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Contar lo que sucede en el Parque Lenin no es sencillo; implica enfrentar posturas encontradas y poco constructivas. Por un lado, están quienes critican para sembrar cizaña. Por otro, quienes niegan la realidad, aferrados a un optimismo forzado, asegurando que el Parque estará en funcionamiento “mañana mismo”. Ambas posturas terminan arrastrando a nostálgicos que no aportan soluciones reales.
Lo cierto es que, aunque hemos visto la destrucción, poco se ha profundizado en sus causas. El Parque Lenin es una obra arquitectónica colosal de costo millonario inaugurada en 1972. Desde entonces ha sido un símbolo inseparable del proyecto social cubano. Su deterioro, por tanto, funciona como termómetro de la crisis del país.
Su declive no es un hecho aislado, sino reflejo de problemas mayores: la ineficiencia administrativa, la centralización excesiva, la crisis económica y una sociedad donde la supervivencia individual prima sobre el bien común.
La incompetencia de las últimas administraciones quedó patente en decisiones como abandonar las instalaciones originales —por ejemplo, la red de cafeterías— para reemplazarlas por quioscos improvisados, derrochando recursos que podrían haberse destinado al mantenimiento. A ello se suman la corrupción y el despilfarro presupuestario, que rara vez se mencionan abiertamente.
La salida abrupta de la última directora general en 2022, tras una gestión que, pese a todo, mantuvo el parque activo, dio paso a una sucesión de líderes sin sentido de pertenencia, lo que generó desidia, mal servicio e incluso maltrato a los visitantes.
Al mismo tiempo, el bajo precio de los servicios ofrecidos en el Parque, cubierto por un subsidio estatal desproporcionado, no permitía generar ingresos propios suficientes para costear reparaciones y mantenimientos, lo cual limitaba su autonomía financiera.
A pesar de haber sido priorizado en los planes estatales, el Parque experimentó años de inestabilidad institucional, transitando entre distintos ministerios. Entre 2010 y 2012, quedó desatendido financieramente, sin recibir recursos ni generar ingresos propios, lo que agravó el deterioro de su infraestructura. Inversiones significativas llegaron en la etapa del “deshielo” con Estados Unidos, evidenciadas en la reinauguración del Anfiteatro en 2017 con la presencia de Miguel Díaz-Canel, entonces vicepresidente.
Pero la pandemia de COVID-19 supuso un golpe devastador: cierre de instalaciones, salarios que perdieron valor tras la Tarea Ordenamiento, abandono de mantenimiento y disminución de personal, lo que imposibilitó proteger y conservar las áreas del recinto.
Los años duros de la pandemia y la crisis económica, como a otras instalaciones, golpearon al Parque. El intento de transformación empresarial en su 50 aniversario en 2022, buscando autonomía financiera mediante la creación de 14 Unidades Empresariales de Base (UEB), no logró revertir el deterioro ni detener las críticas ciudadanas, pues la dependencia de subsidios y la falta de ingresos mantuvieron la inviabilidad económica.
Durante el cierre pandémico, la falta de seguridad favoreció el saqueo sistemático de cables, bombillas, ventanas y estructuras metálicas; se destruyó buena parte del patrimonio. Las autoridades, sin recursos ni personal, poco pudieron hacer, mientras algunos se beneficiaban del caos.
La conjugación de estos factores ha derivado en que hoy el Parque Lenin sea una gran ruina. Con una gestión honesta, participación comunitaria y una verdadera priorización, el Parque pudo haberse salvado.
Sin cambios profundos en la forma en que se gestionan los recursos públicos y se involucra a la ciudadanía en el rescate de espacios emblemáticos como este, es probable que continuemos contemplando la decadencia y pérdida de nuestro patrimonio común.
El Anfiteatro
Es una de las edificaciones más impresionantes del Parque Lenin, concebida como un tributo tropical a los anfiteatros griegos y romanos. Sus 1200 asientos fueron construidos con bloques de piedra caliza tallados en forma de sillas y butacas, entre los que crecía la hierba de manera controlada, aportando una ambientación natural. Una gran plataforma flotante servía como escenario para obras de teatro y grandes conciertos.
El Acuario: música de pinos
Es una de las instalaciones cuyo deterioro más duele. Situado en una pequeña elevación rodeada de pinos, fue concebido para peces de agua dulce. Su diseño en espiral permitía un recorrido placentero. Las peceras incrustadas en la pared interior ofrecían vistas con iluminación natural, y al final se salía a un patio con una escalera que conducía al techo.
Al entrar, se tarda unos minutos en soltar el nudo de la garganta. A quien lo conoció en su esplendor —pasillos brillantes, vitrales que teñían la luz de rojo, amarillo y azul—, la decadencia actual puede provocarle lágrimas.

Desde el techo, la solemnidad del lugar impresiona. Brisa y silencio, un silencio litúrgico solo interrumpido por el zumbido grave de un avión que proyecta la sombra de sus alas sobre los pinos. Estos, bellísimos, han esparcido allí sus resinas, ramitas y semillas. Cuando el viento sopla, entonan una música suave. Si el visitante sabe apreciar lo sublime, quizás vea cómo los peces vuelven a nadar.

Miguel Montano y el tesoro de la colina
A unos 50 metros de la base del monumento, en la margen derecha del sendero, una pequeña construcción llama la atención. Parece estar en buen estado. Un algarrobo extiende sus ramas sobre el techo. De unas telas rojas que hacen de cortina, sale un hombrecito.
Miguel Montano comenzó a trabajar en el Parque Lenin en 1988. Después de desempeñarse en distintas áreas, fue asignado como cuidador del monumento a Lenin, esculpido en 1984 por el soviético Lev Kerbel en mármol gris perla traído desde la Sierra de las Casas, Isla de la Juventud. Desde 1991, Miguel protege del vandalismo el monumento y la casa de protocolo.

Montano señala que el desconocimiento y la falta de pertenencia de los últimos directores influyó en el deterioro. La impotencia de no poder detener el saqueo lo sumió en dolor. Algunas noches escuchaba desde la colina los golpes de las mandarrias destruyendo el Acuario. Decidió no volver más por aquel lugar.
Pero los vándalos ya merodean la colina. Una noche destruyeron los registros del tendido eléctrico subterráneo y se llevaron varios metros de cable, dejando a Miguel cinco meses sin electricidad.
Recuperarla no fue sencillo: entre reclamos y súplicas, finalmente lograron instalar postes.
Miguel ha perdido el optimismo. No cree que el Parque pueda recuperarse. De todo lo que podría pedir, solo desea enviar un mensaje: “Por favor, no roben más”.
La Mariposa ya no vuela
En 2007 se hizo la última gran inversión en el área recreativa, y se decidió crear un nuevo parque temático llamado La Mariposa. Fue un proyecto ambicioso, con un costo estimado en 10 millones de dólares. Comprado a una cooperativa china, incluyó la asesoría de técnicos extranjeros para instalar 28 equipos, entre ellos: la montaña rusa, el hidrodeslizador, el cosmonauta, el columpio gigante y la modernizada estrella.

Se esperaba una vida útil de diez años con mantenimientos regulares. Pero no se previó un sistema de pintura anticorrosiva, y en poco más de cinco años, los equipos comenzaron a deteriorarse.
En 2015, Yaneisi Hernández, directora del parque Mariposa, declaró a Cubadebate que la mayoría de los equipos estaban fuera de servicio por roturas y falta de piezas. Algunos habían sido declarados inoperables. El ingreso generado no cubría los costos de mantenimiento.
En su 50 aniversario (2022), solo funcionaban 6 de los 17 equipos aún en existencia. La montaña rusa y la estrella llevaban seis años sin girar.
La Mariposa había perdido sus alas. Las promesas de recuperación nunca se concretaron.
A menos que ocurra un milagro
Actualmente, solo tres equipos están en buen estado: los dinosaurios, los elefantes y el barco gigante. Fueron recuperados gracias a la colaboración con la Unión de Industrias Militares. Aunque se pintaron y se restauró su movilidad, ya no alternan como antes porque el sistema de aire que activaba los pistones no fue recuperado.
Además, las pizarras eléctricas necesarias para su funcionamiento fueron retiradas del parque sin explicación, y nunca regresaron.
El barco gigante se proyecta como punto de venta de helados. No será posible hacerlo funcionar porque es muy difícil recuperar sus componentes.
Los trabajadores no creen que los equipos vuelvan a operar pronto, a pesar de las declaraciones optimistas del director general al Portal del Ciudadano de La Habana. Algunos, directamente, han perdido la esperanza y creen que solo volverán a funcionar si ocurre un milagro.