Hace pocos días fue noticia el reinicio de las producciones en la única fábrica de arroz precocido de Cuba, ubicada en Sancti Spíritus. Dicha fábrica tiene capacidad para procesar 25 toneladas (t) diarias de ese alimento, pero en los últimos ocho años había estado paralizada.
La planta se encuentra en la Unidad Empresarial de Base (UEB) Ángel Montejo, perteneciente a la Empresa Agroindustrial de Granos Sur del Jíbaro, y es la única que queda en la Isla, de las creadas por iniciativa de Fidel Castro hace más de 30 años. El reinicio de sus producciones en este mes de marzo tuvo lugar tras una inversión de 2 307 229 pesos en moneda total.
Su reparación, emprendida en 2020, recién concluyó a inicios de 2022. Dos años tomó el proceso de cambiar la caldera, reparar las torres de vapor y hacer nuevo el tacho de cocción, entre otras labores que mejoraron viales y diversos objetos de obra deteriorados tras tantos años en desuso.
Pero a pesar del tiempo y el dinero invertidos, la planta pudiera no tener “un mercado sólido, porque lleva mucho tiempo detenida”, confesó a Granma Yariel Rodríguez Aquino, su director actual. Por eso, los planes de la industria apuntan al turismo, sector donde el arroz precocido se utiliza para preparar platos especiales. Con ese fin “se estaba importando tanto de Colombia como de Brasil”. Nuestro objetivo es sustituir esas compras en el exterior y las que todavía destinan a las tiendas en moneda libremente convertible (MLC), explicó Humberto Gómez Valdivia, especialista y asesor de la entidad, en una entrevista con el semanario Escambray.
En 2014, un reporte de Juventud Rebelde había detallado los esfuerzos de esa industria para asegurarse materia prima de calidad, y aumentar sus producciones y ventas en todo el país. Aquellos propósitos no se concretaron. La falta de una materia prima óptima impidió a la planta traducir en beneficios económicos su alto rendimiento industrial —por cada 100 libras que se llevaban a proceso se obtenían 70 listas para consumo—. La materia prima que se empleaba conllevaba a que su grano “con baja calidad (…) no tuviera aceptación (para) su comercialización”.
El proceso industrial del arroz precocido requiere un cereal de alta calidad, que en Cuba no suele cosecharse por diversos motivos. Las más semejantes son algunas variedades importadas con vistas al consumo hotelero, o producidas a pequeña escala. El cereal es tratado mientras se halla aún dentro de su cáscara, se empapa, se somete a cocción y se seca. Esto posibilita que varios nutrientes se transfieran de la cáscara al grano, alterando la naturaleza del almidón que contiene y obteniendo un producto de más alto valor nutritivo que el arroz tradicional.
En su reinicio de operaciones la planta espirituana tiene al mercado en divisas como objetivo fundamental; “con ventas en formato pequeño, en el mercado online y minorista”, así como “al turismo y en la Zona Especial de Desarrollo Mariel”, según detalló Yariel Rodríguez. Las circunstancias los obligan a buscar “un porcentaje de retorno en MLC”, en detrimento de la comercialización en CUP. Solo se “podrán abastecer algunos nichos en moneda nacional”, reconoció el directivo.
No habrán más ofertas
La reactivación de la fábrica de arroz precocido ocurre en medio de una significativa contracción de la producción arrocera cubana. En el hipotético caso de que la industria alcanzara sus capacidades de diseño, necesitaría de unas 9 000 toneladas de arroz de alta calidad por año, volumen que incluso a una provincia de tanta tradición cerealera como Sancti Spíritus le resultaría difícil proporcionar.
Cuba tiene un consumo percápita de arroz sin comparación en América. Solo el distribuido a través de la canasta básica equivale a unos 38 kilogramos por habitante cada año. Entre esas entregas y las correspondientes a otros destinos la demanda nacional supera ampliamente las 700 000 toneladas por calendario, según cálculos del director general del Instituto de Investigaciones de Granos, Telce Abdel González Morera. En las últimas décadas, solo en 2003 la Isla alcanzó las 751 800 toneladas. El resto de los años el déficit productivo se ha contrarrestado con importaciones, que superan las 400 000 t anuales.
Solo en la década 2010 – 2020, el país ha invertido un monto de más de 800 millones de dólares estadounidenses en la compra del producto.
Aunque parecía que un programa de desarrollo, en colaboración con Vietnam, devolvería el cultivo a sus mejores tiempos, la crisis económica de los últimos tres años cortó en seco la incipiente recuperación. Por su alta dependencia de los combustibles y compuestos químicos, el arroz se enfrenta a un futuro sombrío.
La lógica inclinaría a pensar que no debía ser así. El costo de producir en la Isla una tonelada de arroz es de alrededor de 319 USD, mientras que su precio de compra en el mercado mundial en la actualidad se eleva hasta 633 USD. El mentado Programa de Desarrollo Integral del Arroz, puesto en marcha en septiembre de 2011, previó mejoras en el sector por un monto de 889.5 millones USD hasta 2030. Su propósito de reducir las cuantiosas importaciones del cereal, durante años se creyó posible. Pero, avanzar más en la recuperación —o incluso sostener las plantaciones que se fomentaron en años recientes— implicaría nuevas asignaciones de recursos.
El impacto de la crisis se puede calcular con exactitud. Para este 2022 el Ministerio de Economía y Planificación solo pudo asignar fondos para la producción de 180 000 t, la mitad de lo que se cosechaba cinco años atrás, y que equivale a apenas 3236 t más que las cosechadas en 1993, cuando se tocó el punto más bajo de la producción nacional entre 1985 y 2020.
El arroz tampoco es tan rentable como en otros tiempos. Debido a los cambios en las fichas de costo luego del Ordenamiento Monetario, a muchos plantadores privados y a las empresas arroceras les cuesta cuadrar sus cuentas.
Según lo explica Maikel Suárez Torres, director de la empresa José Manuel Capote Sosa, segunda industria arrocera de la provincia Granma, la industria emplea “como promedio dos toneladas de arroz cáscara húmedo para obtener una tonelada de arroz consumo. A ello se suma que, por una parte, subió el precio de compra al productor, y, por otra, bajó el subsidio estatal del grano. La diferencia de esa combinación genera pérdidas a la empresa”.
“Si se tiene en cuenta que el precio de venta del arroz está centralizado, unido al incremento del precio de la electricidad y los gastos en combustible, insumos y salario de los trabajadores, el resultado es que entre más arroz vendamos, más pérdidas tenemos como empresa”, concluye el directivo.
En consecuencia los productores han debido apelar a actividades paralelas para cubrir pérdidas o asegurarse ingresos en MLC. Buena parte de los insumos imprescindibles para el cultivo solo se comercializan en esa moneda.
Hace solo unos días, durante la asamblea provincial del Partido Comunista en Camagüey, el director general de la Empresa Agroindustrial de Granos Ruta Invasora, Michel Ballate Camejo, expuso como un logro el crecimiento de las exportaciones de carbón de marabú realizadas por la entidad a su cargo. Su intervención fue aplaudida por todos, incluso por el presidente Miguel Díaz-Canel. Nadie recordó, sin embargo, que el principal “objeto social” de esa empresa es la producción arrocera, la cual viene contrayéndose al menos desde 2018.
Las ventajas no quedan claras
El arroz precocido no acumula una gran demanda entre los cubanos, debido en lo fundamental a su ausencia del mercado interno y a su uso excesivo en la dieta doméstica durante el Período Especial de la década de 1990 e inicios de los 2000.
Por entonces, este se convirtió en la alternativa más socorrida para la alimentación masiva en escuelas, centros de trabajo, hospitales y unidades gastronómicas, por dos motivos esenciales: crecía y rendía más al servir las raciones que el arroz tradicional. Eran ventajas determinantes en tiempos en que la supervivencia de los cubanos dependía del milagro de la “multiplicación” de los alimentos. Además, requería mucho menos tiempo de cocción (cinco minutos en lugar de los cerca de 21 minutos del arroz no tratado).
Desde la crisis de los 90, solo podía encontrarse esta versión del cereal comercializado en CUC, y ahora, en MLC.
Y justo en este 2022 llega la noticia de la reapertura de la planta espirituana, que dependerá de la magra producción nacional para elaborar esta variedad del grano, con destino a su expendio en divisas.
Cuando, de forma adicional, no es secreto para nadie que las ventas en la red de tiendas en MLC implican un acceso limitado de los cubanos al producto, en tanto, solo una parte de los residentes en la isla recibe remesas desde el exterior o tiene algún tipo de ingresos en divisas, que le permitan comprar en dichos establecimientos.
En un escenario que suma el disminuido rendimiento nacional del grano, un mercado todavía por definir, un pasado productivo de baja eficiencia, y una inversión millonaria por recuperar, la decisión de echar a andar esta planta, hoy, genera más interrogantes que certezas.