Pienso en el Nikolis cuando sueño con barcos. Una silueta gris que se mueve hacia al puerto o lejos del puerto, el rumbo depende de los deseos de quien mira. Para mí siempre viene: vuelve a la Isabela desde alguna tierra en los antípodas. Alguna vez llegó para despedazarse en este cementerio de naves lastimadas.
La bahía de Sagua la Grande retiene más cuerpos sepultados que vivientes. Cuando hice la lista preliminar de los buques perdidos en siglo y medio de travesías, un amigo observó: “es otro triángulo de las Bermudas”. Quizá. Parece que nos tocó un puerto difícil, “odiseico”, plagado de escollos y bancos de arena. La entrada principal, significativamente, es la Boca de Maravillas. La maravilla de llegar a algún sitio después de rebasar el Mar de los Sargazos, tantos estrechos y el Atlántico tenebroso de Colón; la maravilla del cumplimiento, la confirmación de que salimos destinados a llegar.
El Nikolis arribó una tarde de temporal, solicitó entrada, la capitanía respondió que no podía auxiliarlo. El Nikolis se empeñó en entrar; casi era fantasma. Se rumora que detrás de la maniobra hubo una estratagema de los griegos, ávidos por cobrarle un botín a la aseguradora. Fue abandonado a los pocos meses en el puerto. Venía desde Europa a cargar azúcar.
El mercante poseía buen porte y había sido construido por encargo británico,durante la II Guerra Mundial, en astilleros norteamericanos. Entonces se llamó Rusell Sage, como el banquero neoyorkino. Era un Liberty, un navío botado con prisa para sustituir los buques que perdía el Almirantazgo a causa de los submarinos alemanes. Navegó durante años bajo diversos pabellones, y, a la hora de su destino fantasmal, llevaba nombre griego. Iba de un Pireo a otro para morirse.
Me inquieta esta obsesión por los barcos. Un diccionario de mitos habla de naves y de muertos, de barcos como representación del vientre materno, barcos para ir y venir de los infiernos, barcos condenados a moverse tripulados por la Muerte. Existe también la creencia del viaje como expiación: una dama medieval prometió enviar un exvoto a Tierra Santa en una galera náufraga que no ha dejado de navegar desde entonces; un capitán blasfemo fue condenado al perenne viaje hasta la redención: el Holandés Errante. Ningún puerto que se respete carece de sus propios barcos fantasmas, sierpes marinas y leviatanes. Conviene darle cuerpo al misterio para conjurar el miedo a lo vago —se me ocurre a la vista del buque carcomido.
Muchas veces voy a la costa a henchirme de aire. El Nikolis es una silueta fantasmagórica que navega hacia mí. Sueño con barcos que navegan hacia adentro.