Cuatro mil piedras litográficas: el hallazgo de un tesoro en La Habana

Fue el fotógrafo e investigador Julio Larramendi quien reparó en la estrecha abertura en la pared que daba paso al tesoro.

Las piedras que requirieron un lavado más intenso fueron aquellas que en su momento fueron protegidas con un papel adherido. Foto: cortesía de Julio Larramendi.

Un sorprendente hallazgo se produjo recientemente en el Taller Experimental de Gráfica de La Habana (TEGH): un lote de 4 mil piedras litográficas apiladas en un oscuro y estrecho espacio en una esquina del taller.

El conjunto, con sus inscripciones e imágenes estampadas, llevaba décadas en el lugar. Fue el fotógrafo e investigador Julio Larramendi quien, buscando una piedra en específico para ilustrar uno de sus libros, reparó en la estrecha abertura en la pared que daba paso al tesoro.

Estado original del deposito de las piedras litograficas en el Taller Experimental de Grafica. Se encoontraron unas 4,000 unidades. Foto: cortesía de Julio Larramendi.

Tras el suceso, se inició un proceso de limpieza e identificación de las imágenes grabadas en sus superficies, así como de sus posibles autores. Se estudiaron las estampas y se clasificaron. Unos sesenta estudiantes de la carrera de Ciencias de la Información de la Universidad de La Habana y otro tanto de la Escuela Taller de la Oficina del Historiador de la Ciudad llevan a cabo estas labores.

Debidamente protegidos y bajo la supervisión de los expertos, estos jóvenes han extraído una por una las piedras para trasladarlas a una galería cercana, siempre dentro del Taller, institución que durante todos estos años ha conservado este patrimonio.

Los estudiantes de la Facultad de Comunicación comienzan la extracción y traslado de las piedras.
Un total de 62 alumnos de primer año participaron en la primera fase del proyecto. Foto: cortesía de Julio Larramendi.

Este singular equipo ha procesado 2 mil piezas. Cada una ha pasado por tres fases: definición del estado de conservación de la piedra y su inscripción; lavado y escaneo de la piedra y la estampa dibujada en ella; y, finalmente, clasificación (por ejemplo, las que se consideran dibujos artísticos son entregadas de inmediato al TEGH).

Algunas piezas requirieron un lavado previo. Se realizo con mucho cuidado para no afectar el dibujo. Foto: cortesía de Julio Larramendi.

Una vez terminado este proceso, las piedras son devueltas a un espacio provisional dentro del Taller hasta tanto se decida qué hacer con el conjunto. En un mes, aproximadamente, deberá concluir el trabajo.

Este proceso se sustentó en un software desarrollado en la Facultad de Ciencias de la Información que permite guardar los datos obtenidos e identifica al estudiante que realizó el trabajo. Posteriormente se podrán desarrollar investigaciones sobre los temas representados en el lote.

Una vez limpias, las piedras son medidas, clasificadas por la calidad del dibujo, identificadas por los temas, escaneadas con los telefonos y fotografiadas. Foto: cortesía de Julio Larramendi.
Al finalizar una de las sesiones de limpieza y catalogacion , cada estudiante de esta brigada escogio la piedra de su gusto. Foto: cortesía de Julio Larramendi.

Las piezas tienen un enorme valor patrimonial. Entre ellas sobresalen piedras con la firma de Roberto Matta, Antonia Eiriz, Víctor Manuel, Manuel Mendive y Antonio Canet, entre otros artistas reconocidos.

Piedra trabajada por Antonia Eiriz. Foto: cortesía de Julio Larramendi.

Además, otras no menos valiosas revelan su uso con fines comerciales asociados a la industria del tabaco, en primer lugar, y a bebidas y licores, frutas, perfumería, farmacia, y chocolates.

Esta podría ser la antesala y la fundamentación para diversas exposiciones, libros y otras acciones de valor artístico y cultural. Incluso, podría desempolvar un viejo sueño: la creación de un museo del grabado cubano.

A partir de los dibujos se ha podido datar el lote entre finales del siglo XIX, hasta mediados del XX. Foto: cortesía de Julio Larramendi.

La estampación en piedra en Cuba tuvo como antecedentes el grabado en madera y metal en el siglo XVIII. Luego llegó desde Europa la técnica litográfica, asociada en un primer momento al desarrollo musical de la colonia. Partituras y otros impresos musicales fueron el sentido primero de estas impresiones. Después, vinieron los paisajes rurales y citadinos, los retratos de las personalidades coloniales y las escenas de tipos y costumbres de la sociedad insular. El arte litográfico nos ha dejado excelentes libros, hoy piezas clásicas de nuestra literatura y visualidad. 

Según atestiguan varios estudios, un pintor miniaturista francés radicado durante años en la isla, Santiago Lessier Durand, estableció en La Habana en 1822 el primer taller. A partir de entonces se fue gestando una sólida tradición litográfica.

Así lo confirma, en su libro La memoria en las piedras (Ediciones Boloña, 2001), la reconocida investigadora Zoila Lapique Becali, Miembro de Honor de la Academia de Historia de Cuba y una autoridad en la materia.

Posteriormente, la actividad litográfica se modernizó y se industrializó en aras de producir la mayor cantidad de copias de las estampas para fines comerciales.

Así anduvo la primera mitad del siglo XX. Con la dinámica política y cultural que se puso en marcha con el triunfo de la Revolución cubana, era cuestión de tiempo que se creara un Taller para el grabado artístico.

En julio de 1962 fue fundado el TEGH, situado hoy al final del Callejón del Chorro en la Plaza de la Catedral, La Habana Vieja. Esta institución emblemática comenzó a trabajar con equipamiento desechable proveniente de la antigua Compañía Litográfica de La Habana. Durante su existencia ha pasado por varias etapas en términos de desarrollo; pero siempre ha sido el epicentro del trabajo creativo y de exposición de los grabadores en cualquiera de las técnicas. Antes de establecerse en su lugar definitivo, el Taller estuvo en otros inmuebles, entre ellos el Palacio del  Marqués de Arco.

Taller experimental de gráfica de La Habana: hacer de la necesidad virtud

Existe una versión de su historia que habla de que sus tórculos, prensas, planchas y piedras corrieron serio peligro ante la fiebre defensiva que primó en los primeros años revolucionarios. En esta época se usaron piedras litográficas para crear parapetos y barricadas. Las máquinas se fundirían con el mismo fin militar, ante las continuas agresiones y amenazas de Estados Unidos.

Se dice, además, en esa versión, que el Che Guevara y el poeta Pablo Neruda —este último de visita en Cuba y atento a los reclamos del grabador coterráneo José Venturelli, trabajador del Taller— intervinieron de conjunto en favor de que el Taller no fuera extinto. 

En la historia de seis décadas de la institución han pasado por sus máquinas y producido espléndidas piezas de arte los mejores grabadores cubanos y muchos artistas de otras nacionalidades, a la vez que se han realizado exposiciones y eventos que han enaltecido la tradición del grabado insular.


Nota editorial:

La versión original del artículo fue modificada, sustituyéndose “Fue el fotógrafo e investigador Julio Larramendi quien, buscando una piedra en específico para ilustrar uno de sus libros, encontró la estrecha abertura en la pared que daba paso a este tesoro” por “Fue el fotógrafo e investigador Julio Larramendi quien, buscando una piedra en específico para ilustrar uno de sus libros, reparó en la estrecha abertura en la pared que daba paso al tesoro”. De este modo, se anula la expresión original que atribuye el descubrimiento a Julio Larramendi. 

Otros cambios fueron realizados a lo largo del texto a solicitud expresa del autor, Rafael Acosta de Arriba. 

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