Lentamente sustituyes la línea telefónica en tu celular por una que te mantendrá comunicado en tu nuevo destino. Parece un ejercicio simple y mecánico…sin embargo estás absorto en múltiples pensamientos y seres que te acompañan en aquella intrascendente operación. Quizás fuera más simple, piensas, si tu Motorola viejo tuviera dos entradas, pues te ahorrarías aquel gesto monótono de cambiar un chip por otro, que se te muestra como la cruda realidad de desplazarte de un lugar a otro. Un gesto que te obliga a reconocer que tu existencia comienza a ser mediada por un chip telefónico en otro idioma, y que lo quieras o no, te esfuerces mucho o poco por estar cerca de los tuyos a través de una ocasional pantalla o un mensaje de voz, definitivamente te alejas…y no tienes idea exacta de cuánto implica esa lejanía.
Junto a la fuerza para hacerte emprender el camino aparece nítida la voz de ella, tu anciana querida, diciendo: “¿Y cuándo regresas, mijo?”. Es ahí cuando te quedas sin palabras, el tartamudeo leve de tu niñez aparece, plantas excusas, pretextos, la vista se te pierde en el suelo, queriendo que se abra y te trague. Ella mantiene su mirada inquisitiva y dulce, para repetir tranquilamente y con la mayor ternura: “¿Mijo, y cuándo regresas?” Este es uno de los dramas del emigrante, la sensación del no-retorno; la compleja dialéctica de entender y que los que amas entiendan que vale la pena un no-estar que, en circunstancias dramáticas, extremas, puede convertirse en un no-regresar.
¿Cómo le explicas a tu abuela octogenaria que es imprescindible partir para reinventar tu vida en un horizonte difuso, si ella se conforma con tenerte a su lado y que le consueles con una palabra de aliento? ¿o pasando tu mano por su espalda adolorida de achaques y de años llevando una familia encima? ¿Cómo le explicas que asumes el desafío de ser un extranjero, aunque no te faltará nunca el amor de ella y el de muchos/muchas otras/os para salvar tu alma del exilio, de un exilio lacerante, del peligro de una metamorfosis que te diluya y te deje vacío de ti mismo? ¿Con cuáles palabras le convences, que estarás ahí…en ese imprescindible momento de reencuentro si llega el cenit de su existencia?
Por eso tu estrategia es valorizar tus sueños ante los ojos de ella, es un movimiento táctico sesgado de hipocresía y premeditación, pues sabes que tus sueños son sus sueños, que tu felicidad es su felicidad. Haces un esfuerzo, te brillan los ojos, animado, y ella se rinde también animada contigo. En el fondo sabes que cualquier logro, sueño, aspiración, quedará trunca, limitada por la angustia del no-retorno a lo que amas y a quienes amas.
En ese punto, te dices con severidad que no es tiempo de ceremonias…la vida sigue. Es la fuerza innata, a veces áspera e insensible, del que se dispone a emprender, arriesgar, alejarse para acercarse a lo incógnito, que no deja de rasgarle profundo. No debería ser así tratándose de una actividad humana tan natural y secular como emigrar, moverse, ser un Ser diaspórico, transfronterizo, que cambia, se muda, elige vivir fuera y puede regresar siempre a quien ama.
Pero sabes que la metáfora de los placeres del exilio, que enuncia el escritor barbadense George Lamming1, es engañosa; tiene matices y carga con ella dramas monumentales y diversos. El exilio es una figura universal, “(…) teníamos que marcharnos con la esperanza de que un cambio de clima propiciara un cambio de suerte (…)”, afirma Lamming. Sin embargo, para el poeta antillano la condición de exiliado es también un poco la del colonizado. Lleva implícito mayores privilegios, que no son solo los placeres de mejor vivienda y más comodidades. El colonizado debe aprender estos privilegios si va a demostrar que los merecía, porque siempre hay alguien más esperando para obtenerlo, lo cual genera profundas dicotomías.
Para el intelectual palestino Edward Said2 el exilio no es una cuestión de elección:
“El exilio es algo curiosamente cautivador sobre lo que pensar, pero terrible de experimentar. Es la grieta imposible de cicatrizar impuesta entre un ser humano y su lugar natal, entre el yo y su verdadero hogar: nunca se puede superar su esencial tristeza”.
Partir es la primera palabra de Aimé Césaire en su poema Cuadernos de un retorno al país natal; ser un hombre-judío es la nueva condición que asume el poeta que parte y retorna. En la perspectiva de Benedict Anderson las naciones son comunidades imaginadas, por ello Stuart Hall3 plantea que existe una cuestión central en la nación ahí donde hay un “sujeto imaginado” siempre en juego. Este sujeto en la condición de diáspora adquiere identidades múltiples.
Stuart, uno de los representantes de los estudios culturales británicos, se hace un cuestionamiento: ¿cómo modifica la experiencia de la diáspora nuestros modelos de identidad cultural?, ¿cómo debemos conceptualizar o imaginar la identidad, la diferencia y el sentido de pertenencia juntos en el mismo espacio conceptual después de la diáspora? Y no se refiere (Hall) solamente al hecho de que las personas emigren, sino cómo estas mismas personas construyen discursos, construyen metalenguajes, construyen simbologías desde las propias diferencias, aún más allá de un concepto diaspórico y puramente restringido a ese momento de la emigración.
Y es esa complejidad la que por momentos te espanta, esa condición de Ser ambiguo, un ser-nada, un ser-nadie, un ser-ininteligible, que intenta entender un mundo que no es el suyo. Tu cubanidad etérea sin tierra a la que aferrarse, que ocasionalmente será puesta a prueba por alguien pidiendo que cantes una música de Buena Vista…, otra queriendo un Mojito o una tercera inspirada necesitando que le hables de lugares que ni tú mismo has visitado. ¿Cuál cubano serás en ese exilio? Serás el cubano de la Cuba de Fidel, de la Cuba de Miami, de la Cuba socialista, de la Cuba de Celia Cruz, de la Cuba de los médicos, de la Cuba de remesas. La Cuba de El Floridita y de Varadero, la de La Habana glamourosa…¿cuántas Cuba cargas contigo?.
Por eso prefieres llevar y dejarte acompañar por tu Cuba profunda, la Cuba negra, la del barrio, la periférica, la desconocida, la invisible, la que te arrulla y te da fuerzas, la que no cabe en el azucarero, aquella donde está Fela, Lourdes, Roxi, Maikiel y Ledis. Es por esa Cuba que te alejas y retornas cada día, entras y sales de tu no-lugar diaspórico, con la ternura y la fuerza de aquellos millones de tus ancestros que desdibujan el mapa de un Atlántico Negro. Sabes que llevas ahora el privilegio de ser libre, de que te acompañen y protejan las religiosidades y espiritualidades de los que estuvieron y de los que están. Entonces ve con ellas y ellos, sigue adelante, cumple tu destino diaspórico, y sé pleno por ti y por los tuyos, que también así lo serás por Cuba.
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Notas:
1 LAMMING, George. Los placeres del exilio. La Habana: Fondo Editorial Casa de las Américas, 2007.
2 SAID, Edward W. Reflexiones sobre el exilio. Debate, Barcelona, 2005, p. 179.
3 HALL, Stuart. Da diáspora: Identidades e mediações culturais. Belo Horizonte: Editora UFMG; Brasilia: Representação da UNESCO no Brasil, 2003.