Dijo llamarse Talía y tener “más de 21 años”, aunque su delgadez inducía a suponerla más joven. Esa noche —¿como otras?— deambulaba por los alrededores del puente de La Caridad y la rotonda, a un paso de la soledad cómplice del parque Casino Campestre, en Camagüey.
En principio, no ofrecía sexo por dinero; al menos no a las claras. Una conversación breve y algunas risas con los “bicitaxeros” estacionados en una piquera cercana me indicaron que no era extraña al lugar. Con sorna, uno le preguntó cómo tenía “el paquete hoy”.
Al cabo de un rato regresó con el pretexto de encender un cigarro y se sentó en mi banco por algunos minutos. Fueron suficientes para enterarme de retazos de su vida: que era de un pueblecito de Las Tunas, que allá su familia no comulgaba con lo que “es”, que sus padres no tenían “la culpa”, que “cuando era varón” no le gustaban las cosas de niña sino lo “normal”…
Para entonces, una compañera suya ya se había marchado con un cliente y ella seguía inquieta el paso de los pocos autos y transeúntes de la zona. Yo, que me había acercado al lugar intentando encontrar una arista novedosa sobre el nuevo Código de las Familias, apenas intercalaba alguna pregunta. “¿Y la policía no las molesta?”, fue una. “Por esto no, pero por lo otro sí”, me dijo sin más explicaciones; “lo otro”, supuse, sería la prostitución.
Según Manuel de Jesús, un misionero evangélico con el que había conversado esa tarde, el mayor pecado de Talía no estaría en vender su cuerpo, sino en la “sodomía”. Así me lo había explicado enfático, esa tarde, en medio de una larga reflexión acerca de los peligros de “ir contra la familia original”. “¿Qué sociedad están proponiendo, en serio alguien puede pensar que los niños que crezcan con dos padres o dos madres serán ‘normales’?”.
Bordeando la treintena su proyecto de vida pasa por casarse con una “hermana de fe y formar una familia cristiana”, confesó. Su mundo ideal sería uno en el que sus hijos pudieran acudir a una escuela afín a su orientación religiosa, sin necesidad de exponerse “a las ideologías de género o a cuestiones que están en debate, como la teoría de la evolución”.
Pese a que en la ciudad de Camagüey la iglesia católica disfruta de un ascendente mayor que en otras regiones de la Isla, aquí han sido las denominaciones protestantes las que han liderado la campaña de cuestionamientos al proyecto de Código. Al menos en las comunidades. En los últimos meses Manuel de Jesús y sus hermanos de misión sumaron a la tradicional prédica en busca de nuevas almas su defensa de la familia “verdadera”. Encontraron eco en muchas personas, “incluso en algunas que no estaban listas para encomendarse a Dios, pero que en este asunto comparten lo que decimos”, aseguró.
Previsiblemente, el día del referendo la propuesta encontrará mayor resistencia en la periferia de la cabecera provincial y las zonas rurales. A esa circunstancia habrá contribuido el activismo religioso, pero también la tradicional visión sobre las relaciones parentales. Alfredo Murguía, un trabajador del Ministerio de Salud Pública, de unos 50 años, nunca entendió “porqué pusieron en el proyecto lo del homosexualismo. Como lo veo, está lleno de cosas buenas, por ejemplo, los derechos que otorga a los abuelos para que no puedan privarlos de sus nietos, pero no creo que el país esté preparado para ver a dos hombres casándose o criando solos a un niño”. Reconocerles “alguna forma de unión legal” sería para él el límite de lo “aceptable”.
A falta de encuestas fidedignas, anticipar los números del domingo tiene más de adivinación que de análisis racional. Cualquiera sea el caso, en contextos urbanos, el respaldo al Código se anticipa más condicionado por factores culturales que por la edad o poder adquisitivo de los votantes. Quienes ejercen profesiones liberales suelen respaldar la nueva legislación, pero en otros grupos poblacionales el rechazo y la apatía se extienden por franjas importantes de la población. Otro obstáculo en el camino del “Sí” es la corriente de opinión que considera el referendo una suerte de plebiscito político.
“Hay quienes estimulan que se vote No, solo para demostrar que ese No puede ser una negativa popular a la gestión del gobierno. Yo considero que el Código (aún con esas zonas perfectibles) es un paso de avance en las conquistas de ciertos Derechos que en algún momento el propio gobierno, que ahora estimula la aprobación del código, criminalizó. Definitivamente no se puede seguir arrastrando con lo peor del pasado, sino nunca tocaremos la frágil frontera del futuro”, reflexionó hace pocos días el dramaturgo Freddys Núñez Estenoz, director de la prestigiosa compañía Teatro del Viento y presidente del comité organizador del Festival Nacional de Teatro, que cada dos años transcurre en Camagüey.
Sería difícil calificarlo como un activista progubernamental. A comienzos de octubre volverá a presentar “Huevos”, una polémica obra sobre los actos de repudio que en el verano cumplió su primera temporada a taquilla llena. Y en varias oportunidades ha motivado opiniones encontradas por sus publicaciones en Facebook. “El Código hace la vida, creo que más fácil, a un sector de la población en el que me incluyo”, detalló, al argumentar su posición.
La puesta en escena en la que trabaja Núñez Estenoz está programada para las 11:20 de la noche, “por la inestabilidad con la electricidad”, una situación que en las provincias ahora mismo concentra tanta o más atención que la iniciativa legislativa. Entre su público —con toda seguridad— priman los partidarios de la nueva legislación.
Pero más allá de las puertas del teatro el respaldo real hacia el Código está por verse. Incluso entre quienes en principio parecieran llamados a defenderlo, como Talía. Cuando le pregunté al respecto, apenas pudo echar mano a un par de lugares para salir del paso. Esa noche su prioridad era luchar algo para ponerse al día con el alquiler, por el que ya la estaban presionando. “No sé si algún día me case. Sinceramente, no tengo tiempo para pensarlo”.