prefiero tener los pies bien puestos en este desierto de Arizona, que ahora asumo como otra casa aunque yo haya sido siempre un sujeto del mar, medio cetáceo. Este país me ha enseñado el valor del trabajo, sea cual sea y estoy muy agradecido por eso. Volver a la radio sería gesto benevolente de la vida, un bálsamo para mi andanza diaria, pero si no vuelvo, será una lección que necesito.