Antilla ha tenido tres grandes oportunidades, la primera cuando apareció la imagen de la Virgen de la Caridad en sus aguas circundantes, la segunda cuando el norteamericano Van Horne se fijó en ella e intentó convertirla en la “segunda Habana”. Fue por los inicios del siglo XX cuando fue fundado el actual pueblo de Antilla, más que por un deseo romántico, por intereses comerciales asociados a su buena ubicación y a esa bahía que se abre delante del pueblo y lógicamente al boom azucarero. Y la tercera es esta de ahora, de la mano de un gran proyecto de desarrollo turístico que pondrá en las playas de la península de Ramón unas 20,000 habitaciones.
Ese pedazo de tierra conoció la bonanza de la mano de la expansión de la industria azucarera, aupada por el capital estadounidense en los inicios del siglo XX, fundamentalmente por el privilegio de estar junto al mar, en la más grande bahía de bolsa que tiene Cuba y con costas que permitían un muelle de aguas profundas, circundada por territorios de grandes productores de azúcar de caña, pero también de otras producciones como madera, cacao, café y pesca, al extremo de que en sus días de esplendor enviaba a La Habana, en el tren, las especies de peces propias de la bahía de Nipe.
Este territorio está punto de convertirse un polo turístico de mucha importancia para Cuba.
En aquellos tiempos un “tren bala” que hacía el trayecto Habana-Antilla en apenas 9 horas (unos 800 kilómetros), lo que todavía hoy seguirá siendo récord, la comunicaba con la capital del país. Vuelos directos hacia algunos territorios estadounidenses y servicios de cabotaje con Cuba y con Estados Unidos pusieron a Antilla en el mundo.
Calles asfaltadas por iniciativa popular y una ermita a la Virgen, su Virgen, la Virgen de Cuba, hecha por Rita Longa, configuraban el “paisaje urbano” de la que parecía sería la segunda Habana. Cultura de obrero portuario, de pescadores, mezclada con azúcar y miel de caña y un creciente ambiente de negocios en el que varios bancos “pescaban” la riqueza producida en el territorio, conformaron esa manera de existir de un pueblo joven.
La buena ubicación geográfica y el buen puerto impulsó la idea del ferrocarril y esa combinación la hizo una ciudad bendecida.
El puerto fue el big push del crecimiento y la bonanza, junto a una capacidad de almacenamiento relevante para aquellos tiempos y a los símbolos del desarrollo de inicios de siglo XX: el tren y la electricidad. Conexiones por tren diarias con La Habana y con Santiago de Cuba, en aquellos tiempos capital de la provincia de Oriente, incluso con más de una frecuencia, pista de aterrizaje y hasta oficina de venta de boletos de avión (de la cual hoy solo queda el logo en el antiguo granito del piso), escala para barcos e hidroaviones –se dice que el más grande de aquellos tiempos, de nueve motores amarizó allí–, sucursales de bancos y filiales de prestigiosas academias de arte como la Hubert de Blanck.
En el decir de sus trabajadores más viejos, en Antilla se cobrara todos los días y se cobraba bien. Los vaivenes del azúcar, de una u otra manera, dictaron su suerte.
Es un territorio con esa historia y esas condiciones, en especial con playas de primera calidad donde se decidió hace ya algún tiempo promover un desarrollo turístico que alcanzará dos decenas de miles de habitaciones en hoteles de cuatro y cinco estrellas. Parece que la suerte –o quizás la bendición– regresa a Antilla, aun cuando la Ermita no existe y la Virgen todavía anda lejos (dicen que por Holguín) después de que fuera nuevamente rescatada del mar, cuando a inicios de los 60 alguien se abrogó el derecho de destruir la Ermita con un buldócer y lanzar la imagen creada por Rita Longa en las mismas aguas de la bahía donde apareciera por primera vez siglos antes. De allí, de las aguas someras de la Bahía fue “salvada” nuevamente por otro cubano y ha sido conservada hasta hoy, en espera de su retorno.
Hoy el municipio lleva el nombre de Antilla. El poblado que lleva su nombre está como preso entre dos bahías, la de Banes y la de Nipe. Según el Anuario Territorial de Cuba, esa bahía, la de Nipe (308 kilómetros cuadrados) es una de las más grandes de Cuba con buenas condiciones para el desarrollo de la actividad portuaria, con un calado de entre 12 y 14 metros, con un magnífico canal de entrada. Un puerto bien ubicado en el noreste de nuestro país, muy protegido y rodeado por un territorio rico en su naturaleza misma, rodeado de parques naturales y con tierras que, sin ser las más productivas de Cuba, podrían convertirse en una gran fuente de abasto para ese plan de expansión turística y convertirlo en un gran plan de desarrollo territorial.
Son dos cosas distintas, bien se sabe, desarrollar una economía de enclave (algo que hemos repetido más de una vez en nuestra experiencia de los últimos cincuenta años) y otra muy distinta y de mucho más rango y complejidad, es fomentar un proyecto de desarrollo que integre de forma adecuada (no armónica, pero sí funcional) las potencialidades del municipio, de su naturaleza, de su gente para diversificar sus oportunidades y lograr una prosperidad sostenible en el tiempo y menos dependiente del propio turismo que provocó ese desarrollo.
Los retos son todos enormes. Antilla ocupa una superficie de 119,7 kilómetros cuadrados, tiene apenas 12,300 habitantes y es una de los 6 más densamente pobladas del municipio. Su población es fundamentalmente urbana (más de 10,000 habitantes) y la relación entre hombres y mujeres es más o menos la misma. Más del 50 por ciento de su población está por encima de los 40 años y el grupo etario más abundante se encuentra por encima de los 60 (1,752 personas). Hasta 2016 la población en edad laboral era de 7,800 personas, esto es el 63 por ciento del total[1].
Construir 20,000 habitaciones ha obligado a desplazar hacia allí una fuerza de trabajo considerable, luego vendrá el reto de mantener una fuerza de trabajo estable para atender esas miles de habitaciones. Según ocurre hoy en Cuba, la cantidad de trabajadores que se necesitan en un hotel de cuatro o cinco estrellas guarda una relación de alrededor de uno a uno, o sea, un trabajador por cada habitación. Al municipio de Antilla le faltan unas 12,000 personas para satisfacer la futura demanda de fuerza de trabajo, esto es, duplicar su población laboral suponiendo que todo el mundo vaya a trabajar en los hoteles. Lo otro sería “importar” trabajadores, casi una proeza pues habría que traer el equivalente a la población actual, pero también es una gran oportunidad de repoblar el municipio, y un gran reto por el necesario crecimiento de los servicios y la producción necesaria para darles una vida adecuada y sobre todo para retenerlos en el territorio.
Hace muy poco el presidente Miguel Díaz-Canel señalaba a todos los sectores del país, cuánta oportunidad desperdiciada ha significado el turismo, cuánto de productos y servicios se podría producir para ese sector, cuánto hemos fallado en no lograr convertir al turismo en lo que un día fue la industria azucarera, una verdadera locomotora para el país que tirada de muchos vagones.
Muchas veces no ha dependido de las empresas nacionales; muchas veces nuestras políticas industriales no han tenido la consistencia y la coherencia necesarias; muchas veces han primado otros conceptos alejados de los criterios de eficiencia y productividad; muchas veces la idea de un buen negocio se ha malogrado por otras ideas, para nada coherentes con nuestras aspiraciones de desarrollo y crecimiento. Es cierto que nuestras empresas siguen atadas y nuestros empresarios maniatados.
Sería muy bueno que por fin, más que por la voluntad de nadie y sí por buenos diseños e implementaciones de políticas, esas fallas desaparecieran.
También sería muy bueno que las autoridades locales pudieran participar desde el inicio en esos grandes proyectos nacionales que se desarrollan en los territorios. Que no solo tuvieran voz, sino también voto y que su voto fuera decisivo. Que no se enteren después que tienen que hacer algo para que los turistas vayan a Antilla, o a Gibara (quizás una de las mejores expresiones de lo que ha sido una concepción sectorial de un proyecto de desarrollo y que hoy languidece al lado de los “polos turísticos” de la provincia) o a Guane. Quizás cuando se apruebe la nueva constitución se logre la integración de lo local en los proyectos nacionales.
Pero ya la máquina echó a andar en Antilla. La carretera que comunicara a la capital de la provincia con el Polo de desarrollo no atraviesa el pueblo (¿Alguien le habrá preguntado a las autoridades locales?), lo bordea. Habrá que desarrollar muchos proyectos productivos, integrar a las empresas que desarrollan los temas de flora y fauna, lograr que los pescadores de Antilla puedan surtir de forma directa a los futuros hoteles con pescado fresco de la zona, sin tener que pasar por alguna OSDE de alguna empresa del algún ministerio con lo cual quizás el pescado tenga que viajar hasta la Habana para después regresar a esos hoteles o lo que es peor tenga que venir de fuera de Cuba como el famoso Mahi-Mahi.
Relanzar el ferrocarril Holguín-Antilla y al menos lograr tres frecuencias diarias para que los turista vayan hasta la capital de la provincia y los holguineros a Antilla y quizás de esa forma no haya que construir nuevos poblados, probablemente mucho más costosos que la recuperación del ferrocarril; fomentar producciones agrícolas entre los pobladores para alimentar al turismo con producciones locales; mejorar drásticamente la infraestructura de Antilla, fomentar bares y restaurantes que ojalá no sean estatales; y pequeños barcos de pasajeros para los turistas internacionales (porque todavía los cubanos que vivimos en Cuba no podemos hacerlo) puedan alquilarlos y pasearse por la bahía o ir a algún pequeño caserío en las costas circundantes.
Ni que decir de lo que esto puede significar para la pequeña y mediana industria local, la estatal y la no estatal como proveedores de muchas cosas para el turismo, siempre que lo hagan con la calidad requerida. Hay una casi infinita oportunidad de lograr encadenamientos productivos virtuosos. Las autoridades locales pueden hacerlo, en especial si se les estimula y se les deja hacer. Holguín ha sido tierra de emprendedores, siempre lo ha sido, su población allí en su territorio, en La Habana, cuando han emigrado a la capital y fuera de Cuba lo ha demostrado y se ha distinguido por ello. Bien encausada, esa cualidad emprendedora puede ser una gran fortaleza par ese y otros proyectos nacionales.
Había en Antilla hasta un aeropuerto y conexiones con la capital y el extranjero por aquella época dorada que vivió el pueblo. Quizás no haga falta hoy, Holguín tiene un magnífico aeropuerto y el viaje hasta la península de Ramón, si la carreta es buena, no es tan agotador, además de ser bonito. También había en Antilla una Virgen de la Caridad que aún no ha regresado al pueblo y trenes y madera y pescado. ¿Cuánto de todo eso es posible recuperar? Es posible incluso hacerlo mejor pues hay mucha gente con conocimiento y ganas de hacer, como en toda Cuba.
[1] Todos los datos están tomados del Anuario Territorial de Cuba 2016 de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información.