A los cubanos nos encantan los dulces. Es algo que está en nuestra historia, en nuestra cultura, en nuestra tradición culinaria.
La nuestra es una tierra que se endulzó con la caña de azúcar, con las variadas y exquisitas frutas tropicales, con la miel criolla, y también con los postres —algunos más elaborados, otros más sencillos— que heredamos de España, de África, de otras naciones de Europa o el Caribe.
Así se conformó una herencia maravillosa, que hechiza los ojos y, por supuesto, al paladar, aunque no sea precisamente saludable. Porque los cubanos, o al menos una buena parte de nosotros, nos gusta el dulce bien dulce, con un toque de azúcar que apague el sabor condimentado de las comidas y luego pueda apaciguarse con sabroso y oscuro café.
Las recetas de los dulces cubanos pasan de padres a hijos, de generación en generación, y tienen en las casas sus templos principales. Los postres caseros tienen el saber y el cariño de la abuela, un encanto que ningún restaurante, por lujoso que sea, puede igualar en nuestra memoria.
Pero, aun en casa, podemos hacer de los dulces mucho más que un alimento almibarado. El más sencillo retoque puede darle una vista inimaginable al postre que llevamos años degustando, y multiplicar así el disfrute que nos puede provocar.
Las torrejas de pan, o el flan de calabaza, o los cascos de guayaba, o el cubanísimo arroz con leche, pueden hacerse mucho más apetitosos con dedicación e ingenio.
Claro que no siempre es fácil hacerlo, sobre todo cuando la situación económica y el desabastecimiento de muchos productos dificulta nuestros gustos y deseos. Como sucede por estos días. Pero siempre que sea posible, podemos intentarlo, aunque sin perder de vista nuestra salud.
Así lo he intentado yo mismo durante años, sin ser chef ni repostero; solo un fotógrafo al que le gusta la cocina y retratar lo que allí hago. Y, claro, también degustarlo.
Por ello, les dejo con algunos de los postres que he podido hacer durante largo tiempo. No son fotos recientes ni las comparto para hacerles la boca agua, sino para motivarlos a que lo intenten cuando tengan la oportunidad.
Espero sinceramente que, aunque solo con la vista, puedan disfrutarlos, y tal vez evocar los hechos por ustedes mismos o sus familias. Si así resulta, puedo entonces sentirme doblemente satisfecho.