En Cuba el sector privado transporta gran parte de los pasajeros, en el interior de la república con coches de caballos y en La Habana con automóviles estadounidenses antiguos, de los años 40 y 50, conocidos popularmente como “almendrones”.
Son una mezcla de taxi y bus, se trata de vehículos utilitarios pero tienen una ruta fija invariable y van recogiendo pasaje por el camino.
Normalmente cada cliente paga unos 0.80 dólares, una cantidad alta en un país donde los salarios del Estado rondan los 20 dólares mensuales.
A muchos de estos automóviles le han adaptado motores y cajas de cambio más modernos, de Toyota, Mercedes Benz o Hunday, todos de diésel. Esto último es muy importante porque dado el precio de la gasolina sería imposible que fueran rentables con ese combustible.
Casi todos los “boteros” llenan los tanques de sus vehículos con diésel del mercado negro que les cuesta una cuarta parte del valor oficial. Este sale de las propias gasolineras, donde los choferes de camiones y buses del Estado venden su excedente a los empleados de las mismas.
En este momento existen cubanos que son propietarios de varios vehículos y los arriendan a choferes para que los trabajen. Lo normal es que el empleado deba entregar cada día unos 35 dólares al dueño del almendrón y quedarse con el resto para sí mismo.
Los vehículos trabajan 6 días a la semana y el domingo entran a mantenimiento y ajuste dado que son equipos muy viejos. Así el dueño de uno de estos taxis puede ganar al mes alrededor de 1000 dólares y hay algunos que poseen más de 10 vehículos trabajando en la calle.
Los choferes hacen jornadas de entre 10 y 12 horas diarias para ganar alrededor de 250 dólares al mes. Por cuenta de ellos corre el gasto del diésel y también las roturas menores. Mientras que el propietario cubre los gastos de mantenimiento general, gomas y reparación capital.
El gobierno conoce que detrás de este negocio existen miles de ilegalidades, desde la compra de piezas de repuesto y motores hasta el abastecimiento de combustible pero también es consciente de que La Habana quedaría casi paralizada si los boteros dejaran de circular.
El mayor problema de estos transportes es que cuentan con escasas medidas de seguridad, ninguno lleva cinturones y el paso por la inspección estatal de vehículos lo resuelven con 20 dólares entregados al inspector de turno por debajo de la mesa.
Así es que se producen muchos de los accidentes en Cuba con muertos y heridos. Sin los mínimos controles que se aplican en todo el mundo es común que estos almendrones se queden sin frenos, pierdan control de la dirección o cualquier otro desperfecto peligroso.
Además, los boteros se vuelven más temerarios debido a la creciente competencia, corren por las calles de la ciudad para adelantarse a los otros y recoger pasajeros. Los demás choferes se apartan, nadie quiere chocar su automóvil contra una de esas moles de hierro.
A pesar de que el gobierno asegura que en Cuba hay una economía planificada, el Ministerio del Transporte no los regula, son los mismos boteros los que deciden qué día trabajan, cuánto cobran y que ruta siguen, con lo cual hay arterias saturadas y otras donde no circula ningún vehículo.
Al final son los cubanos de a pie –y nunca mejor dicho- los que pagan las consecuencias de este caos. Arriesgan sus vidas montando en vehículos sin seguridad y además tienen que pagar por un viaje de pocos kilómetros más de los que ganan en un día de trabajo.
Añadiría al título “contaminante”!
mira que cuentas mierda