Mae Inda, creadora de un mundo para muchas Amalias
La necesidad de hallar los juguetes adecuados para su hija y no encontrarlos la hizo tomar una decisión: tener una tienda de estos juguetes ella misma.
Mae Inda aún no cumple 50 años, pero ha hecho cosas para tres vidas. Es contadora de profesión, emprendedora por naturaleza, e investigadora por principio. Proyectos ha tenido muchos, pero hoy todos la conocen por ser la creadora de El Mundo de Amalia, un emprendimiento que comenzó con juguetes pero ahora es mucho más.
Comenzamos jugando
“El pretexto fueron los juguetes para mi hija Amalia”, cuenta Mae mientras se quita los zapatos y pone los pies desnudos en el piso de un casón del Vedado, donde tiene una de sus sedes.
“Mi hija tiene una discapacidad y necesitaba juguetes especiales que en Cuba no había. Traerlos era caro, porque los juguetes de por sí son caros, imagínate de ese tipo. Además, pesan porque son de madera”. Así, de comprar en un país y recibir una donación de otro, de ver a otras familias con las mismas condiciones y necesidades, es que surge Mundo Amalia, tienda de juguetes sensoriales Montessori hechos en Cuba, y mucho más.
Mundo Amalia. Foto: Tomada de su página en Facebook.
“Puedo decir que he tenido juguetes en tiendas especializadas de todos los emprendedores del país, como también he enviado juguetes a todas las provincias, unas menos que otras, pero en toda Cuba hay una representación de mi proyecto”, asegura.
Sovi, Rutami, Del Ingenio, Perro Sato, BARocha, La Casa del Juguete, son las marcas cubanas más conocidas en el mercado y que habitan y conviven en un mismo espacio, en un mundo creado por Mae, donde todos son necesarios y aportan según las necesidades de cada infante.
“No he tenido problema con ningua de estas marcas; al contrario, lo que he recibido de todos es apoyo y mucha cofradía. Hemos crecido como una familia. Entre ellos tampoco creo que haya competencia. Además, no creo en la competencia, sí en la sustitución de un producto por otro, pero no en la competencia per se; lo otro es publicidad. Y en Cuba hay más demanda que oferta, aun cuando la demanda es poca”.
Mundo Amalia. Foto: Tomada de su página en Facebook.
Y mientras Mae hace pausas en la entrevista para atender a clientes que llegan a la tienda buscando algo o para recoger un pedido, comenta sus experiencias con las familias que han incorporado estos productos a sus vidas.
“Muchos piensan que al ser juguetes de madera, pintados y hechos a mano, les restan valor; cuando esto supone todo lo contrario. Otros ven cubiertas sus necesidades con esta propuesta que tiene diversidad de forma, color y tamaño, e incluso puede personalizarse según las características de cada niño o niña que lo necesite o quiera”, explica.
Por varias razones la demanda es poca. Pasa por el desconocimiento de este tipo de juguetes; por eso una de las fortalezas del proyecto es la capacitación, las charlas educativas en cualquier espacio, para aprender jugando. “Me he visto dando una conferencia en los lugares más impensables, pero todas las doy con el mismo amor; lo importante es que los adultos aprendan para que los pequeños puedan tener esos juguetes”.
La familia como principal fortaleza y el “no cuido”
Mundo Amalia. Foto: Tomada de su página en Facebook.
Trabajar con la familia no tiene por qué ser un caos, solo hay que tener paciencia; porque nadie hará mejor equipo que tu familia si quieres llevar adelante un gran proyecto. Lo explica Mae, a su forma y con cucharadas de ciencia y experiencia. “Mi padre, mi madre, mi esposo, y hasta mi hijo Mauricio. Todos somos un equipo”.
Tomás Inda, su padre, es uno de los fotógrafos más reconocidos de Cuba. Hace varios años lidera la Escuela de Fotografía Creativa de La Habana (EFCH), por donde han pasado amantes y conocedores del arte de capturar la vida en un instante. EFCH se creó primero que El Mundo de Amalia, pero ahora ambos proyectos conviven, aunque parezcan distantes.
“Mi madre es la encargada de la cocina en Casa Lela, mi esposo es mi mano derecha y mi hijo Mauricio es el que mejor ayuda ante una crisis de algún pequeño en el no cuido”, explica Mae. Casa Lela fue la primera sede de El Mundo de Amalia, distante del centro de la capital pero perfecta para quienes viven alejados de la muchedumbre. Así le gustaba a Mae, la calma y el ambiente controlado aportan más. Antes fue solo un espacio para compartir con otras familias que reconocieron en su propuesta la solución a sus necesidades. La tienda ocupó la principal atención y juguetes de todo tipo convivían en un mismo espacio, al mismo tiempo que eran expuestos en su tienda online, la que reporta mayores ventas.
Esa misma necesidad que tienen las madres como principales cuidadoras es que surge el “no cuido” en Casa Lela, un espacio seguro y con la neurociencia aplicada a la educación como concepto. En este espacio, obviamente ,usan los juguetes de madera.
Gracias al apoyo familiar, no solo de los más cercanos a Mae, si no de las familias fundadoras del no cuido, es que se ha podido mantener el espacio, que terminó apoderándose de toda la casa y desplazando la tienda física para El Vedado.
“Era imposible mantener todo en el mismo lugar. ¿Cómo controlas que los niños no cojan los juguetes que están a la venta si al final son los mismos con los que juegan? Para evitar conflictos y aprovechar más el espacio de la casa, decidimos tener otra sede”.
Su proyecto sombrilla es la mipyme TragaLuz S.R.L, una empresa que lidera todo el trabajo. “Tuvimos que hacer la mipyme porque ya eran demasiados proyectos conviviendo. Nos ha ido muy bien, hemos podido realizar todas las acciones que queríamos bajo un marco legal”.
El no cuido no es una guardería, aclara Mae cada 3 minutos: “es un espacio para socializar, no solo los niños y las niñas, sino también las madres, las familias de forma general. Ha sido de las cosas más lindas que he tenido, porque cuando veo a las asistentes trabajando con los niños y que el amor y los abrazos son su lenguaje, entiendo que todo ha valido la pena”.
Por eso desde la Taberna de las Mamás, las familias pueden permanecer el resto del día pero sin intervenir en las actividades que se realizan con las niñas y los niños. “Pueden mirar todo, pero sin hablar. Es como ir educando a los peques y a sus familias a la vez”.
Mundo Amalia. Foto: Tomada de su página en Facebook.
Colaborar, palabra de orden
Mae es un ejemplo de superación. Hace unos años hizo un Máster online en Neurociencia, luego comenzó a ver la vida de forma diferente. Donde muchos ven conflicto, ella ve un escalón para solucionar un problema mayor. “Cuando logras entender el cerebro humano, lo has entendido todo”, asegura.
Sin duda Amalia ha sido su principal retadora. Para entenderla matriculó en el Máster; ahora es más feliz, logró aprender por qué su hija tiene dificultad para la movilidad, o logra hacer algunas cosas y no otras. También aprendió sobre las emociones, pero en ese sentido, Mauricio es el modelo de sus clases: “Mauri es un niño feliz, no hay otra definición”. Cuando menciona la felicidad sus ojos se encieden. “Tenemos que saber de emociones, para ver nuestras fortalezas o debilidades, solo así lograremos ser felices”.
Mundo Amalia. Foto: Tomada de su página en Facebook.
Para que otros también aprendan, Mae ha escrito ocho libros bajo el sello de Ediciones Boloña, que están disponibles en su tienda (física y online). En colaboración con Unicef, ha trabajado en el proyecto de las casitas infantiles, equipando cada una con un módulo de juguetes.
“En cada hospital o área de diagnóstico infantil de todo el país hay un módulo de nuestros juguetes. Lo hemos donado con mucho amor, porque sabemos que ahí serán de gran utilidad”, cuenta la emprendedora.
La cofradía con la que trabajan en El Mundo de Amalia es impresionante. Una familia necesita algo y todas se ponen en función de eso. “Así es con los juguetes, pero también con los medicamentos, con algún alimento específico. Somos un gran equipo”.
Mundo Amalia. Foto: Tomada de su página en Facebook.
“Esto no es un negocio que dé dinero, solo lo justo para hacerlo sostenible”, asegura Mae; pero ella no desiste, sabe que sus juguetes son necesarios, y que por eso, por niñas y niños como Amalia y como otros, debe seguir trabajando. Y también innovando: muchos artículos que hoy se venden en su tienda antes fueron de otros, pero llegaron a Mae, quien los restauró y pintó para ponerlos a disposición de nuevas manos, que los lleven a otro hogar en el que volver a provocar felicidad.
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