Suspendido en medio de su inconveniente transmisión durante la pandemia, debido a la trama que desarrollaba, Al habla con los muertos fue retomado por la televisión cubana y confirmó que pese a la fallida puesta inicial estaba concebido como una propuesta con suficiente rigor para que se le diera una segunda oportunidad en la pequeña pantalla.
El programa, como hizo antes el desastrado Motor de arranque, está ocupando el espacio de Vivir del Cuento hasta que este último vuelva a la pantalla. O sea, está cubriendo “el hueco” dejado por uno de los espacios más populares de la televisión durante las últimas décadas; de ahí que las comparaciones han sido inevitables.
Pero la factura de ambos espacios es totalmente diferente y quizá hasta los públicos a los que va dirigido difieren en cuanto a intereses estéticos y creativos. Al habla con los muertos está definido por un humor muy singular, y por un buen trabajo actoral que se mueve entre lo absurdo, lo grotesco, y la sátira, en menor medida, y está marcado por los enunciados rocambolescos que presenta: el trabajador de una morgue (Miguelito) tiene como misión en la tierra escuchar la última voluntad de los occisos para que estos puedan lograr el descanso eterno.
El trabajo esgrimido por el actor Ray Cruz tiene como base una original representación del personaje principal, Miguelito, quien está, como menciona el título del espacio, directamente al Habla con los muertos. Con su personaje, que hace pareja con Indirita (Yaremis Pérez) el actor logra convencer y responder a las exigencias del papel sobre el cual gira toda la trama del programa, cuya dirección de actores corrió por la cuenta de Carlos Gonzalvo.
Ray Cruz caracteriza a un joven llegado del campo que trabaja en una morgue como tanatopractor (persona encargada del cuidado de los cadáveres) y pasa por una serie de situaciones hilarantes bien estructuradas y resueltas por el guion, a cargo de Amilcar Salatti.
A lo largo de esta comedia de situaciones, dirigida por Alberto Luberta, intervienen otros actores que se acoplan con éxito a las peculiaridades de cada capítulo que, sin dejar de responder a los principales resortes de la trama original, tejen otras historias que aportan nuevas dosis de comicidad al núcleo original del programa.
La banda sonora funciona también como un excelente respaldo a la dramaturgia del humorístico y a los enredos “paranormales” que envuelven la relación entre Miguelito e Indirita y a la jefa de los tanatopractores, interpretada por Yailín Coppola.
Si bien todavía se recuerda la tortura que fue la presencia en el Motor de Arranque del cantautor Ray Fernández y su grupo, en esta oportunidad su música se suma orgánicamente al espacio y logra que tenga un sentido aportador a la puesta en escena, lo que denota considerablemente la inteligencia de Luberta a la hora de establecer el diálogo con Ray Fernández, quien, tras años “ninguneado” por los medios de comunicación en Cuba, se ha vuelto una presencia constante en diferentes programas estelares.
La comunión establecida entre Jorge Enrique Caballero y el resto de los personajes protagónicos es otra de las ganancias de Al habla con los muertos. Su personaje se asienta con rasgos propios en el guion y la trama y acrecienta el planteamiento de las historias, así como su representación televisiva. No es la primera vez en las últimas décadas que la televisión transmite un humorístico basado en historias rayanas con la comicidad del absurdo o en personajes sostenidos sobre la exageración de los rasgos que los definen. Recordemos espacios como Sabor Bohemio, con una extraordinaria interpretación de Rigoberto Ferrera, que denotaba un interés marcado en mostrar otros caminos para el humor en los medios cubanos, pero no lo dejaron mantenerse tras sus primeros capítulos.
De Al habla con los muertos hay muchas opiniones encontradas que van desde la aceptación hasta las críticas más mordaces. Como cualquier producto televisivo, la polémica siempre estará mediando en cuanto la recepción de los públicos. Pero no se debe soslayar en un análisis en torno al espacio las intenciones de crear una trama sólida, con argumentos propios, que se aleje de los clichés más usados en el humor cubano, además de la coherente dirección actoral y la pericia del guion, dos de los logros fundamentales del espacio. Ya sabemos que las intenciones creativas a la hora de crear un programa no tienen mayor validez en la reflexión sobre el resultado final, pero, en este caso, Al habla con los muertos logra desarrollar con éxito la idea que animó la creación del programa. Y el producto que hoy vemos en escena es la mejor prueba de su concreción.