Mucho antes de llegar a Nuevitas, la chimenea de la termoeléctrica Diez de Octubre le anticipa al viajero la ubicación exacta de la ciudad. En los días claros en que la planta trabaja a plena capacidad, su humo es visible a más de 30 kilómetros de distancia, cual representación del espíritu industrioso que en otros tiempos animó a esa población del noreste de Camagüey.
Una sola de las unidades de la “Diez de Octubre” pudiera cubrir con largueza los 16 megawatts/ hora de electricidad que requiere Nuevitas en sus picos de consumo. Lo saben los cientos de trabajadores de la planta y sus familias, y prácticamente hasta el último de los nueviteros. Sin embargo, desde abril —al comienzo de la actual crisis eléctrica— hasta mediados de julio, Nuevitas y el resto los municipios camagüeyanos tuvieron programados sus apagones entre las 5:00 de la tarde y las 5:00 de la mañana. En el horario contrario los cortes eléctricos correspondían a la ciudad cabecera.
Bajo ese esquema de dos bloques la provincia pretendía reducir su consumo a la mitad, de 150 a 75 megawatts/ hora.
“Las doce horas de apagón no siempre se cumplían, sobre todo los fines de semana, pero 8 o 10 horas sin corriente bastan para romperle la planificación a cualquier familia. Mucho más si son en la tarde y en la noche”, me contó una nuevitera residente en los “micros” (microdistritos), el reparto de edificios construido en la década de 1980 para alojar a los trabajadores industriales y del puerto. Muchos de sus vecinos llevan meses alternando las tórridas noches sin electricidad con los exigentes turnos de trabajo en la “termo”.
Intentando responder a la inconformidad popular, en julio la Empresa Eléctrica de Camagüey implementó un nuevo cronograma de apagones, con dos cortes de seis horas para la ciudad cabecera (entre las 5:00 y las 11:00 de la mañana, y las 5:00 y las 11:00 de la tarde-noche) y los municipios (de 11:00 a 5:00 en ambos horarios). Las 12 horas de desconexiones diarias por cada bloque debían bastar para que se siguiera rebajando a la mitad el consumo eléctrico de la provincia y que los apagones nocturnos no ocurrieran únicamente en los municipios.
Pero incluso ese calendario ha sido difícil de cumplir por los constantes “déficits en la capacidad de generación” en la Isla. Déficits que casi siempre se han cubierto con “interrupciones no programadas” en los municipios, al menos en el caso camagüeyano.
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Barrios y realidades diferentes
La ciudad de Nuevitas puede dividirse en cuatro secciones fundamentales: los “micros”, el centro histórico, Tarafa —un pueblo vecino al que el crecimiento urbano convirtió en reparto—, y barrios periféricos como Pastelillo, Los Filtros y Santa Rita. La mayoría de los trabajadores industriales y del puerto viven en las tres primeras zonas, en tanto los barrios populares concentran a empleados con menos nivel de calificación, trabajadores informales, emigrados recientes de las provincias orientales y pescadores (estos últimos, sobre todo en Santa Rita).
Esa geografía socioeconómica influyó en la naturaleza de las protestas que tuvieron lugar en el municipio y que rápidamente se hicieron virales en las redes: el jueves 18 de agosto la manifestación comenzó en Pastelillo y luego recorrió varias calles del centro histórico, sumando a cientos de personas antes de llegar a las sedes municipales del Partido Comunista y la empresa eléctrica; la noche siguiente, el segundo intento de protesta también tuvo como punto de origen Pastelillo, pero al ser contenido por la policía y no rebasar las fronteras del reparto, no “prendió” en el resto de la ciudad. Desde entonces, la cotidianidad local solo se ha alterado por las detenciones ocasionales de protagonistas de las marchas, prácticamente todos residentes en Pastelillo.
No es que falten los motivos para la inconformidad en el resto de Nuevitas. Su centro histórico es la zona con mayor deterioro constructivo en Camagüey —la provincia con el fondo habitacional en peor estado del país—, y en los “micros” la mayoría de los edificios muestran los efectos de décadas sin mantenimientos adecuados. Tarafa hace tiempo no es el puerto por el que transitaban cada año un millón de toneladas de mercancías.
Pero Pastelillo es un caso singular. El barrio, uno de los más antiguos de la ciudad, no es lo que comúnmente cabría describir como “marginal”. En 2018, cuando se decidió construir 50 petrocasas en Nuevitas, fue allí donde se levantó el nuevo emplazamiento. La fisonomía de Pastelillo es dispar: en las calles próximas al puente del ferrocarril la urbanización es más completa, tanto en viviendas como en infraestructura pública; otras calles del reparto, en tanto, nunca han sido pavimentadas y entre sus casas predominan las de madera, hojalata y diversos materiales reciclados.
A tres kilómetros del centro histórico de Nuevitas, y poco menos de Pastelillo, funcionó por casi 50 años la fábrica de cemento 26 de Julio. En ese tiempo, de sus hornos salieron millones de toneladas del material con las que se edificaron innumerables obras en Camagüey, Ciego de Ávila y las provincias orientales. Y en Nuevitas surgieron los “micros”, las industrias y el hospital. Pero no se logró impedir el deterioro del centro histórico de la ciudad, ni que la vivienda dejara de ser uno de los problemas más difíciles de resolver para la familia promedio. Junto al parque Salvador Cisneros –que prácticamente ningún nuevitero conoce bajo otro apelativo que el de “parque del cañón”– el antiguo ayuntamiento en ruinas es el testimonio más visible de cuánto falta por rescatar en la ciudad. Los planes para su reconstrucción se postergaron una y otra vez, incluso cuando todavía funcionaba la “26 de Julio” y era habitual que sus molinos se paralizaran por los excesos de producción sin comercializar.
Junto con la electricidad y el cemento, el gas licuado es otro de los recursos que Nuevitas lleva años gestionando sin mayores beneficios para su población. La terminal de combustibles de Pastelillo —con el mismo nombre del reparto pero ubicada a varios kilómetros de distancia—, es una de las más importantes del país. Por allí transitan todo el petróleo y sus derivados correspondientes a Camagüey y Las Tunas, incluido el gas licuado que se vende de forma liberada en las capitales de ambas provincias. Pero en Nuevitas ni los propios trabajadores de la terminal disponen de ese servicio.
“El tema de la cocción de alimentos es uno de los que más quejas genera, y fue de los que se tuvo en cuenta a la hora de elaborar el nuevo cronograma de apagones. Objetivamente, es muy difícil para la población en los municipios”, reconoció un funcionario del gobierno provincial consultado a condición de anonimato.
Entre 2013 y 2019 la unión Cuba Petróleo (Cupet) autorizó la firma de contratos para la venta de gas licuado a los consumidores de La Habana y las capitales de provincia. El programa se extendería luego a los municipios, comenzando por 50 de todo el país a partir de 2018, según declaró al periódico Cinco de Septiembre el entonces director de Comercialización de Cupet, Riyaguel Capote Rodríguez. Sin embargo, muchos habitantes de esos territorios ya se habían adelantado a la medida, solicitando el servicio a través de familiares y amigos.
En Camagüey, donde por cada libreta de abastecimientos se podían abrir dos contratos de dos balitas cada uno, miles de vertientinos, floridanos y otros residentes en el hinterland agramontino se beneficiaron de esa suerte de vacío legal. El tener que viajar a la ciudad para rellenar los cilindros se sigue considerando un inconveniente menor frente al beneficio que representa contar con una fuente de energía alternativa a la electricidad. Cualquiera que sea el caso, no es lo mismo cumplir ese trasiego desde localidades cercanas que desde Nuevitas, uno de los municipios ubicados a más de 70 kilómetros de la capital camagüeyana.
¿La autonomía traerá prosperidad?
La “Constitución no establece cuáles, o de qué tipo, serán las competencias (aunque podría haberlas definido claramente); no obstante, el reconocimiento mismo del principio de autonomía sigue siendo trascendental, en tanto se convierte en fundamento para convocar a su regulación posterior, con la obligatoriedad que emana de la norma suprema del Estado”. Así reflexionaban en 2020 los profesores Lissette Pérez Hernández y Orestes Díaz Legón, de la Universidad de La Habana. La Carta Magna promulgada un año antes, había retomado el principio del autogobierno municipal, que la Constitución de 1940 planteara, pero nunca llegó a cumplir.
Lo local es inmenso. La propuesta constitucional sobre el municipio
Ocho décadas después, la posibilidad concretar un modelo de gestión pública descentralizado sigue dependiendo de hasta qué punto la administración nacional, y en menor medida las provinciales, acepten transferir facultades y recursos a los municipios.
Para comprobar la asimetría entre unas y otras instancias de gobierno bastan las estadísticas oficiales. Siguiendo una tendencia histórica, durante la última década La Habana concentró —en promedio— el 55 % de las inversiones realizadas en Cuba; de los fondos restantes, hasta dos tercios se destinaron a mejoras en las capitales de provincia. Así puede comprobarse en los anuarios de territorios con diferentes características sociales y económicas, como Sancti Spíritus y Camagüey. Ni siquiera en Holguín, donde el trasvase Este-Oeste concentró en Mayarí más de un tercio de las inversiones provinciales, el municipio cabecera dejó de recibir una cantidad sustancial de fondos.
Sujetos a esa doble postergación, los municipios “no capitalinos” deben lidiar, además, con el hecho de que la mayoría de sus entidades económicas se subordinen a direcciones ubicadas en La Habana o las ciudades cabecera, con todas las dificultades que esa circunstancia implica. Un cambio institucional que no alcance tal orden de cosas no será efectivo.
“Nuevitas es una ciudad sin corriente, teniendo la ‘termo’; sin cemento, teniendo la fábrica; y sin gas de cocina, teniendo Pastelillo. Es cierto que esas son industrias de subordinación nacional, pero a una le gustaría que al menos algunos de sus beneficios se quedaran aquí”, lamentó la nuevitera vecina los “micros”, consultada para este trabajo. No es un sentimiento inusual en localidades como la suya.