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Conocí a Bárbara Hernández por una de esas serendipias del algoritmo de Instagram. Bastaron un par de clics para que su historia me atrapara por completo.
Ha batido tres récords Guinness, entre ellos el del nado más largo en la Antártida: 2,5 kilómetros en aguas que apenas rozan los 0 °C, sin traje de neopreno. Una distancia que, en términos de esfuerzo, bien podría compararse con una media maratón (21 km). Al concluir la prueba, estuvo casi al borde de la muerte.
Entre las risas nerviosas provocadas por la hipotermia, lo que más recuerda de ese instante es la emoción que sintió al ver ondear la bandera chilena desde la escotilla del barco hacia el que la conducían los buzos rescatistas. “Sabía que este nado no era solo un desafío deportivo, también era una forma de hablar sobre la creación de áreas marinas protegidas y todo lo que significa la Antártica. Me sentí muy afortunada”, contó a OnCuba vía WhatsApp.
Era febrero de 2023. Pleno verano austral. Aun en esa época del año, las aguas antárticas oscilan entre los 0 y los -2 °C. Para muchos, nadar allí puede parecer una extravagancia extrema, un riesgo innecesario. Y tal vez lo sea. Pero el propósito de Bárbara va mucho más allá de una hazaña personal: su causa es crear conciencia ambiental sobre la crisis del océano Austral, un ecosistema vital con protección legal mínima y cada vez más amenazado por el cambio climático, el deshielo acelerado, la sobrepesca del kril y la pérdida de biodiversidad. “Obviamente es necesario habitar la incomodidad, meterte en lugares dolorosos, pero tenemos que tener un por qué”, dice.
La llaman La Sirena de Hielo, y no es para menos: esta nadadora chilena es la primera mujer latinoamericana en completar uno de los desafíos más exigentes de la natación en aguas abiertas, que incluye siete travesías en mares de todo el mundo. El 14 de junio de 2024 cruzó el Estrecho de Tsugaru, en Japón, y completó la serie tras nadar 27 kilómetros en 11 horas y 40 minutos.
Psicóloga de formación filiada a la Universidad de Chile, Bárbara es también influencer —su comunidad en Instagram supera los 100 mil seguidores—, fundadora de su propia organización y miembro de Antártica 2030, un movimiento global promovido por la Comisión para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos (CCAMLR) que reúne líderes de todo el mundo con el objetivo de proteger al menos el 30 % del océano antártico para el año 2030.

“Quiero ser una vocera que acerque estos temas a las personas y demuestre que se puede impulsar el cambio desde nuestras pasiones”, relata Bárbara, quien pesar de haber nacido lejos del mar, en Recoleta, un barrio al norte de Santiago de Chile, comenzó a nadar a los seis años. A los 17 probó las aguas abiertas y se enamoró perdidamente de esta modalidad, en la que hoy es multi campeona y recordista.
A sus 39 años, va a la piscina solo para entrenar, lo cual hace todos los días. Pero sus verdaderos desafíos, la adrenalina, la respiración entrecortada al sonido del silbato de comando, ocurren en el océano.
Además de nadar en aguas gélidas, esta chilena —que en julio próximo buscará el récord del doble cruce del Canal de la Mancha— prefiere las noches para nadar. Como speaker y vocera deportiva y ambiental, se ha propuesto como una de sus misiones principales promover la natación entre mujeres y niñas.
¿Cómo comenzó tu vínculo con la natación?
Empecé a nadar desde muy pequeña. Vengo de una familia que ha conquistado las cosas con mucho esfuerzo. Poder nadar en el mar siempre ha sido un privilegio, ganado con mucho corazón durante toda mi vida.
¿Cómo fue tu adaptación al agua fría?
Nadar en agua fría ha sido parte de nuestra adaptación porque nuestro mar en Chile tiene temperaturas más gélidas. Este es un deporte extremo al que he decidido poner mi corazón, pero también las causas que buscamos visibilizar y defender, como la protección al medioambiente.

¿Qué implica nadar sin protección térmica?
No usar traje de neopreno ni ningún tipo de grasa aislante es siempre una invitación a vernos de frente, a entrenarnos para estas condiciones, adaptarnos al frío, aprender a nadar con hipotermia. Pero también es una demostración súper concreta de lo poderosa que es nuestra mente y de cuánto nuestro cuerpo está hecho para adaptarse a las condiciones más complejas.
En un post tuyo en Instagram en el que te vemos nadando rodeada de glaciares se puede leer: “Antártica: así se llama mi sueño”. ¿Por qué nadar en aguas heladas? ¿Qué te condujo a asumir el reto antártico?
Nadar en Antártica siempre fue mi sueño. Lo trabajamos durante 10 años, tres de ellos junto a la Armada de Chile. Tuvimos que conseguir un estudio de impacto ambiental (EIA) para poder hacerlo, porque así lo requiere el Sistema del Tratado Antártico y la legislación chilena. Hubo mucho trabajo, mucha preparación física y también mental para poder nadar ahí.

¿Qué experiencias previas te prepararon para ese desafío?
Fue clave adaptarme a lo que significa el mar, nuestro oleaje, las corrientes. Empecé a nadar en la Patagonia con apoyo de Parques Nacionales y también de muchos emprendedores del turismo.
En junio de 2024 conquistaste tu sueño de nadar en los 7 mares cuando completaste la travesía por el Estrecho de Tsugaru, en Japón. ¿Qué significó conseguirlo?
Nuestro nado en Japón y el cruce de los siete mares fue un trabajo de alrededor de diez años. Desde que enviamos la primera carta pidiendo cupos, pasaron muchos años. Uno se postula a estos nados, así que hay mucho trabajo detrás. Además, son pruebas muy costosas. Siendo chilena, latina y sudamericana, terminar los siete de siete significó un tremendo logro; no solo mío, sino también del equipo y de todas las personas que creyeron en este proyecto.
Para tu nado de 2,5 km en la Antártica (a 2 °C), ¿cómo fue tu proceso de aclimatación? Se habla de un entrenamiento de tres años específico. ¿En qué consistió ese trabajo?
Consistió en nadar mucho en la laguna del Inca, en plena cordillera de los Andes durante el invierno, con mucha nieve. También entrenamos en la Patagonia, en glaciares como el San Rafael. La adaptación fue tanto mía como del equipo; teníamos que poder enfrentar juntos todo lo que implica la recuperación tras una hipotermia severa. También hubo mucho entrenamiento en piscina, en condiciones más ideales, con agua templada. Nuestro objetivo era que yo estuviera lo más rápida y liviana posible para nadar esa tremenda distancia.

¿Qué sentiste durante los 45 minutos que pasaste en el agua antártica?
Durante los 45 minutos y 30 segundos que estuve en el agua, mi temperatura corporal bajó a 27 grados. Estaba concentrada y me sentí agradecida y cuidada por mi equipo. Sabía que este nado no era solo un desafío deportivo, también era una forma de hablar sobre la creación de áreas marinas protegidas y todo lo que significa la Antártica. Me sentí muy afortunada por formar parte de eso.
¿Hubo algún momento simbólico al terminar el nado?
Sí, el momento final de la prueba fue muy emotivo: sabíamos que para toda la dotación del buque de la Armada de Chile esto también era un logro, y que lo habíamos construido juntos. La canción (“Eye of the tiger”), la bandera… fue un mimo al alma. Me sentí querida, admirada, acompañada.

¿Cuál es el propósito de visibilizar estas travesías?
Queremos generar conciencia sobre las políticas ambientales, llevar estos temas a las comisiones de deporte y medio ambiente. El deporte puede acercar estas causas a personas comunes, no sólo a científicos. Queremos hablarle a los amantes del mar, a los chilenos, a Latinoamérica entera. Lo que pasa en el océano austral afecta a todos los mares del mundo.
¿Existe alguna estrategia específica para regular la temperatura corporal?
No. Aprendemos a nadar con hipotermia severa en condiciones bastante extremas. No se trata de evitar el frío, sino de adaptarse a él. Eso se logra con entrenamiento en piscina, aclimatación en hielo, trabajo mental y también físico: gimnasio, fuerza, resistencia.

¿Cómo es tu rutina actual de entrenamiento?
Me levanto todos los días a las 5 de la mañana. A las 5:50 a.m. ya estoy en la piscina. Entreno 9 kilómetros diarios, lo cual me toma casi 3 horas. Luego voy al gimnasio por alrededor de una hora o una hora y media. Después de eso empieza mi jornada laboral: soy psicóloga, trabajo con marcas y auspiciadores que nos ayudan a solventar los gastos de los nados. También soy voluntaria en distintas organizaciones y tengo mi propia fundación.
¿Qué opinas sobre el componente mental en la natación?
Creo que eso de que la natación es 80 % mental y 20 % física no es del todo cierto. Físicamente hay que estar muy fuerte para estos nados. El cruce doble del Canal de la Mancha, por ejemplo, que haremos próximamente, va a durar 30 horas. La mente es muy importante, claro, pero si el cuerpo no está fuerte, no hay brazos ni corazón que aguanten. La parte mental también implica habitar la incomodidad, trabajar con un psicólogo, encontrar un propósito más allá de la motivación diaria.
¿Con qué profesionales trabajas como parte de tu equipo?
Tenemos un equipo multidisciplinario: entrenadores, biólogos, psicólogos, nutricionistas. Estamos muy sincronizados. Algunos están presentes en los nados y otros en el día a día. Veo al preparador físico todos los días, al nutricionista casi todas las semanas, y al médico de forma más puntual.

¿Cuál es tu próximo gran reto? Cuéntanos sobre la doble travesía del Canal de la Mancha, y el regreso a la Antártida con nuevos objetivos y una Fundación propia.
Fui la primera sudamericana en completar el Ocean’s Seven, y ahora estamos trabajando en el cruce doble del Canal de la Mancha, entre el 24 y el 30 de julio. Después de eso, queremos volver a la Patagonia y nuevamente a la Antártica.
Por otro lado, tener nuestra fundación es algo hermoso, aunque desafiante. Cada vez hay más mujeres nadando en aguas frías en Chile, y eso es muy inspirador. Mi fundación se llama Barbra Hernández y está destinada a promover la natación, y a acompañar especialmente a mujeres y niñas en este mundo de la actividad física tan vinculado al mar.
¿Qué consejos darías a personas que sueñan con retos aparentemente imposibles, ya sea en deporte o sostenibilidad?
Que no le tengan miedo al miedo, como dice mi mamá. Que aprendan a comprometerse, a concretar pasos, a entender que el propósito puede ir cambiando. Que se atrevan a decir lo que realmente quieren, porque se van a sorprender de la cantidad de personas que están dispuestas a ayudar. Hay que aprender a hacer del tiempo un aliado y a ver el fracaso como parte del proceso. La persistencia es lo que marca la diferencia.

¿Crees que tu jornada en la natación y el activismo puede motivar a otras mujeres a involucrarse en deportes extremos o en la protección del medioambiente?
Creo que esta forma de nadar tan conectada con la naturaleza puede motivar a mujeres de todas las edades a encontrar un lugar en los deportes extremos o en la natación en aguas abiertas. Es una forma de proteger lo que amamos, de conectar con nuestra identidad y con el espíritu latinoamericano. Hemos demostrado que se puede nadar en hielo, con hipotermia, durante 30 horas, casi 100 km. La pregunta es: ¿cuándo empiezas tú?
¿Cómo te gustaría ser recordada?
Como una nadadora perseverante, agradecida de ser latina y del océano. Alguien con ganas de seguir apoyando y acompañando, que inspire más allá de las medallas. Me gustaría ser esa nadadora que a mí me habría encantado conocer cuando era niña. Alguien capaz de escuchar, de acompañar, de decirte que no estás solo, porque todas esas personas también me acompañan a mí cuando nado de noche, en medio de la nada. Una frase que usamos mucho es: “siempre sirena, nunca insirena”. Significa que tenemos que ponerle el corazón a lo que hacemos, reírnos de nosotros mismos, pero sobre todo, perseverar.