Durante semanas Alexis buscó pintura en las tiendas de La Habana. Gastó horas y horas en caminar de un lugar a otro, de Galiano a Carlos III, de Playa a Marianao, pero nunca encontró lo que deseaba.
O bien no halló los colores que quería o la pintura disponible era demasiado cara para su bolsillo. Estuvo tentado a hablar con alguno de los tantos revendedores apostados en las afueras de las tiendas, pero su esposa Maritza lo detuvo a tiempo.
“En Revolico aparece mejor y más barato”, le dijo.
A los dos días ya tenía los galones en su casa. “Y no fue el mismo día porque el hombre tenía que pasar por el almacén a ‘habilitar’ según nos dijo”, cuenta.
Alexis no le preguntó al vendedor de dónde salía la pintura, si la conseguía en el extranjero o la sacaba de una empresa estatal, lo que le parecía lo más probable. No le importaba. Lo suyo, me dice, “era resolver, porque el Estado la vende muy caro”.
“Además –se suma Maritza–, la pintura no estaba mala. No era ‘la mejor de La Habana’ como decía el anuncio, pero nos resolvió el problema. Era como la que venden en las shoopings… cuando aparece.”
“La próxima vez miramos directo en Revolico y no perdemos tanto tiempo en las tiendas”, me confirma la pareja al despedirnos.
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El aumento paulatino de la conectividad en la Isla, con más de 600 sitios wifi públicos y más de 37,000 usuarios del servicio Nauta Hogar –que permite el acceso a internet desde las casas–, les ha dado una mayor visibilidad a este enorme bazar online.
También ha contribuido –y mucho– el Paquete Semanal, ese híbrido offline de lo humano y lo divino en el que los potenciales usuarios pueden hallar versiones periódicas de estos sitios y sus aplicaciones para teléfonos móviles.
Su éxito ha multiplicado las ofertas y, con ello, la competencia. Ya no es solo Revolico, que con más de una década de creado mantiene un lugar destacado entre las plataformas de anuncios. Desde hace varios años están bien posicionados Porlalivre y Cubísima, y la lista ha seguido creciendo con Bachecubano, Timbirichi, 1CUC.com, Ofertas –el único sitio estatal, de la Agencia Cubana de Noticias– y la app La Chopi, entre otros.
En su portada, Revolico reportaba este 1ro de agosto más de medio millón de anuncios en los últimos sesenta días; Porlalivre, más de 10,600 en 24 horas; Bachecubano, más de 74 millones de visitas y de 202,000 anuncios en total; y 1CUC.com más de 16,110 usuarios y 219,000 clasificados.
Interrogados por OnCuba, los gestores de Cubísima reconocieron unos 5,000 visitantes diarios aproximadamente, y Timibirichi –online en su actual versión apenas desde enero– unos 200 nuevas visitas por jornada, aunque aclaró que es una cifra relativa y que no toma en cuenta al Paquete, al que atribuye su mayor propagación.
Lo mismo apunta el equipo de La Chopi, para el que los múltiples caminos del Paquete en Cuba impiden “contabilizar de una forma real su verdadero alcance”.
En cualquier caso, a pesar de las repeticiones, los spams y la promiscuidad de los anunciantes entre las diferentes plataformas, así como del hecho de que su comunidad excede ya las fronteras geográficas de la Isla, las estadísticas declaradas son llamativas.
También lo es que estos sitios, en los que anunciarse en primera instancia es gratuito, puedan sustentarse desde Cuba con la venta de anuncios destacados, autorrenovables y publicidad, entre otras variantes.
Para una sociedad insuficientemente conectada y donde el comercio electrónico es todavía ciencia ficción, que estas versiones criollas y parciales de Amazon, eBay y Craigslist pasen de boca en boca y de memoria flash en memoria flash, es un síntoma inevitable de una economía paralela o subterránea, que mueve millones sin que nadie pueda con certeza conocer sus volúmenes.
No en balde las cadenas estatales han comenzado a lanzar sus primeros guiños a manera de servicios online y apps, aunque todavía de forma muy precaria.
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Yunia vende productos de belleza en su casa. Tiene varios proveedores que le traen “sus cosas” de Panamá, Guyana, Ecuador y Estados Unidos, me explica con una sonrisa abrillantada por un diente de oro. Shampoo, suavizador “del bueno”, esmalte para las uñas, cremas, perfumes, tintes de pelo…
Durante un tiempo también vendió ropa, pero dejó de hacerlo porque “la competencia era muy grande”. Entonces decidió concentrarse en sus productos actuales y multiplicar sus posibles compradores colgando anuncios en los sitios de clasificados.
“Me he anunciado en Porlalivre, en Revolico por supuesto, en Bachecubano –explica—y no me ha ido mal. La gente me llama o viene a verme de toda La Habana; incluso han venido de Pinar del Río y Bejucal.”
Ahora está pensando ampliar su campo a planchas para el pelo, secadores, kits de uñas postizas y otros accesorios y equipos de belleza. “Eso sí –especifica–, con sus propiedades para que no haya complicación”.
Le pregunto si tiene licencia y me mira cómo si le hubiese lanzado un problema de trigonometría. Me mide unos segundos en silencio, sopesando si soy o no un inspector camufaldo, o –peor– un policía, y finalmente decide jugarse su carta:
“Claro, papito, de manicure –ladea el rostro para señalarme una mesa en la que duermen pomos de pintura, brillo y acetona–. En este negocio hay que estar siempre protegido, por si acaso.”
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Sumergirse en los sitios de clasificados para Cuba es entrar en un terreno legalmente indefinido. Sin normativas específicas para la actividad comercial que se realiza en estas plataformas, junto a anunciantes y compradores, no están del todo blindadas.
“No hay algo explícito o específico sobre lo que se puede o no publicar en internet –explica a OnCuba Otto Batista, experto legal de la Universidad de Ciencias Informáticas de La Habana (UCI)–. Los límites son los establecidos en normas como el Código Penal Cubano, el Código Civil Cubano o la Ley de Derecho de Autor.”
Ni promover clasificados ni gestionar anuncios en la web son actividades autorizadas para el trabajo por cuenta propia antes o después de las más recientes normativas.
Por otra parte, la mayoría de estos sitios usan el dominio genérico .com. Saben que difícilmente obtendrían el permiso para utilizar un dominio .cu de parte de las autoridades cubanas.
Varias de estas plataformas están legalmente asentadas fuera de Cuba. Revolico, por ejemplo, en España y Cubísima en Suiza, y así lo aclaran en sus respectivos sitios web.
“Si el sitio en cuestión tiene visibilidad en Cuba y no respeta los límites establecidos por las leyes del país, el gobierno cubano podría demandar al titular que no opere en el territorio nacional, o sea, que no se vea en Cuba –asegura el experto–; o bien podría restringir el acceso de los internautas cubanos a ese sitio como medida doméstica.”
Esto último le sucedió a Revolico, cuya plataforma estuvo vetada por varios años en la Isla, aun cuando siguió siendo accesible a través de proxys y del Paquete Semanal. Su caso, sin embargo, podría explicarse más en la incomodidad que su irrupción supuso en aquel momento para las autoridades cubanas que en una supuesta permisibilidad con el mercado ilegal.
Su propio nombre –cubanismo que significa barullo, confusión, desorden– debió parecerle sospechoso a algunos, pero también un gancho para posibles anunciantes y compradores. Esta fórmula, sencilla y efectiva, fue seguida luego por otras plataformas al escoger su nombre: Porlalivre, que aun con la v sugiere una tentadora libertad de acción para sus usuarios, y Timbirichi, variación común del también cubanismo “timbiriche”, establecimiento donde se vende casi cualquier cosa, incluso al margen de la ley.
Sin embargo, más allá de las sugerencias nominales, resulta poco sensato dar la espalda a lo establecido legalmente. De lo contrario, están juego su propia supervivencia y sus ganancias.
“El éxito de un sitio de clasificados es tener una gran base de usuarios (vendedores y compradores), para que su modelo de negocio, basado en la publicidad, en el cobro de un por ciento de las ventas o de un mejor posicionamiento de los anuncios, pueda ser sustentable –afirma Otto Batista–. Por ello, trabajar en los marcos de la legalidad es algo que se supone que todos quieran hacer.”
Al menos, hasta donde sea posible.
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“¿Condiciones de uso? ¿Qué es eso, periodista?”, me espeta William tras cerrar su sesión de nauta en la zona wifi del estadio Latinoamericano.
Le explico que son las normas fijadas por los sitios de clasificados para su uso, las que establecen lo que se puede y no se puede hacer, y me devuelve una mirada de azoro. Como si le estuviese hablando en chino.
“Que va, si me pongo a leer eso pierdo tiempo y dinero, y en la wifi hay que ir a la concreta –me responde luego de cavilar sobre el asunto–. Si la conexión la regalaran…”
William, según me cuenta, es un usuario regular de los sitios de clasificados. Lo mismo compra que vende, y aun sin una necesidad específica le gusta revisar los anuncios periódicamente “para estar en la última”.
“A lo mejor encuentro algo de repente o aparece un negocito interesante, nunca se sabe”, dice.
Por eso, aunque compra el Paquete, dos o tres veces por semana le da una ojeada rápida en la wifi a Revolico, a Porlalivre, a Cubísima, a 1CUC.com “que viene subiendo”. Y si tiene algo que vender, no lo piensa dos veces.
“A veces me caen algunas cosas, usted sabe, y las anuncio por ahí. También he vendido algún equipo de uso, con sus papeles –aclara–, y hasta ahora nunca he tenido problemas.”
“Pero no se preocupe –concluye salomónico–, en cuanto tenga un chance le doy un ojo a las condiciones esas que usted dice, no vaya a ser…”
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Las principales plataformas visitadas en esta investigación protegen su trabajo con condiciones de uso. Con ellas, buscan dejar por sentado que no cobijan ilegalidades y ni anuncios éticamente reprobables.
“Es en ese documento donde el sitio les aclara a los anunciantes que no deben promover productos de procedencia ilícita o prestar servicios contrarios a las leyes del país –explica Otto Batista–. De esta forma, la responsabilidad en gran medida recae en el vendedor.”
Con diferencias lógicas entre unas y otras, tanto en su lenguaje como en su extensión y especificaciones, las condiciones de uso de los sitios consultados repiten conceptos básicos a partir de referentes internacionales y las bases legales existentes.
Un extracto de las establecidas por Cubísima ofrece una idea del paisaje general:
“Cada usuario es totalmente responsable de sus publicaciones en el sitio, quedando obligado a no publicar información que infrinja las leyes vigentes (en cualquier materia), que contengan sexo, lenguaje inapropiado u ofensivo, discriminación, pornografía, que inciten a la violencia o actos ilícitos o que de cualquier modo violen la política del sitio web.”
También las de Revolico:
“El Usuario se compromete a utilizar el Portal y todo su contenido y Servicios conforme a lo establecido en la ley, la moral, el orden público y en las presentes Condiciones Generales de Uso. Asimismo, se compromete hacer un uso adecuado de los servicios y/o contenidos del Portal y a no emplearlos para realizar actividades ilícitas o constitutivas de delito, que atenten contra los derechos de terceros y/o que infrinjan la regulación sobre propiedad intelectual e industrial, o cualesquiera otras normas del ordenamiento jurídico aplicable.”
También en su información principal, los sitios, además de definirse a sí mismos –“un lugar para ofrecer servicios, comprar y vender artículos en Cuba”, declara sintéticamente Timbirichi; “el líder en anuncios clasificados para Cuba”, dice pretenciosamente Porlalivre– aprovechan para puntualizar su limpieza legal.
La propia Cubísima, por ejemplo, especifica que “no pretende violar ninguna ley del estado cubano”, y 1CUC.com, más abarcador, refiere que su trabajo respeta “las normas de la legislación internacional e interior de los países” donde se utiliza su servicio, aunque esto pudiera suponer páginas y páginas que nadie, ni siquiera los abogados más duchos, pueden leer de una sentada.
A la par de las delimitaciones básicas –que previenen contra anuncios falsos, difamatorios, de contenido sexual, antiéticos, discriminatorios y de productos y servicios ilegales–, algunas plataformas son más detalladas con aspectos como la propiedad intelectual y la postura política.
Sobre esto último, Bachecubano aclara que “bajo ningún concepto se permitirán los anuncios contrarrevolucionarios y antipatrióticos”, mientras Porlalivre prohíbe “difundir contenidos o propaganda de carácter contrarrevolucionario”.
El caso de Porlalivre es significativo tanto por el detallismo y la jerga legal de sus condiciones de uso como por su explícita apropiación del lenguaje oficial a la usanza en la Isla.
Su sitio asegura haber sido creado “en primer lugar, para dar respuesta a un grupo de necesidades surgidas en el marco de la actualización del modelo económico cubano”, entre las que cita la estimulación del trabajo por cuenta propia y la legalización de la compra-venta de viviendas y autos, al tiempo que declara rechazar “las tendencias actuales de virtualización del mercado negro y tolerancia hacia actividades no autorizadas en el país.”
Más que a sus usuarios, su mensaje parece dirigido a las autoridades, como prueba de su buena fe para con las leyes y el sistema político cubano.
Una declaración como esta parece más coherente con el carácter de Ofertas, la única plataforma estatal de clasificados que boga en un océano digital cada vez más competitivo. Aunque la página de sus condiciones de uso no abrió, lo comentado a OnCuba por Edda Diz, directora de la ACN, tras la salida de su sitio de clasificados, no deja duda sobre sus intenciones.
“Ofertas no está concebido para la ilegalidad –dijo entonces–. Al contrario: hablamos de un camino seguro para los clasificados en Cuba, para que la gente se sienta segura.”
“Nosotros de ninguna manera podemos promover el mercado negro. Digamos, por ejemplo, un anuncio que diga: Vendo pullovers Puma, porque se sabe que en Cuba no hay un comercializador particular de esta ropa. Ahora, si tú dices: Yo fabrico ropa de mujer…, ese sí es un trabajo contemplado dentro de las licencias que se dan para cuentapropistas”, explicó Diz.
Sin embargo delimitar si el vendedor o el producto cumplen o no con lo regulado no es una tarea sencilla.
“Los sitios podrían intentar exigir documentación de cuentapropista, pero también tendrían que distinguir entre un vendedor profesional y uno eventual y ahí el asunto se complica, opina Batista. Como tienen que abarcar las dos variantes, no es práctico tratar de determinar la legitimidad del vendedor. Ese trabajo de control les corresponde a otras entidades como el Ministerio de Trabajo y la ONAT [Oficina Nacional de Administración Tributaria].”
¿Cuál es la responsabilidad real de los sitios y cuál la de los vendedores? ¿Bastan las declaraciones y condiciones de uso como escudo ante posibles ilegalidades? ¿Qué papel tienen o deberían tener los compradores en este tema? ¿Cómo luce, ante estas y otras realidades, el futuro de las plataformas de clasificados para Cuba?
A estas preguntas nos acercaremos en una segunda parte de este trabajo.
A estos sitios siempre les han echo la guerra , siempre aparecen los sitios en listas negras cuando la conectividad a internet proviene del estado casi siempre sale un cartel de que el sitio web ha sido archivado o suspendido o te advierten no conectarte a ellos, al parecer eso obliga a que compres en la tienda a un precio de disparate.
Por suerte ahora con el acceso a internet eso no se puede parar y siguen apareciendo más, otro ejemplo es http://www.ricurancia.com, otro sitio de anuncios clasificados en cuba, para la compra y ventas en cuba
Sí, es una maldita obsesión estalinista por monopolizarlo todo, y para ello son capaces de pasar por arriba de cualquier libertad, por ínfima que sea. Como no pueden controlar el robo permanente en sus ineficientes empresas y almacenes, pues deciden atacarnos a todos por igual, lo que equivale a botar el sofá. Espero que no puedan detener o controlar las redes, lo que tienen que hacer es poner orden en sus desastrosos negocios o venderlos.
La verdad es que el sitio web y sus desarrolladores no tienen la culpa de los estafadores o personas que hacen cosas ilegales. Pero bloquear y prohibir es la respuesta basada en la incompetencia y la mediocridad.
Tengo unos amigos que iniciaron un proyecto de ese tipo de sitios y todas son personas decentes, universitarios y trabajadores. Es una locura intentar convertir a personas que intentan abrir un negocio en policias. Los desarrolladores no pueden ser agentes policiacos tratando de evitar quien entra o no. Lo de ellos es administrar su sitio. Como mismo un vendedor de dulces o uno de pizzas no tiene que hacer papel de policia con sus clientes.