Luis Antonio Brunet probó un sorbo de mi copa. Fue asombrosa su respuesta: “Es un vino blanco, de tamarindo. Tiene un nivel de estridencia muy bueno y ya al final, en la garganta, se siente su sabor amargo. Este vino es semi seco”.
Miré a Brunet más sorprendida aún. No sabía nada de vinos ni de sus combinaciones con las comidas, incluso con las típicas cubanas. El hombre le conoce un mundo al tema. Desde 1985 se preparó en el Centro de la Calidad de la ciudad de Santa Clara para catar estas bebidas, cuya producción en el sector privado ya se consolida en la Isla. Una muestra fragmentada se puede apreciar y adquirir en la Fiesta de la Cultura Ibeoamericana de Holguín.
Luis Alberto ha dejado sus funciones en su ciudad natal para llegarse a la localidad oriental y catar así los vinos artesanales que compiten en esta singular justa que auspicia la Casa de Iberoamérica con el Club de Vinicultores de este territorio.
Brunet se pasa las mañanas, junto a otros cuatro colegas, saboreando las bebidas y aunque no se atreve a darnos todavía un veredicto, se atiene a comentar a OnCuba que los vinos que compiten cuentan con una elevada calidad.
Para explicar la cata, este especialista siempre antepone su concepto de que su profesión es un arte. Saborea las bebidas en concurso, o lo que es lo mismo las disímiles modalidades de vinos blancos, tintos, rosados, y los locales. Estos últimos llevan el sello característico de cada ciudad, es decir, los extraídos de la fruta más peculiar de esas localidades.
La tradición de “catar” tiene sus complejidades. La persona que evalúa mide términos tan particulares de esta cultura vinícola como la vista, el olfato y el gusto.
Brunet da una clase ante nuestros ojos y lleva a la práctica con mi copa, la función que realiza cada día en el evento holguinero.
“En la vista se palpa la transparencia y la limpieza de vino. En la belleza tenemos que ver la brillantez y el color de la bebida. Vemos también las ‘piernas’ del vino, que es ese lagrimeo que se percibe cuando se sirve en una copa. El olfato corroboramos la nitidez del olor, fundamentalmente si es de frutas, pues ahí no deben salir los ácidos ni otros componentes. Veo la intensidad en el olor porque los vinos afrutados lo tienen, y estos deben ser agradables, no agresivos. El resto de los ácidos deben estar en armonía”, se explica.
Definitivamente es toda una cultura.
Sí, y algo parecido nos pasa con el gusto, que debe ser intenso para que se nos quede el sabor en la boca. Por otra parte, el ‘cuerpo’ del vino tiene que verse con el equilibrio de todos los componentes y no puede estar descompensado.
Con el deseo de que productores de la región se sumen para compartir experiencias, Rosel Martínez Pérez ha sido el anfitrión de este espacio de la Vinicultura Artesanal en la Fiesta de la Cultura Iberoamericana.
Hace solo un lustro que se ha insertado en el evento y una primera etapa la participación local era la única, asegura Martínez Pérez, quien lidera el Club de Vinicultores de Holguín.
Hoy el panorama es otro. Son cada vez más los productores que se llegan hasta la Ciudad de los Parques en esta época para mostrar y comercializar aquí productos que tienen un empaque atractivo y un contenido que les puedo asegurar, lleva el sabor de lo criollo.
Es un anhelo de Rosel y sus colegas el que productores extranjeros se lleguen por estas fechas a la localidad. Afirma que lo esperan catadores avalados por las comisiones cubanas de calidad y que cuentan con mucha experiencia.
“Esperamos que un día haya participación foránea”, suspira Rosel, al tiempo que aguarda porque se incorporen representantes de las provincias cubanas más distantes, aunque celebra que en esta ocasión los acompañen delegados de Cienfuegos, Villa Clara, Camagüey y Santiago de Cuba.
Una cultura que debe ir a la mesa
Si fuera a comprar un vino para la cena, ¿cuál me recomendaría? La pregunta se la hago a Ivette Pupo Pupo, una señora de unos 50 años sentada en La Periquera, Museo de la ciudad de Holguín, espacio que por estos días sirve de “vitrina” para exhibir vinos artesanales.
“Los vinos se clasifican en secos y semi-secos, o dulces y semi dulces; y vinos espumosos. En una comida usted puede tomar tragos secos y cuando termina de cenar, escoja uno dulce como postre.
“Hay una cultura que dice que los vinos blancos acompañan a los platos que llevan pescados y pollos, mientras que los tintos se ingieren con las carnes rojas. Pero la verdad, si quiere escoger uno para cenar puede hacerlo a su gusto”.
Seleccioné una botella de Llanero. Es un tinto dulce elaborado en 2013 por un productor local, llamado Eduardo Yurell.
Ivette me celebra mi selección y me comenta que es una de las familias que se dedican en la ciudad a la producción vinícola. Su colega, Rosell Martínez Pérez, ahonda en que profesores, militares retirados, ingenieros y otros profesionales se han unido por el amor al vino y lo producen en el territorio.
El Club que preside Rosell lo integran 25 miembros. Una de ellas es Ivette, quien se dedica a hacer vinos blancos, rosados, tintos y espumosos.
¿Espumosos?, la miro consternada por la revelación. “Sí, al estilo champán. Lleva mucho tiempo y dedicación. Es muy difícil lograrlo porque no tenemos condiciones para conseguir las tapas. Las usamos de modo reciclable. Pero en muchos casos logramos que progresen bien y tienen muy buena aceptación”.
Ivette muestra en su stand precios que oscilan entre los 10 pesos (una caneca) y los 75 pesos (espumoso) en moneda nacional. Ella balancea el costo de sus bebidas por el valor de la materia prima.
“Nos es muy cara porque como productores de vinos no cultivamos las frutas con las cuales hacemos las bebidas”, señala Ivette, que defiende su negocio, amén de que encuentra dificultades para adquirir las frutas debido a los altos precios que impone el mercado de oferta y demanda.
¿Un mercado incipiente?
La apertura económica observada en la Isla y que fomenta en el sector privado los pequeños emprendedores tiene un potencial de comercialización con la producción de vinos artesanales, ya que pasa de un simple negocio experimental, según consideran algunos de los participantes en el espacio de vinicultores de la Fiesta de la Cultura Iberamericana.
Ivette Pupo Pupo indica que “con los Lineamientos del Partido se han abierto muchas opciones para nosotros, y hemos caminado mucho en las formas de contratación con el Estado. Por eso te decía que mi vino se vende en establecimientos gastronómicos y también en mi casa”.
Entre las posibilidades de comercialización de estas bebidas igualmente se potencia la presencia en espacios festivos como la denominada la Noche Holguinera.
Todavía no existe una amplia presencia en los restaurantes y bares particulares de la ciudad, pero sí, como asegura Rosell Martínez Pérez, un grupo de vinicultores tiene contratos con establecimientos estatales.
No obstante, aún falta. Michel Hernández Salas, somellier del Restaurante 1720, perteneciente al grupo empresarial Palmares Holguín, siente que a los turistas debían probar las delicias de estos vinos locales.
El restaurante 1720 posee una Guarda de Vinos que conserva entre 80 y 100 referencias de estas bebidas procedentes Chile, Argentina, Italia, Francia y la región de California…
“Desgraciadamente algunas empresas todavía no tenemos la autorización para comercializar los vinos artesanales”, se lamenta Michel.
¿Cree que los vinos locales tienen la calidad requerida para comercializarse en sectores como el turístico?
Siempre he pensado que nuestro vino, como dijo José Martí, es amargo, pero es nuestro vino. Los clientes extranjeros vienen buscando lo tradicional de nuestro país: la comida, la bebida… ¡Qué más que ofertarle lo que hacemos hoy por hoy en nuestro territorio! La oferta que tenemos es de vinos internacionales, de muy buena calidad. Pero muchas veces los visitantes los conocen y desean degustar los productos de aquí. ¿Por qué no ofertárselos?
Me encantaría probar esos vinos.