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Recientemente compartí con ustedes una serie sobre los mitos (Parte I, II y III) más frecuentes entre emprendedores cubanos. Mitos que, aunque repetidos con buena intención, muchas veces distorsionan la realidad y nos hacen tomar decisiones poco sostenibles.
Hoy quiero abrir una nueva serie dentro de ese mismo camino: los errores más comunes que cometemos al emprender. No desde la teoría, sino desde la práctica diaria, los tropiezos reales, los aprendizajes duros y las decisiones que marcan la diferencia entre avanzar o estancarse.
Esta es la cuarta parte de la serie Mi camino como emprendedora cubana, y quiero que sea útil, honesta y aplicable. Porque emprender en Cuba no se necesita solo tener una idea: es navegar entre precios “distorsionados”, falta de información pública, alianzas complejas y una cultura que aún está aprendiendo a valorar la transparencia.
En esta entrega, vamos a revisar los 5 errores estratégicos más comunes. No para juzgar, sino para prevenir. Para que cada paso que demos esté más cerca de la claridad, la sostenibilidad y el impacto real.
1️. No tener un plan de negocios sólido.
Cuando comencé, aunque estaba cursando el Taller Emprende del Proyecto Cuba Emprende y habíamos aprendido a hacer un plan de negocios, confieso que no lo hice. Creí que ya tenía el negocio listo por mi experiencia previa en cooperativas de construcción como ingeniera. Había adaptado el modelo, sí, con aciertos y desaciertos, pero nunca me senté a escribirlo.
Tiempo después, cuando decidimos abrir un Proyecto de Desarrollo Local (PDL), me dije: no, paremos, aunque nos demoremos más. Esta vez sí vamos a hacer un plan de negocios. Lo mismo cuando apostamos por abrir una empresa privada. Ya nos habíamos percatado de la importancia de sentarse a escribir el modelo, de ponerlo en papel, de pensarlo con calma.
Hoy lo recomiendo sin dudar. Muchos de los errores que cometí en mis inicios se pudieron haber evitado si me hubiera tomado el tiempo de sentarme a hacer un plan de negocios. No para que fuera perfecto, sino para tener una brújula, una hoja de ruta, una forma de anticipar lo que vendría.
Incluso hoy es mucho más fácil y rápido. Tenemos al alcance de la mano las Inteligencias Artificiales (IA), con las cuales podemos hacer rápidamente un prototipo de plan. Pero eso sí: como herramienta, como guía, para optimizar tiempos. A la IA hay que alimentarla con contexto, con identidad, con diferenciación. Porque cada plan de negocios debe ser único, diferente a todos, y las IA no van a hacerlo único, ni diferente, ni con tu contexto si tú no se lo proporcionas.
2️. Confundir una idea con una oportunidad de negocio.
Este error es sutil, pero muy común. Tener una idea no significa tener un negocio. Y en Cuba, donde muchas veces emprendemos desde la urgencia o la intuición, sin formación empresarial, es fácil caer en la trampa de pensar que porque algo nos apasiona o lo hacemos bien, ya existe una demanda real y sostenible.
A mí me pasó. En los primeros intentos, tenía ideas que me parecían brillantes: formatos visuales, servicios técnicos, proyectos de Responsabilidad Social Empresarial (RSE). Pero no siempre me detenía a preguntar: ¿quién lo necesita?, ¿cuánto está dispuesto a pagar?, ¿qué problema concreto resuelve?, ¿cómo se sostiene en el tiempo? ¿Qué indicadores va tener? ¿Cómo voy a medir los indicadores?
Una oportunidad de negocio no solo debe tener sentido para ti, debe tener sentido para el entorno. Y eso implica validar, investigar, observar. Implica entender el comportamiento del cliente, los precios del mercado, las barreras legales, los ritmos del territorio.
Con el tiempo aprendí a diferenciar. Una idea puede ser hermosa, ética, creativa. Pero si no tiene aplicación práctica, si no responde a una necesidad concreta, si no genera valor para otros, entonces no es una oportunidad de negocio. Es una inspiración, un punto de partida, pero no el modelo final.
Hoy, antes de lanzar cualquier iniciativa, me hago preguntas incómodas. Y si la respuesta no es clara, prefiero ajustar, repensar o esperar. Porque emprender no es imponer una idea, es construir una solución que otros reconozcan como útil, justa y necesaria. Sobre todo, en el contexto cubano tan agresivo y cambiante, que sea viable.
3️. No investigar el mercado.
Uno de los errores más costosos —y más frecuentes— es lanzarse sin entender el terreno. En Cuba, donde los precios y las legislaciones cambian constantemente, los insumos escasean y la competencia se reinventa cada semana para acceder a esa pequeña demanda solvente, no investigar el mercado equivale a construir sobre arena, arenas movedizas.
He visto emprendimientos que nacen con entusiasmo, pero sin datos. Se fijan precios sin comparar, sin un análisis de formación de precios (costos, gastos, impuestos, utilidades y RESERVAS para contingencias), ofrecen servicios sin estudiar la demanda, eligen ubicaciones sin observar el flujo real de personas. ¿Resultado? Productos que no se venden, clientes confundidos, gastos innecesarios y frustración acumulada.
Investigar el mercado no es un lujo, es una necesidad. Y no requiere grandes recursos: basta con caminar, preguntar, observar, documentar. ¿Qué está ofreciendo la competencia? ¿Qué precios manejan? ¿Qué formatos usan? ¿Qué quejas tienen los clientes? ¿Qué vacíos no están cubiertos? ¿Qué dice la prensa, la televisión nacional, la asamblea nacional o expertos, sobre próximos cambios?
En mi experiencia, los mejores ajustes han surgido de escuchar al cliente en la cola, de comparar precios en ferias, de analizar publicaciones en redes sociales y los comentarios, de conversar con otros emprendedores. El mercado habla, pero hay que saber leerlo.
Además, investigar no es solo mirar hacia afuera. También es revisar hacia adentro: ¿cuáles son tus costos reales?, ¿qué margen necesitas para sostenerte?, ¿qué valor diferencial puedes ofrecer? ¿Cuánto necesitas para una reserva de contingencia?
En un entorno como el nuestro, donde la informalidad convive con la necesidad, investigar el mercado es un acto de respeto: hacia tu cliente, hacia tu equipo y hacia ti mismo. Porque emprender sin datos es como navegar sin brújula. Y aquí, cada decisión cuenta.
4️. Reparto equitativo de acciones sin estrategia.
En Cuba, donde muchos emprendimientos nacen entre amigos, familiares o colegas que comparten sueños y escasez, es común repartir el negocio “a partes iguales” como gesto de justicia, tenemos la igualdad incorporada en el cerebro; cuando relamente se trata de equidad, no de igualdad. Pero lo justo no siempre es lo funcional. Y lo igualitario, sin estrategia, sin equidad, puede convertirse en un bloqueo silencioso.
He visto proyectos donde todos tienen el mismo porcentaje societario, pero nadie tiene claro quién decide qué. Las reuniones y conflictos se vuelven eternos, las decisiones se postergan, y cualquier desacuerdo paraliza el avance. Al punto de quedar negocios societariamente inoperantes. Porque cuando todos tienen el mismo poder, pero no hay reglas claras, el negocio se convierte en una mesa sin timón. “Se tranca el dominó”.
Repartir particiones no es solo dividir números. Es definir roles, responsabilidades, niveles de riesgo y capacidad de decisión. ¿Quién pone el capital? ¿Quién asume la gestión diaria? ¿Quién responde ante los clientes? ¿Quién puede firmar contratos? ¿Quién opera las cuentas bancarias? Si todo eso se diluye en un “50 y 50”, el emprendimiento queda atrapado en la diplomacia y el miedo al conflicto.
En mi experiencia, lo más sano es hablarlo desde el inicio. Aunque incomode. Aunque parezca frío. Porque un buen acuerdo no se basa en afectos, se basa en claridad. Y esa claridad protege la relación, el negocio y el futuro.
Además, los porcentajes pueden evolucionar. Lo importante es que haya trazabilidad: que cada aporte tenga su reconocimiento, que cada decisión tenga su marco, y que el negocio pueda avanzar sin depender de consensos eternos.
En Cuba, donde la informalidad es alta y los contratos escasean, este error se paga caro. Por eso, repartir con estrategia no es desconfianza: es madurez. Y emprender con madurez es el primer paso para construir algo que dure.
5️. Elegir socios por afinidad personal y no por competencias.
En Cuba, donde la confianza escasea dentro de la crisis social y de valores, como parte de la policrisis estructural y sistemica; y los trámites abruman, es natural que muchos emprendedores busquen aliados entre sus círculos cercanos: amistades, familiares, vecinos, colegas. “Me llevo bien con él”, “ella siempre me apoya”, “nos entendemos sin hablar”, “nos conocemos desde niños”, “fuimos juntos a la escuela”, “trabajamos juntos” “es mi pareja sentimental”. Pero emprender no es compartir afectos, es construir capacidades. Y elegir socios por afinidad sin evaluar competencias puede ser el principio del desgaste.
A mí también me pasó. Comencé mi negocio con personas que me eran afines, desde miembros del equipo hasta quienes asumieron roles de dirección. Pensé que la cercanía emocional sería suficiente para sostener el proyecto. Pero los resultados no fueron buenos. Pasé por experiencias terribles: desde robos por parte de “amigos”, hasta amistades que tuvimos que poner en pausa, con tiempo y distancia, para poder reconstruirlas.
Aprendí que la afinidad es valiosa, sí. Pero no puede sustituir la evaluación de roles, habilidades, compromiso y visión compartida. Un buen socio no es el que te cae bien, es el que complementa lo que tú no dominas, el que sostiene cuando tú flaqueas, el que aporta desde lo técnico, lo operativo o lo legal.
Los mejores equipos no nacen del afecto, nacen del respeto profesional. Y si hay afecto, mejor. Pero siempre después de definir quién hace qué, cómo se decide, cómo se mide el aporte y cómo se resuelven los desacuerdos.
En Cuba, donde el emprendimiento aún se mueve entre lo informal y lo emocional, este error es frecuente y silencioso. Por eso, antes de asociarte, pregúntate: ¿esta persona tiene lo que el negocio necesita?, ¿podemos construir juntos sin depender del cariño?, ¿hay acuerdos claros más allá de la amistad?
Porque emprender con socios es como construir una casa: si eliges por afecto y no por estructura, el techo se cae cuando llega la tormenta. Y cuando se cae, no solo se pierde el negocio: también se fracturan vínculos que costó años construir.
Cierre desde el error.
No escribo esta serie para establecer verdades absolutas. Cada negocio es único, cada territorio tiene sus ritmos, y cada emprendedor carga con sus propias decisiones, contextos y aprendizajes. Lo que para mí fue un error, para otros puede ser una solución. Lo que a mí me falló, a otros puede funcionar.
Solo quiero compartir mi experiencia. Estos siete años emprendiendo en Cuba han sido intensos, complejos y profundamente reveladores. He cometido errores que dolieron, que costaron tiempo, dinero y vínculos. Pero también aprendí que esos errores, si se comparten con honestidad, pueden convertirse en ventaja competitiva para otros.
Si este camino sirve para que alguien evite un tropiezo, para que se tome el tiempo de escribir su plan de negocios, para que elija socios con estrategia o investigue mejor su mercado, entonces vale la pena contarlo.
Seguimos en la próxima entrega con otros cinco errores que también marcaron mi proceso. Porque emprender en Cuba no es solo crear: es aprender, ajustar y compartir. Y si lo hacemos con ética, con trazabilidad y con mirada territorial, el impacto puede ser mucho más profundo.
Continuará…
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