Nos habían dicho, mientras esperábamos en un pequeño salón en la residencia del embajador de España, que el encuentro sería en otro espacio, más amplio. Que el presidente Sánchez, aunque andaba corto de tiempo, no quería marcharse de Cuba sin hablar con nosotros y que el embajador serviría de moderador durante el intercambio.
Estábamos en un despacho con libreros, escritorio y unos pocos muebles en los que los convocados –artistas, periodistas, emprendedores–, que apenas pasábamos de la decena, nos acomodábamos estrecha, pero cordialmente. La atmósfera era de expectación compartida. Suponíamos que esa era la antesala.
Algunos invitados –Perugorría, Padura, Carlos Varela– no necesitaban presentación; otros, aunque menos conocidos públicamente, eran personas también muy destacadas de sus respectivos sectores.
En un repaso del grupo descubrí, no sin cierta vergüenza, que era uno de los pocos que no vestía saco; que dar por hecho que el encuentro no sería formal –como nos habían adelantado al invitarnos– me había llevado a traicionar la etiqueta. Mi descubrimiento me hizo hundirme en la butaca.
Un saludo en español castizo rompió mi apocamiento. Frente a mí, alguien me preguntaba con toda la amabilidad imaginable si podía cederle mi asiento al Presidente. Por la puerta entraba en ese momento Pedro Sánchez. Sonriente. Espigado. Y en mangas de camisa.
Verlo así me restituyó el ánimo.
El encuentro, en efecto, sería en ese mismo lugar. Nada de un salón majestuosos como suponíamos. Fui hacia una esquina, hasta una banqueta donde aún quedaba lugar, mientras Sánchez venía hasta cada uno de nosotros a saludarnos personalmente. Con calidez. Sin protocolo.
Luego, se sentó en la butaca que yo le “había dejado” hacía solo un instante. Pidió disculpas por no disponer de mucho tiempo, y nos miró a todos, expectante.
Su entrada nos había tomado por sorpresa y tardamos unos largos segundos en reaccionar. No estábamos del todo listos para que un Presidente se sentara frente a nosotros a escucharnos, informalmente y con interés.
España y Cuba: una nueva etapa en la relación política y económica
Finalmente, se rompió el silencio y uno a uno fuimos hablando, sin peticiones de palabra. Mientras, Sánchez escuchaba con atención e intervenía de tanto en tanto, siempre con respeto y, a la vez, con naturalidad, haciendo comentarios que nacían del diálogo. Lució sincero, jovial. Más de una vez rió.
Conversamos poco más de una hora, por encima del tiempo inicialmente previsto. En ningún momento se mostró apurado o sugirió terminar el encuentro, a pesar de que luego debía partir rumbo al aeropuerto. Rumbo a España.
Los cubanos le contamos sobre Cuba. De la Cuba compleja y cotidiana con sus transformaciones y tensiones económicas y sociales, la de una reforma constitucional no exenta de avances y contradicciones, la de una conectividad a redes digitales muy insuficiente aún, la de voluntades y realidades contrastantes en la que han emergido actores –como los que allí representábamos–, que también se esfuerzan por el bienestar del país a pesar de las mil y una dificultades.
Hablamos de historia y cultura, de los afectos y las raíces compartidas entre Cuba y España, de los vínculos edificados durante siglos y mantenidos incluso en las épocas más difíciles. Lamentamos el distanciamiento durante la “Posición Común” y celebramos esta nueva aproximación, no solo por lo que puede representar a nivel de gobierno y en la macroeconomía, sino también para la gente común, para los trabajadores estatales y para los que intentan sacar adelante su propio negocio, para los que apuestan por seguir y trabajar en la Isla en lugar de emigrar.
Hubo quien rememoró el intercambio cultural y la colaboración institucional existente en épocas pasadas, como ejemplo de lo que puede volver a lograrse.
Llegaron las historias de un antepasado o de un familiar cercano que vino de la península en alguna época o partió para allá recientemente.
Se escucharon opiniones de quienes viven la experiencia de portar las dos nacionalidades –en el grupo había dos españolas residentes en Cuba y también cubanos con pasaporte español.
Y se habló de Estados Unidos. De las consecuencias para los cubanos del bloqueo estadounidense –así lo llamó el propio Pedro Sánchez: bloqueo– y del “frenazo” en la normalización de relaciones ocurrido desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Del efecto particular de las medidas de Trump para los cuentapropistas y creadores de la Isla. Del contraste de esta situación con lo vivido durante la administración Obama, en una breve “primavera” o “deshielo” que multiplicó los visitantes –y, por ende, los clientes– norteamericanos y abrió nuevos horizontes a quienes optaron por lanzar sus propios emprendimientos.
Nadie pidió para sí mismo ni le rindió pleitesía al visitante. Nadie intentó ganar capital político ni erigirse en vocero de algo.
Más de uno recordó que los allí reunidos no agotábamos en lo absoluto la sociedad civil cubana, tan variopinta y condimentada. Más de uno abogó por un clima de buenas relaciones internacionales como base para un buen clima interno en Cuba. Más de uno consideró el acercamiento con España como una puerta natural para un mayor vínculo con Europa. Más de uno defendió que los intercambios bilaterales también tuvieran en cuenta al sector privado y solicitó apoyo a título colectivo en temas como la capacitación.
Todos le agradecimos a Pedro Sánchez por reservarnos un momento en su agenda, por reconocernos también como interlocutores válidos, por el valor simbólico del encuentro más allá de lo que pudiera generar o no en la práctica, por el aliento que nos transmitió en sus palabras.
Alguno le hizo notar que nos reuníamos con él antes que con el actual Presidente cubano. Y se le pidió su impresión sobre Díaz-Canel.
“Me pareció un Presidente que quiere hacer bien las cosas”, nos dijo; que está dispuesto a seguir con las reformas que necesita la economía cubana y a estrechar las relaciones con España.
También nos confirmó su intención –y la de su gobierno– de colaborar con Cuba frente a los desafíos internos y globales, de impulsar las inversiones y la cooperación, de llevar a un nuevo nivel el intercambio cultural, de realizar otras visitas, y conseguir la de los Reyes a Cuba.
“Este no será mi último viaje”, nos aseguró al despedirse.
Antes de partir, volvió a saludarnos a cada uno, y se tomó una foto de grupo junto a nosotros y los ministros y funcionarios que lo acompañaron –algunos de pie– durante el intercambio. Una foto ya fuera del pequeño salón y que él mismo compartiría luego en su cuenta de Twitter.
Una foto en mangas de camisa. Como el propio encuentro.
Pero que apuro podía tener Sánchez,el lo que no quería irse de Cuba para evitar la vergüenza que le hizo pasar a los españoles con el acuerdo de Gibraltar,y no se sienta apenado por su ropa,el doctorado de Sánchez es un fraude descomunal,hasta las comas están mal puestas,según un catedrático de renombre,y siempre está mintiendo,hoy dice una cosa y mañana dice otra.
“la sociedad cubana”
cual sociedad señor? si lo unico que mueve al cubano es ver que se va a comer hoy por la noche, como para estar pensando en sociedad. un pais donde las aguas albañales corren por las calles, con un sistema de agua potable que data de los tiempos de la colonia, haga el favor y actualicese, en cuanto a su pais (donde no existe ninguna sociedad) y en cuanto a espana (donde ESE al cual usted le llama presidente de espana no ha sido elegido por nadie).
Esto es lo que tenemos dentro “representandonos”, estamos muy jodidos y el desgobierno de cuba muy seguro porque en cuanto alguien despunta que tenga ideas propias y conozca algo de como organizar un pais, rapidito buscan la manera de encarcelarlo, que se vaya del pais o lo matan como le hicieron a paya sardinas.