¿Se salva o no se salva?
“Se salva”, responde definitivo Santiago Cirugeda, antes de rematar la frase libando una Hollandia enlatada. Junto al cigarrillo, ha sido su inseparable compañera durante toda la tertulia.
“Se salva, pero con una condición…”
¿Cuál?
“Que los vecinos se queden viviendo aquí”.
Es fácil saber que a Cirugeda le interesa más el presente que la historia. Al frente del gabinete de arquitectura social Recetas Urbanas, este inquieto arquitecto sevillano de 49 años se dedica a intervenir espacios comunitarios y adecentar la vida de sus moradores, la prioridad en todos sus proyectos en Europa. Así que insiste:
“Se salva por la gente que habita aquí, que ha hecho cosas que no han sido lo mejor, técnicamente hablando, pero que han permitido que la casa se mantenga en pie”, argumenta.
Para Cirugeda el valor agregado de la mansión de 14 y Línea no reside tanto en el pasado allí de los hermanos Loynaz, sino en sus actuales inquilinos –quienes son para él los héroes de esta historia— que desde los lejanos setenta fueron ocupando la parcela. “Esta era la casa de Dulce María Loynaz. Ya no lo es. Es la casa de las familias que viven aquí”, defiende.
Fue un proceso de favelización a los ojos de expertos en urbanismo, pero que a la larga impidió un costo mayor: el desguace total a manos de depredadores y anticuarios, muy parecidos los unos y los otros a termitas insaciables.
Habitar el gesto
El kilómetro cero del proyecto multidisciplinario Habitar el gesto vino de la mano del gestor y curador artístico Mateo Feijoo, hasta hace poco director creativo de Naves Matadero. Centro Internacional de Artes Vivas, en Madrid. Fue él quien invitó al arquitecto Santiago Cirugeda a viajar a La Habana y sondear varios objetivos previamente propuestos desde aquí.
Finalmente escogieron “el jardín encantado” de Lorca. Para los ideales de intervención ciudadana, se pintaba solo. Se trataba de una intersección entre el patrimonio cultural y los apremios de vivienda, en un país donde el déficit habitacional –cerca de un millón de unidades– es el mayor y agobiante desafío a solventar en décadas.
“Vamos a dedicar el poco presupuesto que tenemos para evitar que se caiga la casa, la fachada, los aleros… que no se vaya a degenerar más porque está hecha una mierda”, dice Cirugeda con su tonillo andaluz.
¿Corre peligro de derrumbe?
“La casa original no. Hay añadidos en la parte de atrás que son ilegales y que habría que demoler, porque está viviendo una madre con dos niñas y está en riesgo de derrumbe. En España o en Europa ya todos estarían desalojados. La casa en sí de Dulce María está perfecta, está vieja, está dañada, pero nadie mata a su padre porque sea viejo”.
Cirugeda corta la conversación para abrazar a un recién llegado. El arquitecto Orlando Inclán.
Un par de adelantados
Hace veinte años, Inclán junto a Lisbeth Villegas se graduó en la especialidad de Arquitectura con una tesis sobre la rehabilitación del inmueble y su conversión en un centro cultural. Aquello duerme el sueño de las gavetas hasta los días que corren.
“Es un proyecto que ha estado latente, no solo en nuestra mente y nuestra pasión por la casa, sino en todo aquel que quiere y desea que la casa se reconstruya”, dice Inclán.
Para este especialista de la Oficina del Historiador de la Ciudad, la iniciativa española es “una llamada de atención”, siendo la meta final “recuperar la casa como un gran espacio cultural, con sus habitantes y sus valores arquitectónicos, culturales y urbanos”.
¿Y este primer paso puede quedar huérfano? ¿Sería un milagro que viniera un segundo?
“Un paso siempre lleva al otro. Por supuesto, si nos quedamos aquí no resolvimos mucho. La idea es una concatenación de acciones, pero soy optimista”.
El plan de Recetas Urbanas es urgente, porque “este lugar tiene patologías por todos lados”.
Asegurar la llamada Casa del Alemán, “que tiene una tipología muy peculiar y que está muy degradada” y que las familias logren el usufructo de sus espacios, pues hasta el presente la gran mayoría de ellas son ocupantes ilegales.
“Han sacado su poco dinero para arreglar la casa y por tanto tienen derecho legítimo de uso”, afirma el arquitecto español.
La fórmula de convivencia no suena inviable para el arquitecto Nilson Acosta, una autoridad en la materia. “Es un hecho que la casa está en una zona de protección y es una edificación de valor, pero se ha demostrado en otras experiencias de trabajo comunitario que sensibilizando a esas personas con el valor del lugar se pueda buscar un esquema de sostenibilidad de los proyectos y a la vez beneficiarse la propia población que vive allí”.
Acosta, para quien la iniciativa española rompe la inercia en torno al inmueble, es vicepresidente del CNPC, el decisivo Consejo Nacional de Patrimonio Cultural.
La entidad tiene poder de veto a la hora de evaluar proyectos de intervención y construcción en zonas protegidas. Línea y 14 posee grado dos de protección, en una escala descendente de cuatro.
Tanto el CNPC como una nube de instituciones concurrieron para permitir y facilitar la tarea de intervención, que se distingue a la legua por el uso de andamios amarillos importados directamente desde España, al igual que muchas herramientas y otros insumos.
Pero antes de colocar el primer andamio, tuvo que pasar un año. No uno cualquiera.
La burocracia dice presente
“Un año de burocracia”, califica por la espesura de los trámites que enfrentó Dianelis Diéguez, una de las tres investigadoras y gestoras del proyecto, junto a Karina Pino y Maité Hernández-Lorenzo.
En ese lapso ocurrió de todo: el levantamiento físico de la casa para el estudio arquitectónico, la planimetría, el traslado y aval de los expertos españoles y su equipamiento, la contratación de estudiantes de la escuela de oficios y de la facultad de Arquitectura, la gestión de permisos de la comisión de Monumentos y de Patrimonio del CNPC, la venia de la Oficina del Historiador de la Ciudad, regida por el doctor Eusebio Leal Spengler- muy cercano a la familia Loynaz desde los años setenta- y después una segunda hilera de oficinas a tocar sus puertas: el gobierno municipal, la dirección de Vivienda y de Planificación Física y el Consejo de la Administración, que se ocupó de pagar los arreglos de las instalaciones de gas y la fosa séptica del inmueble. Ya no hablemos de la aduana.
“Hubo que poner de acuerdo a mucha gente, porque no es un proyecto exactamente que está en el terreno de alguien y es, a su vez, terreno de todos”, resumió Diéguez, del Consejo Nacional de Artes Escénicas, con un suspiro que no es de punto final.
Ahora el equipo coordinador se apresta a encarar la segunda fase de Habitar el gesto: la entrada en acción del Estado en momentos de una fuerte crisis de liquidez, carencias cotidianas y el apretón del bloqueo estadounidense que hace perder al país caribeño doce millones de dólares diarios.
Cálculos extraoficiales cifraron la primera etapa del proyecto en unos cincuenta mil dólares, en tanto la segunda supondría un piso mínimo de 120 mil dólares.
¿Hay riesgos de depredadores?
“Todos los riesgos. La mejor manera de detenerlos es no parar”, considera Diéguez.
Maritza, una cicerone
“Uno se queda asombrado como un lugar como este lo hayan dejado destruir de esa manera. El Estado nunca se ocupó de poner ni un clavo aquí”.
Los reproches salen de la boca de Maritza Prieto González. Ella llegó a este lugar en 1984. Vivía con estrecheces en un apartamento en Centro Habana, cuando alguien la invitó a residir en una de las áreas de la planta baja del chalet donde se atribuye que la escritora redactó la novela Jardín entre 1928 y 1935.
Se trataba de su suegro de entonces, el hermano de Dulce María, Enrique Loynaz y Loynaz, hijo endogámico del general de la independencia con Carmen, una de sus sobrinas.
“Estamos muy contentos porque este proyecto le va a dar nueva vida a la casa que la merece desde hace muchos años y agradecemos también la ayuda del gobierno municipal”, dice Maritza, cuyo recinto sirve de cuartel general para Cirugeda y su tropa.
Memoria viviente del lugar, Maritza es una eficaz cicerone.
“Allí vive un nieto de Genaro con su familia”, indica, señalando con su mano derecha hacia la casa mejor conservada, la número 1108, que linda con la iglesia de El Carmelo.
Genaro fue el jardinero de los Loynaz y con la revolución de 1959, al mermar poco a poco la servidumbre, pasó a ser un factótum.
En la parte trasera del inmueble vivieron hasta el final de sus días, en los años noventa, Rita, la cocinera, con un par de espectrales primas suyas.
Migrantes de La Habana Vieja, –San Rafael y Amistad– los hermanos Loynaz se mudaron en 1923 a la casa de Calzada 1105, perteneciente al Lizardo Muñoz Sañudo, uno de los líderes de la masonería en la Isla y hermano de María de las Mercedes –Mita– madre de Dulce María Loynaz (1902), Carlos Manuel (1904), Enrique (1906) y Flor (1908).
En 1918, Mita se separó del general Enrique Loynaz del Castillo, en uno de los primeros y sonados divorcios de Cuba.
La Casa del Alemán
Una leyenda urbana cuenta que caprichos de Dulce o de Carlos –la sobrevida de un framboyán o de un lagarto, respectivamente– hicieron comprar la Casa del Alemán, convirtiendo la parcela en una mansión familiar que derivó en una suerte de Arcadia, donde los jovenzuelos vivieron cuasi recluidos hasta la adultez.
Siendo uno de los primeros hoteles de playa del Vedado, el inmueble de marras fue edificado por el alemán Auguste Groupe Meyer o Groupe Vagt y sirvió de telón de fondo para La Siesta, un óleo de Guillermo Collazo pintado circa 1888 que hoy puede admirarse en el Museo Nacional de Bellas Artes.
Aunque una inscripción en mármol en la fachada de la casa colocada hace un par de años por estudiantes y profesores del ISA- Instituto Superior de Arte de La Habana- sugiere que allí se gestó la novela lírica Jardín, testimonios del personal doméstico y de allegados a la familia Loynaz aseguran que Dulce María nunca vivió el chalet de techumbre de dos aguas, sino su madre y su hermana Flor. Luego, Mita y Carlos Manuel se mudaron para la última construcción hecha en el perímetro, Línea 1108, donde la primera murió en 1968 y el segundo, pauperizado por la locura y el alcohol, en 1977.
Una obra maestra
De acuerdo con la doctora Zayda Capote, Jardín es “una obra maestra de nuestra literatura” y un “descomunal ejercicio intelectual”. Algunos la etiquetan como un antecedente de la corriente del realismo mágico que amamantó al llamado boom.
Capote realizó su tesis de Doctorado en Filología con ese texto de la Loynaz. En 2017 publicó una edición crítica de la novela.
“Es como el comienzo de un renacer del espacio, de la posibilidad de que al menos puedan recuperar el jardín, de que la gente que vive allí lo haga en condiciones mejores, porque actualmente está en un estado muy precario la edificación y es una batalla permanente”, dijo la ensayista en una breve conversación con OnCuba en Casa de las Américas.
Autora de Contra el silencio. Otra lectura de la obra de Dulce María Loynaz (2005, Premio de ensayo Alejo Carpentier y Premio de la Crítica), Capote ponderó que se trate de una intervención colectiva, pues muchas carencias se deben a la ausencia de ese mecanismo social.
Y Jardín… ¿ sobrevivirá al tiempo y sus circunstancias?
“Yo espero que sea eterna…La novela está muy vinculada a los hechos históricos, corrientes estéticas del momento y discusiones filosóficas sobre la guerra, la productividad del capitalismo… Espero que dure, porque además el capitalismo dura, la guerra también, la sujeción de la mujer también. Son problemas que están discutidos en la novela y todavía son problemas de hoy”.
Arqueología botánica
Intentando el renacer de Línea y 14, el proyecto Habitar el gesto incluyó al artista Yornel Martínez Elías, quien propuso una operación de arqueología botánica: replantar en lo que ahora es un terreno desarbolado la mayoría de las especies nombradas en la novela Jardín: Albahaca, yagruma, roble, rosa, menta, helechos, azucenas, tamarindo.
“Ahora ese jardín es como la Tierra baldía de Eliot. Involucrando también la gestión de los vecinos- sé lo difícil que es para ellos sostener las pocas plantas que hay allí- el proyecto Habitar el gesto se propone incentivar el lugar como un espacio de conciencia ciudadana y que los vecinos se empoderen y reconozcan el valor patrimonial del lugar”, comenta Martínez Elías en su estudio de La Habana Vieja.
Visto como un autor de un post-conceptualismo lingüístico que declina las seducciones coyunturales del mercado, Martínez Elías ha asociado su trabajo plástico a escritores clave de la isla- Lezama, Casal, Piñera- y percibe el jardín de la Loynaz como “una especie de insilio”.
El artista está más ambiciosamente implicado en un herbolario a partir de la narrativa y la poesía de la Loynaz, “que mostraría posteriormente en un espacio de exhibición independiente o en una galería”.
Extramuros
Jardín y la mansión vedadense, así como la excéntrica vida de los hermanos Loynaz, traspasaron los muros del recinto para llegar a la literatura de otros –Carpentier en El siglo de las luces--. También al cine. Los sobrevivientes, un clásico de Tomás Gutiérrez Alea, filmado en Santa Bárbara, la casona de Flor en el oeste de la ciudad convertida en la sede de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano; Últimos días de una casa, documental de Lourdes de los Santos, y La luna en el jardín, un animado de Adanoe Lima y Yemelí Cruz Rivero, son tres ejemplos que se suman al cosmos audiovisual generado por los Loynaz en Cuba.
Jardín en admiradores insospechados
Publicada por primera vez en 1951 por la editorial española Aguilar, Jardín tuvo una lectura colectiva por vecinos de Línea y 14 como una de las performances de Habitar el gesto. Entre el auditorio se encontraban estudiantes de la escuela taller Gaspar Melchor de Jovellanos, que hacen sus prácticas de aprendizaje aquí. La mayoría ignoraba la importancia de la casa y de sus moradores originales.
“No sabíamos que esto fue un jardín esplendoroso, que tenía vista al mar, que aquí se escribió la novela Jardín”, confiesa Julio Enrique León, el más desinhibido del grupo y nombrado vocero ad hoc.
Los jóvenes trabajan de ocho de la mañana a cuatro de la tarde en la albañilería y han conocido nuevas herramientas que son “el regalo más preciado… Nos reímos con los españoles. El trabajo con ellos es dinámico y alegre”, palabrea Julio Enrique en medio de una salva de aplausos de sus colegas.
“Los chicos están funcionando muy, muy bien. Estamos super agradecidos con ellos. El simbolismo que tiene esta casa dentro de la ciudad aporta también a esa manea de trabajar de los chavales”, considera Juanjo Estrada, de Recetas Urbanas.
Junto a David Orriols y Marta Espino, el resto del equipo español, Juanjo anuncia que se cambiarán “las ventanas de dos fachadas y se reforzarán las maderas del portal” del chalet.
A diferencia de España, donde se emplea en mucho la madera y las estructuras metálicas, aquí el cemento es el insumo dominante, hace notar el especialista sevillano.
“Aunque la madera original es dura, los arranques de los pilares están dañados. En el porche se quedarán todas las maderas amarillas, símbolo de la fase que está sufriendo la casa”, anuncia Estrada, resaltando la marca que dejará Recetas Urbanas a la vista de todos.
Anecdotario con aires de cotilleo
Una de las tertulias de Habitar el gesto tuvo al investigador y periodista Ciro Bianchi como su plato fuerte.
Cronista de pura raza, Bianchi no pudo sustraerse a la fabulación en torno a una familia de patricios que fue la comidilla de todo un siglo, el XX, tanto en sus horas altas como en su decadencia más lastimera.
Por azar, en la niñez, fue vecino en el barrio de Lawton del general Loynaz, “quien me regaló un busto de Martí”, rememoró Bianchi, rodeado de un auditorio absorto en sus historias.
“Ellos ponían todos los regalos sobre la cama y al otro día los vendían en las tiendas”. “Flor, en Santa Bárbara, tenía una capilla con un sarcófago de plata donde yacía una de sus perras, conservaba el Fiat del año 30 donde llevó a Lorca al puerto de La Habana y guardaba una treintena de juegos de cuarto, entre ellos el del presidente Carlos Prío”.
“El embajador de España tuvo que hacer una comida para que se conocieran personalmente Dulce María y Lezama”.
“Dulce hablaba muy mal de García Márquez, decía que era un engreído y que no hacía nada por disimularlo”. “Enrique dormía en una caja de muerto”. “Dicen que Carlos Manuel, cuando quemó toda su papelería, también quemó el manuscrito de El Público. Posiblemente eso nunca sucedió”. “El manuscrito de Yerma lo trajo a Cuba el compositor y crítico musical Adolfo Salazar en el 38 y se le entregó, por deseo de Lorca, asesinado en el 36, a Flor, quien luego lo donó a patrimonio por manos de Marta Arjona”. “El mayordomo de esta casa medía como dos metros y siempre andaba día y noche con un candelabro en la mano”. “Lo que Ud. escribe no sirve, cualquiera de sus hermanos escribe mejor que Ud. Eso nunca se lo perdonó Dulce a Lorca”. “Para cortejarla, Guillén le enviaba ramos de flores, que ella devolvía a la UNEAC con su chófer”.
Tales fueron algunas anécdotas contadas por Bianchi que hicieron las delicias de los oyentes.
Una de las más sabrosas da fe de la cortante ironía de Dulce María. En los años ochenta, el periodista tuvo que coordinar un encuentro entre un equipo de televisión española con la autora de Jardín a propósito de los días cubanos de Lorca.
Incomodado ante esa eventualidad, un alto ejecutivo del ICRT, Instituto de Radio y Televisión, le hizo saber a Bianchi una advertencia para la Loynaz: “Dile que no puede hablar mal de la revolución, ni del comandante en jefe”.
Con el debido respeto ante la que sería premio nacional de Literatura y el segundo Cervantes de Cuba, Bianchi trasladó la solicitud del oficialismo, ante lo cual la poeta respondió con su cultivada rispidez:
“¿La entrevista no es sobre Lorca?”
Post Scriptum
En 1946 Dulce María Loynaz abandonó para siempre la casa de Línea y Calzada. Fue a vivir con su marido, el cronista social Pablo Álvarez, con quien poco después compraría la residencia de 19 y E, en el Vedado, hoy convertida en un laborioso centro cultural. Una vez fallecidos su madre y su hermano en la rancia mansión señorial, solo quedaron algunos de sus antiguos sirvientes y una manada de perros satos.
Dicen que la autora de Últimos días de una casa a ninguno abandonó a su suerte.
Increible!