Cuando Lis Núñez se mudó para Guanabacoa, en noviembre de 2017, lo hizo con seis gatos. Eran, son, parte de su “familia”, los que caminan libremente por toda la casa y “nunca se van a ir”, los que “la escogieron” y ella escogió. Pero un año y medio después, no son los únicos que la acompañan.
Un año y medio después, Lis tiene a su cuidado más de cincuenta gatos. La cifra, solo de oírla, impresiona. A ella llegó poco a poco, deliberadamente. Cuando compró la casa –cuando tuvo los recursos propios para poder hacerlo–, lo hizo con la intención de convertirla en un refugio, de acoger en ella a animales heridos y abandonados en la calle. Y así ha sido.
El suyo es uno de los refugios integrados a “De la calle”, un proyecto colectivo dedicado a la protección animal en La Habana, que comparte con otros protectores independientes y que en la actualidad cuenta con el apoyo de la organización estadounidense Ocean Doctor.
Lis Núñez no nació en la capital cubana, sino en Cabaiguán, en el centro de la Isla, y desde niña sintió una conexión especial con los animales. Estudió Derecho en la capital con la “idea utópica” de especializarse en Derecho ambiental y promover la aprobación de la primera ley de protección animal en Cuba.
Todavía en la universidad habanera, fundó con varios amigos un grupo ambientalista, al que llamaron “Saltamontes”. Con ellos hacía performances artísticos e intervenciones públicas con un mensaje ecologista y se acercó al Museo de Historia Natural, en busca de conocimientos y apoyo legal.
Sin embargo, tras graduarse el escenario cambió. Mientras su grupo iba perdiendo miembros por “las cosas de la vida”, ella perseveró en la causa de la naturaleza. De pronto, se vio rescatando animales y llevándolos para los alquileres en los que vivió por más de diez años, a disgusto de los arrendadores.
La realidad y la madurez la condujeron por este camino.
“Yo venía de hacer mucha labor medioambiental, pero pensando en los ecosistemas grandes, en el bosque, en el mar, en problemas como la contaminación, el efecto invernadero, la extinción de especies. Esa era mi mentalidad y la de Saltamontes –me cuenta mientras prepara la comida de sus gatos–. Pero cuando el grupo empezó a decaer, empecé a mirar más a la ciudad. Me di cuenta de que yo no estaba en el bosque, ni en la montaña, ni en el mar, y que podía hacer mucho en el lugar donde vivía.”
Lis apenas ejerció como abogada. Se fue vinculando a nuevos proyectos y organizaciones como Ocean Doctor, pasó cursos y comenzó a trabajar como productora de eventos “para pagar el alquiler y la comida”, la suya y la de los animales que comenzó a recoger.
La primera fue una perrita moribunda, “una cachorra de perdiguero de un par de meses, con una especie de amarre en forma de cruz, quizá como una ofrenda –narra–. No pude dejarla así, la rescaté y la salvé. Desde entonces ya no pude parar. Vino otro, y otro, y otro, hasta hoy”.
Las dificultades y limitaciones con los alquileres, donde llegó a tener varios animales rescatados –perros y gatos– al mismo tiempo mientras “trataba de seducir a amigos y colegas para que los adoptaran”, la impulsaron a crear su propio refugio, a esforzarse para conseguirlo.
“Un buen día me di cuenta de que necesitaba un sitio propio para no molestar a nadie, un lugar que fuera de bienestar público y para la protección de los animales. Nunca pensé que pudiera tener el dinero para hacerlo; pero trabajé duro, ahorré, y finalmente pude comprar la casa. Todavía le falta mucho por arreglar, por construir, pero ya va tomando forma”.
El refugio, la red
Aunque tiene también algunos perros con ella, el refugio de Lis es para gatos. Fue la parte que asumió –“por afinidad y responsabilidad, porque los gatos son seres especiales, pero mucha gente prefiere no descubrirlo”–, dentro de la estructura de “De la calle”, donde otros protectores se ocupan directamente de los canes.
No es, sin embargo, un lugar para que los animales permanezcan por siempre.
“Antes de empezar este proyecto me dediqué a informarme y supe que incluso en el primer mundo, donde hay más recursos, apoyo legal y conciencia, los refugios no son sostenibles –me explica–. Además, está el problema del espacio. Así que es necesario un flujo, que es como funciona en muchos lugares: tener a los gatos mientras crecen o se recuperan de las causas por las que los trajimos.”
La idea, asevera, es “darle amor y alimentos, curarlos, esterilizarlos y, cuando sea posible, darlos en adopción, y si no liberarlos en colonias controladas, a las que en la red les damos seguimiento y comida”.
En el refugio, situado mayormente en el techo de la vivienda –en la calle Candelaria, cerca del parque de Guanabacoa–, los gatos están organizados por edades. En una parte están los adultos accidentados y enfermos. En otra, que Lis llama gatera, están “los juveniles”, muchos de ellos ya en edad fértil y listos para ser adoptados o liberados en alguna colonia una vez que se esterilicen.
Los bebés, recogidos tras ser abandonados por sus dueños, se mantienen por el momento dentro la casa, y Lis los atiende con esmero. Incluso, suele llevar con ella a los más pequeños y desvalidos, a su trabajo en La Habana e, incluso, fuera de la ciudad.
Aunque eventualmente recibe ayuda de amigos y otras personas para cuidar el lugar, la joven de 31 años ha tenido que adaptar sus horarios y su propio trabajo para mantener el refugio. No obstante, lo más retador, según afirma, es conseguir la comida y las medicinas.
“En Cuba nada es regular. Ahora mismo las pescaderías están desabastecidas, así que tengo que ir prácticamente a todas las de La Habana hasta que algo aparece, y ya con eso ir inventando y estirando mucho”, me comenta antes de subir al techo una mezcla de arroz con pescado para los “juveniles”.
Un vecino pescador le da cabezas, colas y aletas. Lo demás, incluido un saco de arroz mensual aproximadamente, lo compra en los mercados y tiendas estatales. También recibe algunas donaciones, de dentro y fuera de Cuba, aunque no cuente con un estatus legal para ello.
Lo mismo sucede con los medicamentos.
“Este es un camino que da mucha felicidad, mucha realización, pero también muchas preocupaciones –asegura–. Es necesario tener una gran voluntad y convicción. Requiere mucha energía, mucho tiempo, mucha fuerza, y no todo el mundo está dispuesto a hacerlo, o a compartir con quienes lo hacen”.
Afortunadamente, no está sola. En medio de un creciente activismo a favor de la protección animal en Cuba –con varias organizaciones dedicadas a esta labor y propuestas para una añorada ley que Lis respalda siempre con su firma– ha logrado estrechar una pequeña pero firme red de colaboradores agrupados en “De la calle” y ganar el respaldo de Ocean Doctor, desde que su director y fundador, el Dr. David Guggenheim, supo del proyecto.
Los miembros de “De la calle” se conocieron entre sí atrás gracias al activismo, en eventos y campañas como las que organiza en la Isla la organización canadiense Spanky Projet, y decidieron unir fuerzas. Por eso Lis, aunque es su principal impulsora, le da todo el crédito al colectivo y menciona nombres como los de Yoe, el veterinario incondicional del equipo; Vivian, que alimenta todos los días animales en la calle; Maylín y su refugio de perros en el Cotorro; y Venus y Ernesto, que han comenzado a crear el suyo en Mulgoba.
Entre todos se ayudan, organizan campañas de saneamiento y alimentación, promueven adopciones, se suman a las iniciativas de otros y, con su trabajo, tratan de sensibilizar a quienes viven en su entorno. Esto último, defiende Lis, es la clave para el futuro.
“La protección animal y del medioambiente en general no puede ser la tarea de una persona ni de un grupo, sino de toda la sociedad. Hay que educar a la gente, y nuestro trabajo va también encaminado a mostrarle a las personas lo que se puede hacer”, dice Lis, que sueña con hacer educación medioambiental en escuelas y casas de cultura, y mostrar allí su trabajo a los niños como hoy lo hace a quienes la visitan.
“Los niños son los que van a hacer mañana la diferencia”, asegura.
La historia de Venus y Ernesto
Cada integrante de “De la calle” tiene su propia historia, su propio camino de búsqueda y voluntad. De una forma u otra, todos han llegado al punto de dedicar su vida al bienestar de los animales. Venus Martínez y Ernesto Pérez lo hicieron juntos.
Con diez años como pareja y un hijo en camino, ambos reconocen ser aficionados a los animales desde la infancia. Pero fue tras reencontrarse al cabo del tiempo, luego de un antiguo noviazgo juvenil, que comenzaron a rescatar perros.
Venus fue el motor.
“A medida que me fui sensibilizando más con este tema, fui conociendo a protectores y activistas y fui involucrando a Ernesto conmigo en eventos y campañas –cuenta–. Así conocimos a Lis y a otros que ahora son amigos en común, y comprendimos que no éramos los únicos con la intención de ayudar a los animales. Empezamos ayudando con el transporte, porque tenemos carro, y una cosa nos llevó a la otra.”
“Teníamos una rottweiler que tuvo tres cachorritos, y para que no los fueran a coger para nada malo decidimos quedarnos con los tres. Luego, viendo tantos perros abandonados en la calle, con hambre, enfermos, comenzamos a ayudar a uno, a recoger otro, hasta llegar a los más de veinte que tenemos hoy.”
Poco a poco, su casa en el reparto obrero del municipio habanero de San Miguel de Padrón se fue llenando de animales. Tantos, que ya no tenían espacio y decidieron venderla para construir su propio refugio.
Un hecho catalizó la decisión.
En busca de una perrita que alimentaban en un parqueo cercano y había desaparecido, Ernesto fue hasta el Departamento de Zoonosis, encargado de recoger a los perros callejeros y, en la mayoría de los casos, sacrificarlos. No la encontró, pero convenció a los empleados de que le dejaran llevarse otros.
Primero fueron tres, luego 14, y una tercera vez, y no sin dificultades, otros 14 que compartió con una protectora que lo acompañó.
“Hablé con los jefes, les dije que quería adoptar algunos perros para una finca, que en realidad no tenía, y que tenía amigos que también querían –narra–. No fue fácil, me empezaron a poner trabas, me cuestionaron, pero finalmente me dejaron sacar un grupo en varios viajes, entre ellos una pastora que decían que era agresiva y que actualmente vive con una amiga nuestra. Cuando la soltaron vino hasta donde yo estaba y salió conmigo como si fuera mi perra de toda la vida.”
Tras vender su casa, Venus y Ernesto compraron un terreno en Mulgoba, al oeste de La Habana, donde rápidamente acondicionaron un refugio que esperan mejorar y comenzaron a preparar las condiciones para construir una casa. Mientras, se mudaron para un apartamento que hasta entonces rentaban en el Cerro, adonde llevaron también a los animales enfermos.
Sin embargo, allí no permanecerán por mucho tiempo. Su intención es alquilar nuevamente el apartamento para reactivar sus finanzas y mudarse para un contenedor vacío que les servirá como casa temporal en su nuevo terreno. Así estarán todo el tiempo junto a sus perros.
“Hemos pasado momentos difíciles, hemos tenido que sacrificarnos y estar un poco apretados, pero vale la pena. Cada vez que llego al refugio y veo a los perros, me siento recompensado”, dice Ernesto, quien asegura que su “plan número uno” es “ayudar a todos los animales que podamos”, pero “con una medida”, “porque no hacemos nada queriendo ayudar a muchos y que después no estén bien.”
“Lo que queremos –acota Venus– es poder brindarle poco a poco las mejores condiciones para buscarles una adopción y poder recoger otros que lo necesiten. Siempre lloramos cada vez que entregamos uno, pero sabemos que hay que hacerlo para poder ayudar a los demás. Es por el bien de todos.”
Ocean Doctor, también con “De la calle”
David Guggenheim lleva más de 20 años viniendo a Cuba. Su trabajo en la Isla se centra principalmente en los arrecifes de coral y los ecosistemas marinos, a través de una estrecha colaboración con científicos e instituciones de la Isla.
Sin embargo, desde conoció del proyecto “De la calle”, sintió el flechazo. Incluso, planea llevarse a los Estados Unidos uno de los gatos rescatados en La Habana.
“Conocer historias como las de Lis, Venus y Ernesto es muy inspirador porque es mucho el sacrificio y el trabajo para poder hacer algo así en medio de condiciones difíciles, sin el financiamiento adecuado, exponiéndose a enfermedades y con problemas para conseguir la comida y las medicinas para tantos animales. Pero a pesar de todo, no pierden el deseo de ayudar”, comenta a OnCuba en una visita al refugio de perros de Mulgoba.
Para Guggenheim, como mismo el trabajo de “De la calle” es interesante para él y su organización, puede serlo para aquellos estadounidenses que colaboran o están interesados en hacerlo acá en Cuba, a pesar del tenso momento que viven las relaciones bilaterales.
“Muchos de mis colegas trabajan en un ámbito académico, en universidades y centros de investigación, pero no conocen experiencias como estas, no trabajan directamente con la gente que hace estas cosas en el campo, en la calle. No saben cómo se vive en Cuba y cuánto cuesta hacer algo así. Yo he podido verlo y por eso aprecio tanto a estas personas, porque entiendo que la mayoría de los cubanos no tiene mucho, y aun así ellos dedican sus recursos y su tiempo a los animales”, afirma.
Por eso, aunque su línea de trabajo es otra, se mantiene vinculado a “De la calle” –un proyecto al que, dice, le brinda mucho placer ayudar– y pretende involucrar a otras personas y organizaciones internacionales que estén más directamente vinculadas con la protección animal.
“En realidad, no necesitamos ganar demasiados fondos para apoyar un proyecto como este, si pensamos en términos de ayuda internacional. Necesita dinero para medicinas, comida, algunos recursos para los locales, pero todo eso se puede gestionar a través de donaciones. También podría involucrar a expertos en estos temas, y mi intención es establecer esos contactos, generar interés y organizar un taller para intercambiar ideas y metodologías, porque lo que se hace acá es muy valioso. Es un ejemplo de una iniciativa exitosa con recursos muy limitados.”
Las más recientes medidas y anuncios de la administración Trump contra la Isla le preocupan, pero no lo detienen.
“Hasta ahora mismo no es ilegal para los estadounidenses viajar a Cuba siempre que se cumplan con las regulaciones existentes, pero lo dicho por el gobierno de Trump ha generado incertidumbre y es necesario explicar lo que se puede hacer todavía y lo que no –explica–. Los anuncios recientes pueden tardar en ser efectivos, no lo sabemos, pero mientras debemos aprovechar las oportunidades que existan de colaboración, tanto los estadounidenses interesados como la parte cubana. Esa colaboración todavía posible entre personas y organizaciones de ambos países es como kriptonita para el gobierno de Trump. Si la diplomacia política no vive un buen momento, podemos apelar a la diplomacia ambiental.”
He tenido el honor de conocer y trabajar con Lis y algunos de los otros Protectores de los artículos.
Gracias Eric por escribir su historia.
Un interesante articulo , y muy conmovedor. Un familiar tiene un gatico macho pequeño y bien cuidado pero no tiene a quien donarlo pues no tiene condiciones para quedarse con el. Pudieran ponerme en contacto con Lis para buscarle un padre adoptivo.
Hola, cómo puedo obtener el contacto de Lis? Soy del Insituto de Meteorología y poco a poco se ha llenado de gatos que han abandonado. Algunos colegas estamos cuidándolos pero se ha vuelto un problema pues a otros compañeros no les gustan y de hecho han envenenado a algunos. Nos urge buscar un refugio para estos animalitos. Por favor nos pudieran poner en contacto con Lis?
Gracias de antemano
Hola Liz
Está mañana me encontré 6 perritos muy pequeños, pienso que tengan unos 45 días. Pude regalar dos de ellos pero me quedan otros cuatro. No tengo condiciones para quedarme con ellos, ya rengo dos grandes y vivo en un departamento pequeño. A quién o dónde puedo dirigirme para darle amparo a estos animalitos??? Espero puedas ayudarme!!!
Saludos, Arian 7832-1405 y 5438-3927