A diez años de su aprobación, la Política para el Desarrollo Perspectivo de las Fuentes Renovables y el Uso Eficiente de la Energía en Cuba sigue siendo poco más que una lista de deseos. La historia de los parques eólicos de La Herradura, en el norte de Las Tunas, lo confirma.
El primero de los complejos comenzó a construirse a inicios de 2019, parte de un proyecto que contemplaba 34 molinos de 70 metros de altura cada uno, con capacidad para generar conjuntamente hasta 51 megawatts por hora (MWh). A modo de comparación, los parques eólicos de Gibara, los primeros de Cuba, 40 kilómetros al este, en Holguín, habían entrado en servicio en la década de los 2000, con una capacidad de diseño de 9,6 mWh aportados por 12 generadores de 50 metros de altura.
El plan de desarrollo eólico en Las Tunas contemplaba un proceso de tres fases para La Herradura y un parque adicional en el municipio de Manatí (50 kilómetros al oeste de allí). A Herradura 1 le seguiría poco después el Herradura 2 (con 50 MWh de potencia instalada) y, a más largo plazo, el Herradura 3 (de 30 mWh). Estos tendrían financiamiento nacional, en tanto el proyecto en Manatí (de 122 MWh) dependía de inversión extranjera, cuyo origen concreto no ha sido especificado. Solo con la potencia de los dos primeros parques de La Herradura bastaría para casi cubrir la demanda máxima de electricidad de la provincia de Las Tunas, se dijo entonces.
La apuesta resultó demasiado ambiciosa, dadas las condiciones económicas de Cuba. Incluso para países con larga experiencia en la generación de energía eólica, una instalación de ese tipo supone una inversión considerable. En España, por ejemplo, se estima que el montaje de un parque eólico terrestre demora entre cuatro y ocho años, y que el proceso puede extenderse a más de una década si se trata de emplazamientos marinos.
A poco de iniciarse los trabajos en Herradura 1, Cuba se vio en medio de la crisis de combustible de septiembre de 2019, que, a pesar de tener a la transportación de cargas como uno de los sectores priorizados para el suministro, terminó afectándolo. Este sector era fundamental para la primera fase del proyecto, cuando debían fundirse las gigantescas bases de los aerogeneradores.
Luego, la pandemia y la crisis posterior siguieron retrasando el cronograma, hasta el punto en que lo encontró el presidente Miguel Díaz-Canel al visitar el complejo en abril de 2024: el Ministerio de Energía y Minas había decidido que, al menos en lo inmediato, Herradura 1 se limitara a poner en explotación 22 molinos con una potencia conjunta de 33 MWh. La incorporación gradual de esos equipos ocurrirá en lo que resta de 2024 y en 2025, le aseguraron al mandatario, según reportó Trabajadores.
Durante la inspección gubernamental, los encargados de la obra plantearon que el parque de Herradura 2 se mantenía “en construcción”, pero no aventuraron fecha de entrega; tampoco dijeron nada sobre el completamiento de Herradura 1 o el futuro probable de Herradura 3.
En los parques eólicos de La Herradura ha ocurrido un hecho singular para ese tipo de proyectos. Desde antes de que la pandemia alterara las cadenas logísticas en todo el mundo, eran habituales los retrasos en la entrega de los aerogeneradores y otros equipos de los parques eólicos por parte de los proveedores. Esa circunstancia influye en todos los ámbitos de la industria eólica, pero de manera particular incide en los requisitos para obtener los créditos bancarios con que se financian los nuevos parques.
La mayoría de los plazos de pago a asumir por los solicitantes de préstamos suelen correr a partir de la entrega de los aerogeneradores, por lo cual instalarlos y que comiencen a producir se convierte en la máxima prioridad.
En Herradura 1, según medios de prensa estatales, la mayor parte de la planta tecnológica lleva años en Cuba, pero ha sido la falta de recursos para completar la obra civil (viales, bases, redes y subestación eléctrica…) lo que ha retrasado la terminación del parque.
A pesar de que cinco años atrás la economía cubana estaba en una mejor situación que hoy (en 2019 visitaron la isla 4,5 millones de turistas extranjeros, casi el doble de los que hicieron en 2023, y las remesas duplicaban los montos actuales), por entonces ya se evidenciaba una contracción en las principales fuentes de divisas que ponía en duda la capacidad del país para completar grandes proyectos solo con capital propio.
Para asegurar el éxito hacía falta inversión extranjera y asesoría. En la edición de 2014 de la Cartera de Oportunidades para la Inversión Extranjera —la primera presentada desde el anuncio de los proyectos de Herradura— se incluyeron mapas que listaban los complejos de renovables planificados por el país, entre ellos los proyectos eólicos de Herradura 1 y 2, pero ninguna propuesta concreta en cuanto a las gestiones de capital para el complejo tunero. De hecho, dicha Cartera evidencia que el interés del Ministerio de Comercio Exterior e Inversión Extranjera apuntaba a captar financistas extranjeros para otros dos parques eólicos, en Banes y Maisí; los complejos de Herradura corrían por cuenta del Estado cubano.
Ni siquiera en la más reciente edición de este catálogo los proyectos —el de Herradura 3, todavía sin iniciar— salen a licitación. Aunque el sector de la energía es el segundo con mayor número de propuestas a nivel de país (129), en Las Tunas apenas se registra un llamado de atención a potenciales inversores: el de un parque fotovoltaico de 17 MWh por valor de 60 millones de dólares.
Parece ser un ejemplo paradigmático de lo que en diciembre de 2021 el ministro de Comercio Exterior e Inversión Extranjera, Rodrigo Malmierca, describía como “promoción poco intencionada y efectiva” al referirse al saldo de la implementación de la Ley de inversión extranjera en el país.
Al menos en el comienzo, Herradura 1 era financiado con un crédito estatal chino que incluía la transferencia de la tecnología fabricada en ese país. Los primeros anuncios sobre el parque se hicieron en 2013, con la pretensión de que estuviese operativo para inicios de 2018, recordaban en diciembre de 2022 los analistas Jorge Piñón y Ricardo Torres, en un artículo para el proyecto Cuba Capacity Building, de la Universidad de Columbia. La obra había terminado convirtiéndose en un ejemplo de las “oportunidades perdidas” por la isla en su pretensión de modernizar su matriz energética, consideraron los expertos.
El fracaso del “petróleo verde”
La bioeléctrica anexa al central Ciro Redondo, en Ciego de Ávila, era, a juicio de Piñón y Torres, la otra gran apuesta por las renovables emprendida en Cuba durante la década anterior.
Se trata de una planta de tecnología china con capacidad para generar hasta 62 MWh a partir de la quema de bagazo y marabú. Su construcción y gestión fue otorgada a una empresa nombrada Biopower S.A., de capital mixto británico-cubano, que debía compartir sus experiencias con Azcuba y la Unión Eléctrica para replicar el proyecto en otras 24 plantas, cada una de entre 20 y 60 mWh de potencia.
La Política de Desarrollo de las Renovables anticipaba desde 2014, año de su publicación, que por estas fechas la capacidad de generación conjunta de las bioeléctricas superaría los 570 mWh. Y que al terminar el organigrama de sus inversiones —a finales de 2026— su aporte llegaría a los 870 MWh. La cifra equivale al 25 % de la demanda máxima de electricidad del país en la actualidad, que de acuerdo con los reportes diarios de la Unión Eléctrica oscila entre 3200 y 3500 MWh.
No era una idea peregrina. En 1970 la industria azucarera produjo el 18 % de la energía eléctrica generada en Cuba ese año, cuando se generaron 4 888.5 gWh. De ellos, 880.5 gWh por la industria azucarera. Lo singular es que la electricidad proveniente del azúcar se concentra en los cuatro o cinco meses de zafra, período en el cual la participación de los ingenios en la generación de energía resulta mucho mayor, proporcionalmente hablando. Todavía en el año 2000, la generación de los ingenios equivalía al 6 % de la producción total del país (unos 150 MWh, atendiendo a las capacidades actuales del SEN). En esencia, las plantas de los centrales azucareros son pequeñas termoeléctricas que utilizan bagazo en lugar de petróleo para generar la corriente que mueve los tándems y demás equipos que participan en la fabricación del azúcar.
Incluso los ingenios más antiguos son capaces de satisfacer sus necesidades de energía a partir de la biomasa y aportar al Sistema Electroenergético Nacional (SEN), concluía a mediados de la década de 1990 un estudio del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente de Cuba, disponible en la plataforma de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). “El consumo de energía eléctrica para los equipos motrices de la fábrica es del orden de los 15-25 kWh/ton caña”, apuntaban los autores del texto; mientras, de la quema de ese mismo volumen de materia orgánica pueden obtenerse entre 27 y 47 kilowatts, en dependencia del tipo de tecnología para cogeneración instalada.
Como en Herradura 1, en la bioeléctrica de Ciro Redondo la política de inversiones estatal “falló en lo fácil”, como suele decirse en béisbol; o sea, se dejó de invertir en los cañaverales que debían proveer el bagazo o en las cosechas de marabú, y en su lugar se apostó por el difícil empeño (en las condiciones de Cuba) de construir la planta.
En marzo de 2022, exactamente dos años después de haber sido sincronizada al SEN, la bioeléctrica funcionaba a media capacidad sobre todo por la insuficiente disponibilidad de caña y marabú, reportó Cubadebate. La primera era más difícil de solucionar, dada la falta de combustible y fertilizantes para recuperar las plantaciones, pero la escasez de la segunda resultaba —cuando menos— sorprendente.
La falta de marabú para los hornos de la planta se debía a la rotura de las cosechadoras, contó el corresponsal de Granma luego de una visita a los campos de corte. “Del parque de 11, solo cuatro permanecen activas, aunque hubo días de solo tener una en acción. Lo que sucedió fue que el dinero de la inversión no fue suficiente para la compra de piezas, de nuevas cosechadoras, o para activar el taller de maquinaria, que nunca existió”, apuntó.
Dos años más tarde, en febrero último, la situación prácticamente no había cambiado, supo Díaz-Canel al recorrer el Ciro Redondo. “Aquí hemos enterrado dinero del país”, lamentó.
Durante los últimos años, en ambas fábricas —bioeléctrica y central— se han sucedido las inversiones sin que sus aportes de energía y azúcar lleguen a lo esperado; al punto de hacer que la prensa estatal abandone su tradicional optimismo por una cautela de matiz pesimista. El grupo Azcuba, dueña de los centrales y entidad de la cual dependía la inversión, informó a comienzos de junio de la próxima construcción de un central azucarero, que será el primero levantado en Cuba en más de 40 años, a merced de capital extranjero y con una bioeléctrica anexa de 100 mWh. Esto casi duplicaría la malograda del ingenio avileño.
Al igual que en las inversiones precedentes, y en el ambicioso plan sobre energía fotovoltaica que en marzo anticipó el Ministro de Energía y Minas, Vicente de la O Levy, los anuncios llegan cargados de detalles sobre los beneficios que reportarán esos proyectos, pero omiten casi por completo cómo y quién pagará por ellos.
Entre tantas idas y venidas, la participación de las renovables sigue aproximadamente donde estaba diez años atrás, cuando todo comenzó, por debajo del 5 % de la producción nacional de energía, según la Onei, a pesar de lo que se ha invertido.
En este país no hay que ser ” científico ni miltificos”. Mientras no haya desarrollo agropecuario, producción de alimentos, fabricación de bienes de consumo, menos indisciplina social, menos tolerancia a los delitos económicos, menos personas prometiendo mentiras desde sus buenas condiciones de vida, menos delincuentes y traidores bien escondidos, etc, etc, ninguna actividad técnica tendrá resultado