Cuando en enero de este año el Sistema de Atención a la Familia (SAF) puso en vigor una nueva escala de precios, elevando hasta 15 veces el valor de sus menús, Julio Antonio Manresa estaba por cumplir seis meses solicitando plaza en uno de los comedores en Ciego de Ávila, su municipio de residencia.
La falta de cupos, primero; y luego, la movilización hacia el enfrentamiento a la pandemia de los trabajadores sociales que atendían su comunidad; le habían cerrado las puertas. “No se desespere, abuelo. Que todos los comienzos de año los listados vuelven a organizarse y seguro que encontramos cómo acomodarlo”, lo habían alentado, sin embargo.
Julio Antonio ni siquiera tuvo que esperar por el prometido repaso de nóminas. Mediada la segunda semana de enero una de las trabajadoras sociales que tramitaba su caso lo visitó para saber si todavía le interesaba afiliarse al SAF. “Es que muchos comensales se han dado de baja después de que subieron los precios”, le comentó.
Respecto al Sistema de Atención a la Familia, la política de Ordenamiento Monetario en Cuba planteó como premisa la eliminación de subsidios. Desde el 1° de enero de este año el Estado solo asume el costo de los menús consumidos por las personas acogidas a la Asistencia Social (el 15,9% de los beneficiarios del programa).
El aumento exponencial de la factura hizo que miles de personas dejaran de acudir a los comedores, o lo hicieran menos días a la semana y para comprar apenas una parte de las ofertas. Ciego de Ávila fue la segunda provincia con mayor proporción de ausencias (46,7% del censo), aunque el fenómeno se extendió por todo el país.
A pesar de esas nuevas circunstancias, Julio Antonio no había cambiado de idea. Números en mano, la cuenta seguía pareciéndole conveniente. “¿Dónde usted puede encontrar almuerzo y comida por 20 o 25 pesos diarios? En casa trato de mejorarla un poco con lo que me manda mi hija, que vive aquí cerca, o con lo que yo mismo preparo, pero no es igual que tener que buscar las cosas y ponerse a cocinar desde ‘cero’. Nada más en gas licuado e ingredientes, ¿de cuánto no estaríamos hablando?”.
Tras una rebaja dictada por el gobierno a mediados de enero, el grueso de los beneficiarios del SAF optó por conservar su membresía. Entre las más de 76 mil personas que regularmente acuden a los comedores (cerca de la mitad, jubilados con bajos ingresos) primó la misma lógica utilitarista de Julio Antonio, a pesar de que el incremento de precios no trajo aparejadas las mejoras en la calidad y variedad de las comidas, que se habían anunciado.
Con una jubilación que bordea los 2.100 pesos, e ingresos ocasionales de “algún trabajito por la izquierda”, Julio Antonio tiene a su favor vivir en casa propia, “a la que no hay que hacerle nada de construcción”, y padecer apenas una hipertensión “bastante controlada”. Sus mayores preocupaciones serían la rotura de algún equipo electrodoméstico (“por lo caros que están los arreglos”) o verse postrado (“es muy duro volverte una carga para tu familia”). En comparación con otros, a sus 73 años, es un hombre afortunado.
Más envejecidos y vulnerables
En algún momento, hacia 2040, por primera vez en su historia América Latina tendrá más ancianos que niños. La región deberá emplear las próximas décadas en prepararse para lidiar con “los cambios en la atención de salud, los nuevos requerimientos a la seguridad social, la forma de las relaciones familiares, y la conformación de redes de apoyo”, ha alertado la Comisión Económica para América Latina.
Cuba arribó a ese escenario con 30 años de anticipación. En 2010, la proporcionalidad entre ancianos y niños se inclinó en favor de los primeros, iniciando una tendencia al parecer irreversible. Las proyecciones de la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI) plantean que de ahora a 2050 el número de cubanos con 60 años o más se duplicará, llegando a representar casi el 40 % del padrón nacional. De cumplirse los pronósticos, nuestro país se convertiría en el noveno del mundo con mayor porcentaje de población anciana.
Pero a diferencia de las demás naciones que la aventajan en ese listado, la cubana es una sociedad que se ha caracterizado por tener un saldo migratorio marcadamente negativo y una economía “subdesarrollada”.
El “envejecimiento demográfico en los países industrializados estuvo acompañado por un despegue económico (… sustentado) en tecnologías de alta productividad, lo que posibilitó mayores producciones de bienes económicos y servicios de alta calidad”, contraponen las profesoras Ana María Ramos y Mirtha Juliana Yordi, de la Universidad de Camagüey Ignacio Agramonte Loynaz.
Una investigación de su autoría, publicada en 2016, pone énfasis en los “apremiantes desafíos” que enfrentan los sistemas de salud y seguridad social de la Isla. Las “redes familiares quedan sobre exigidas (…) a la par que crece la demanda de instituciones para los cuidados de larga duración; así como de servicios de salud especializados”.
Una situación de contingencia sanitaria encontraría a Cuba en posición de desventaja respecto a sociedades con una pirámide demográfica “menos envejecida”, como cualquiera de las demás de la cuenca del Caribe.
La edad y su consecuente secuela de comorbilidades supone un hándicap notable si de la COVID-19 se trata. De acuerdo con datos del Ministerio de Salud Pública de Cuba, durante las tres primeras semanas de agosto —el mes de mayor letalidad desde el comienzo de la pandemia— fallecieron a causa del virus 1.723 cubanos; de ellos, 1.232 tenían 60 o más años de edad (el 71,5%). Para ese grupo etario el riesgo de morir es tres veces y media superior al del resto.
Las presiones en torno a la temática del envejecimiento poblacional trascienden el marco de la asistencia médica. Uno de los indicadores que lo evidencia es la llamada Relación de Dependencia, que “expresa el peso que deben soportar las personas en edad activa como consecuencia de las que están en edades inactivas”. Proyecciones de la ONEI anticipan que hasta 2023 esa estadística mostrará un saldo favorable (de alrededor de dos personas inactivas por tres con capacidad laboral). Pero de ahí en adelante iniciará una parábola creciente que a mediados de la década de 2030 virtualmente igualará ambas variables, haciendo que por cada 1.000 cubanos económicamente activos hayan más de 900 necesitados de algún tipo de asistencia.
“Cuando eso suceda, aquello que percibimos hoy como necesidades de la población (…) habrá desaparecido en buena medida, y habrá sido sustituido por otras demandas”, reflexiona el profesor Juan Carlos Albizu-Campos, del Centro de Estudios de la Economía Cubana, en un artículo de julio de 2020.
Su memoria alerta sobre la urgencia de alcanzar un “crecimiento sostenido de la economía”, para evitar que se siga retrocediendo en materia de desarrollo humano”. Durante el período 2007-2017, nuestro país cayó 20 escaños en ese escalafón mundial, hasta el puesto 73. “Es inexorable la adopción de una visión en la que el mejoramiento de las condiciones de vida y de la calidad de la supervivencia ocupen un lugar central”, concluye Albizu-Campos.
Entre intenciones y realidad media, sin embargo, un largo trecho. Julio Antonio lo comprueba cada mediodía en los menús, que, a pesar de los nuevos precios y las declaraciones gubernamentales, siguen mostrando la poca variedad de antes del Ordenamiento. “Para el Estado las cosas deben estar más o menos como en la casa de cualquiera, haciendo cuentas para que el dinero alcance”, intenta comprender Julio Antonio. En las últimas semanas, más de un conocido se le acercó para averiguar cómo encontrar cupo en el comedor al que asiste.
A pesar del alto nivel de envejecimiento de la sociedad cubana y del notable índice migratorio de la juventud, el gobierno de Cuba continua ajeno, indiferente e inactivo ante esta tragedia que junto con la pandemia, ha puesto en riesgo el futuro de la nación.
Muchos les han pedido a la dirección del pais, que implemente un proceso de inmigración ordenada sin éxito, que es la única forma de restituir la fuerza laboral perdida por la vejez, la pandemia y la emigración de los jóvenes.
A pesar de la rica historia acumulada por Cuba con los emigrantes españoles, caribeños, chinos, medio orientales y de otras latitudes del mundo, nada explica su caprichosa obsecacion anti-emigrante que raya con la xenofobia y el racismo.
A pesar del los espectaculares avances económicos alcanzados por Viet Nam en los ultimos 40 años, este pais mantiene alrededor de un millón de ciudadanos que viven bajo el índice de pobreza de esa nación, a los que Cuba podria ofrecerles parcelas de terrenos en usufructo en las paupérrimas zonas arroceras del pais, lo cual le permitiría eliminar el interminable trasiego de millones de toneladas de arroz todos los años desde Viet Nam a Cuba, solucionaría los problemas de la pesca y el desarrollo de la avicultura.
Cuba necesita de mano de obra en los campos que no existen ni existiran en Cuba, mientras millones de sus hermanos mas fieles permanecen empobrecidos y sin futuro en muchos países del Caribe. La entrega de parcelas en usufructo, es la única forma viable para rescatar la siembra y cosecha de la caña de azúcar, el café, cacao, citricos, plátanos, viandas, cocos y los animales pequeños.
Ningún otro grupo emigrante en Cuba, ha aportado mas descendientes que hayan descollado en el deporte, las ciencias, las artes, la defensa, la salud y la educación que los del Caribe. Porque entonces, la dirección del pais, prefiere mantenerlos a distancia, mientras el pais sufre hambre, penurias y una irreversible involución de la población de Cuba?
La solidaridad que Cuba ha demostrado con Palestina y otros países árabes, sugiere que este contemple la emigración de miles de familias de estos lugares para ser asentados en el semi-desertico municipio de San Antonio del Sur, donde estos pudieran cultivar los productos típicos de su zona que no existen en Cuba y donde pocos cubanos esta interesados en vivir.
Pocos entienden la larga historia que une a Cuba y España que ni siquiera fue interrumpida durante el franquismo, nuestro pais tampoco se ha abierto e invitado a miles de “gallegos” a establecerse en nuestro pais, sabiendo por experiencia la facilidad y la naturalidad de la irrompible relación historica que nos une.