Treinta y cuatro países del orbe reconocen legalmente a las parejas homosexuales. De ellos, la mayoría (23) reconoce el matrimonio igualitario. Particularmente en el continente americano, 9 naciones llevan la delantera en este sentido. Ninguno de ellos es caribeño. Cuba pertenece al numeroso grupo de países que aún no consiguen legislar este derecho para sus ciudadanos y ciudadanas. Pero sus nacionales han encontrado la forma de hacerlo valer y se están casando con sus parejas del mismo sexo… lejos del suelo patrio.
Me cuento entre quienes han salido de Cuba para vivir su relación homosexual legalizada. Como yo hay muchas personas que, ante la imposibilidad de hacerlo en la isla, se han unido legalmente o casado con su pareja en otro país, bajo leyes extranjeras.
Los cubanos Héctor y Alejandro han vivido las bondades de poder acceder al casamiento en Francia y España respectivamente. Aquí comparten sus historias en primera persona.
Cuando se aprobó el matrimonio igualitario en Francia, mi actual esposo estaba en un viaje de negocios y me llamó desde el aeropuerto de China para pedirme que me casara con él. Lo hizo por teléfono y ambos lloramos de emoción.
François y yo nos conocimos a través de una página de contactos muy popular en esos años entre el público gay; sin embargo, él ya me había visto en una ocasión en la playa “Mi cayito”, donde tuvo el tino de no aproximarse a charlar cuando vio que agentes de policía allí presentes no paraban de acosarnos, pidiendo nuestras identificaciones para saber, según ellos, si éramos delincuentes.
Este acoso era muy común en ese tiempo, por lo menos hasta 2017 cuando me marché de Cuba. En reiteradas ocasiones incluso tuvimos que darle dinero a algún policía para que nos dejaran tranquilos. El hecho de ser dos hombres, y uno de ellos extranjero, los incitaba a molestarnos para ver qué podían “resolver”.
Yo entonces era miembro del elenco de un prestigioso cabaret. Estuve bailando allí hasta el año 2017, cuando vine a Europa. Actualmente soy estilista en un salón de belleza.
Nosotros estamos casados por la ley de Francia, donde se aprobó el matrimonio igualitario durante el gobierno de François Hollande.
Al principio nuestra boda estaba destinada a ser un evento muy discreto, casi anónimo, porque fuimos la primera pareja del mismo género en casarse en el municipio donde vivimos. Además, el hecho de que ningún miembro de mi familia de Cuba pudiera estar presente no inspiraba mucho a celebrar. En cambio, mi familia política, con la cual tengo una estrecha relación, nos animó a celebrar el evento con amigos y familiares cercanos.
Fue un momento muy emotivo. Sentí que mis derechos como ser humano estaban siendo respetados y que podía compartir esta felicidad sin sentirme perseguido o criticado. Si algo como esto hubiera sido posible en Cuba, por supuesto que lo hubiera celebrado allí. Yo amo mi país y aun estando lejos siento orgullo al decir que soy cubano.
Todo ser humano tiene derecho a fundar una familia, negarlo es convertirlos en ciudadanos de segunda, es atentar deliberadamente en contra de su felicidad, de su salud mental y de su bienestar.
Mis derechos actualmente son los que les confiere la ley a todas las parejas casadas; léase seguridad social, sucesión o herencia, residencia legal en el caso de extranjeros, licencia familiar, asignación conjunta de responsabilidad paternal, etcétera. Ninguno de estos derechos existe hoy en Cuba para familias homoparentales o parejas del mismo sexo.
La inclusión del Matrimonio Igualitario dentro de la legislación cubana es la oportunidad que tiene Cuba de entrar en la historia respetando los derechos humanos, es una muestra de modernidad y un paso de avance que permitirá a las nuevas generaciones continuar educándose en el respeto a la diferencia y a la plurisexualidad.
Cruce de miradas. Me detuve por unos minutos y me dirigí hacia él. Conversamos, después de dejar a Mónica en el hotel, nosotros regresamos a la disco, bebimos algo y pasamos el resto de la noche juntos.
A la mañana siguiente nos despertamos; Giacomo tenía que cortar la relación con la pareja de entonces. Yo salí para casa de un amigo artista, quien para la parada gay me haría un Body Painting.
Fue un día extenuante de marcha y celebración. Después de mi trabajo, a las 3:00 am, me fui a divertir con unos amigos y a las 7:00 am recibo una llamada de Giacomo pidiéndome una segunda cita, esta vez oficialmente soltero; su relación había terminado. Solo tuve tiempo para ducharme. Salí a su encuentro.
Pasamos todo el día juntos, como si nos hubiésemos conocido de toda la vida. Fuimos a almorzar al célebre restaurante cubano “La Negra Tomasa“, en el centro de Madrid. Continuamos nuestro tour por la ciudad. El colofón fue una romántica despedida en el aeropuerto de Barajas.
Apenas un mes después Giacomo me propuso matrimonio. Yo no sabía qué responder; sin embargo pensé que diría sí para no romper el momento mágico, al tiempo que esperaba que se le olvidase. También pensé que sería una broma.
Me sacó entonces una carpeta con todos los documentos necesarios para el casamiento, traducidos en español y legalizados. Terminadas las vacaciones pedí la documentación pertinente en Cuba e iniciamos los trámites.
Me fui a vivir con él a Milano.
Para la semana del 14 de febrero de 2010, habíamos invitado unas amigas madrileñas a nuestra casa en Italia y ese día las llevamos a conocer Venecia.
Una vez allí, alquilamos una góndola y por coincidencias del destino, cuando estábamos pasando por debajo del puente de los suspiros, recibo una llamada. Era el registro civil para comunicarnos que nos autorizaban el matrimonio. En ese instante decidimos, sin pensarlo mucho, que nos casaríamos el 13 de marzo en el ayuntamiento de Alcázar de San Juan, en España. Restaban solo pocos días para la celebración, así que yo regresé antes a Madrid para comenzar los preparativos.
Giacomo llegó tres días antes de la fecha del casamiento. La tradición dice que la noche antes del matrimonio los novios no duermen juntos: nos la saltamos. El día del matrimonio él se fue a vestir a casa de un amigo. Nos vimos vestidos con nuestros trajes, por primera vez, dentro de la sala de actos del ayuntamiento.
La ceremonia estuvo perfecta. El discurso que nos hizo la oficial, citando poetas locales, fue perfecto; la frase final fue el broche de oro “Os declaro unidos en MATRIMONIO“.
Después de toda la parafernalia del matrimonio en el ayuntamiento nos tocaba ir a la fiesta. Terminada la sesión de fotos todos salieron en los coches para la fiesta y mi testigo, quien nos tenía que llevar, se olvidó de nosotros. Llegamos a la fiesta caminando. Fue muy divertido.