Fotos: Néstor Martí
Como ritual y expresión mágico-religiosa con la capacidad de transportar el cuerpo al mundo espiritual, la danza ha existido desde el principio de los tiempos. Una historia de la danza, sería así una historia de las civilizaciones.Al igual que la risa, la cualidad de expresar un sentido mediante el movimiento es propiamente humana: sólo los humanos bailan. Los animales se mueven en la apariencia de un baile, pero la abstracción de la danza como la comprendemos, en su facultad para representar un tiempo y un espacio compartido, en su potencialidad como canal de ideas, sentimientos, sensaciones, excitaciones y paroxismos, locura, soledad, vacío, fugacidad e infinitud, liberación, exceso…, estas ilimitadas transgresiones sólo la danza puede reunirlas, al insinuarse como la inseparable conjunción de pensamiento y sensoriedad. De ahí la dramaturgia de ese silencio compacto de un brazo, que en la penumbra del escenario puede sintetizar todas las pasiones y todas las obsesiones de la historia humana. El verdadero arte danzario es la elocuencia del movimiento.
Así, la danza transitó por los diferentes estadíos. Fue culto en la Antigüedad, motivo de censura en el Medioevo, despertar en el Renacimiento y vanguardia en la Modernidad.Luego de la I Guerra Mundial, cuando la Razón Ilustrada padece su más temprana crisis de sentido, las artes se enfrentan a una sociedad que irrumpe en el siglo XX desde la incertidumbre y el cuestionamiento. En ese contexto aparecen las primeras manifestaciones de las danzas modernas, cuando se impone la búsqueda de una expresión nueva, capaz de representar, en su justa medida, los “nuevos tiempos”.Heredera de ese ímpetu transgresor, la danza moderna reacciona primero contra la forma, contra la estilización propia del Ballet que oculta bajo la superficie de un mundo de total armonía el desenfreno de las fuerzas que lo mueven. El movimiento en la Modernidad será, cada vez más, una expresión de ese desenfreno.
Es el siglo de las grandes guerras, de la irracionalidad, de la emancipación de la mujer, del resurgimiento y caída sucesivos de las revoluciones sociales, políticas, tecnológicas. Las nuevas libertades echan por tierra una historia de normas estrictas y regulaciones, mientras el cuerpo se deja llevar por la incontinencia, la desmesura, el erotismo. Nuevos detonantes harán cambiar las actitudes hacia la danza: el fenómeno deIsadora Duncan, la influencia de los ritmos latinos, africanos y caribeños, la proliferación de las salas de baile, la televisión y la masificación de otros medios como el cine. Todas estas circunstancias sacaron a la luz el problema de los espacios: o sea, la relación de la danza con el espacio como un elemento que definía sus potencialidades coreográficas y escénicas, de composición y de sentido. Sin embargo, resulta curioso que la explosión de las llamadas danzas callejeras se presentara como el boom de una vanguardia que transformaba los conceptos tradicionales de la danza, desde la dramaturgia hasta la relación de los intérpretes con el público.
Viéndolo con precisión, no debería asombrarnos tanto este resurgir de la danza callejera, si tenemos en cuenta que en la antigüedad ya se bailaba en bosques y plazas abiertas, y existía una estrecha vinculación entre la función y los espacios, como en el caso de las representaciones extásicasen honor al dios griego Dionisisos, donde las ménades danzaban en lugares abiertos y bajo los efectos del vino, durante orgías que incluían música y mitos representados por actores y bailarines profesionales. Cinco siglos antes de nuestra era, estas danzas ya formaban partede la escena social y política de la antigua Grecia. En el 150 a.n.e, en Roma, se consideró a la danza como una actividad peligrosa, y su traslado a la clandestinidad resultó en la aparición de una nueva forma de moverse actualmente conocida como pantomima ó mímica, que hasta hoy reúne las estéticas propias de la danza y el teatro, y lo hace, generalmente, en espacios públicos. Aunque se supone la existencia de escuelas y salonesen la Grecia Clásica, que sepamos no es hasta 1661 que se autoriza, por Luis XIV de Francia, el establecimiento de la Primera Real Academia de Danza. Sin duda esta circunstancia, junto al predominio alcanzado por el Ballet, va construyendo la idea de que la danza pertenece a escenarios o salones específicos; pero no podemos olvidar que esto es sólo lo que se mencionaen la historia de la llamada Cultura Occidental.
Entretanto, y mientras en Francia triunfaba el Ballet, miles de culturas y pueblos por todo el mundo bailaban desde sus expresiones e identidades propias, y generalmente lo hacían en lugares públicos. Solo por citar un ejemplo, pudiéramos hablar de la mojiganga, que proviene del teatro medieval y es una especie de manifestación callejera propia de casi toda Hispanoamérica, que con el tiempo se convirtió en danza y se vinculó a carnavales y fiestas populares, y que aún hoy puede encontrarse en numerosas regiones.De cualquier manera, la danza llega a la Modernidad ligada a los escenarios y los salones, y no es hasta la década del 70 cuando esta concepción cambia de forma radical, con la irrupción, en el sur de un barrio marginal de Estados Unidos, de las llamadas “Street dance”.Parecerelevanteque el regreso de la danza callejera, al menos de la forma en que la conocemos hoy, provenga de jóvenes de comunidades latinas y afroamericanas, guiados por la necesidad de contrarrestar, a través del baile, una larga historia de pobreza y marginación. Para ellos la danza representó no solo una liberación espiritual y creativa, sino la defensa de un modo de vida alternativo a la violencia.
Desde entonces las “danzas de la calle” se identificaron dentro de un estilo que priorizaba la interacción con el entono, la improvisación y el contacto con el espectador, mientras alentaban la creatividad individual; y aunque estilos como el Hip hop, el Breakdance, el Popping o el Tutting han sido absorbidos por la cultura del consumo y el negocio del espectáculo, la danza callejera como expresión ha continuado creciendo y diversificándose desde innumerables compañías y artistas de todo el mundo. En ese caso encontramos aRetazos, en su constancia de trabajo durante 25 años, y que desde hace 17 organiza un festival dedicado por entero a la danza callejera. Pudiéramos decir que es un concepto lo que defienden y no un estilo;una concepción del mundo y de la danza, dónde el público se convierte en interlocutor inmediato, provocando una energía diferente y una interacción más espontánea.
En la actualidad, la danza callejera es ya considerada una manifestación por derecho propio, expresión de lo cotidiano, lo insólito, la improvisación, la transgresión, la no estructura, la espontaneidad;donde cobra mayor relevancia la autoexpresión corporal y la relación con el entorno, y donde se valora la libertad del gesto corporal, cada vez más desentendido de las ataduras de la métrica y el ritmo.En ella la fuente del movimiento se articula desde acciones naturales como el respirar o el caminar, a partir de una conexióndirecta con lo humano,que resulta en una excepcional intensidad para la interpretación escénica. Pero el sentido que adquiere la danza en los espacios urbanos, su intervención dentro de la dinámica cotidiana, no quiere ser algo común, sino más bien funcionar como un elemento de choque, de ruptura, de alteración, capaz de imprimirle un nuevosignificado, una sensibilidad diferente a la ciudad-discurso, donde su propio movimiento atronador no pertenece ya al orden de labores, deberes y tipificacionesde idas y vueltas, sino al espacio donde el arte fluye como testimonio de esa emancipación que significa la salida de la danza de sus escenarios habituales, de sus movimientos habituales y de su relación también habitual con el espacio y el público. Significa igualmente una emancipación del icono de la ciudad y de la rutina de sus habitantes. Quizás el testimonio más cercano del arte que irrumpe en la vida, y de la vida que irrumpe a su vez, en el arte.
*Este texto es una colaboración para OnCuba del equipo de periodistas del Festival Habana Vieja: Ciudad en movimiento