Esperar con paciencia que lleguen los 20, 30 o 45 segundos de luz roja- en dependencia del semáforo que sea- y asomarse con prisa a la ventanilla del primer auto que se pare enfrente, resumiría quizás de un plumazo el acto de pedir “botella”; pero quienes sumamos ya algunos
años de experiencia práctica en el tema sabemos que muchísimos otros factores determinan el éxito de esa rutina.
Viajar en Cuba es una cosa muy seria; tener que hacerlo todos los días desde Bejucal a La Habana y viceversa lo es todavía más. 6 años siguiendo a diario un trayecto donde las únicas rutas posibles en el transporte público son el P16 o el P12 (buses) -desde la primera hasta la última parada- le obligan a una a “plantarse” -sombrilla en mano- en ciertas esquinas, probar suerte con el dedo y llegar al destino de tramo en tramo.
“Buenas días, ¿sigue por Boyeros? ¡Síiiiiiii hasta Tulipán me sirve!” y rápidamente, casi sin darle chance a pensar, cruzo la calle, abro la puerta y me siento a su lado. Ese podría ser el inicio de un día con suerte, donde acierto con el chofer en el primer intento. Ya después vendrán en ráfaga las mismas preguntas: ¿Para dónde vas? ¿Y viajas para acá todos los días? ¿Estudias o trabajas? Periodistaaaaa! ¿Y de qué medio? En Cuba ejercer esa profesión es muy complicado: no puedes decir… y por ahí la conversación- casi monólogo porque yo me limito a sonreír y asentir con frases muy cortas- se extiende casi siempre hasta la sección Cuba Dice de la noche anterior.
Otros, menos interesados en la política y el acontecer del país, entran directo al cortejo y una vez más caen en las mismas preguntas cliché: ¿Eres soltera o casada? Si yo fuera tu novio te llevaría y te recogería al trabajo… y entonces una tiene que recordar que ese es el precio a pagar porque “nos estén llevando”, la otra parte de un convenio implícito que permanece en vigor hasta que nos bajamos del carro.
Mas aunque estas dos experiencias se multiplican con ligeras variantes, muchas veces no ocurren ninguna de esas escenas y, por el contrario, el chofer está tan distraído en su mundo interior que ni caso nos hacen, apenas se percatan de nuestra presencia hasta que le interrumpimos su silencio para anunciarle que nos quedamos.
Y por fortuna, en no pocas ocasiones agradecemos la compañía del chofer que nos escoge, alguien que no le interesa sacar nada de ti, que comenta sobre el estado del tiempo, sobre el calor, sobre lo malo que está el transporte… sobre cualquier cosa que no incomode el trayecto… pero alguien que, sobre todo, se siente satisfecho de darte “un chance”.
En cualquier caso nuestro objetivo- más allá de socializar, de conocer gente o intercambiar teléfonos- es siempre sortear la guagua (el bus) y llegar más pronto a nuestro destino, de ahí que las claves principales para “ligar” una “botella” se resumirían en ser amables, lanzarse sin pena y tener paciencia; no obstante tengo algunas amigas expertas en el tema, con teorías desarrolladas a lo largo del tiempo que hablan desde en qué forma pararse hasta cómo tirar las puertas.
Luego, cualquier tratado sobre la “botella”, por más abarcador que sea, dejaría fuera tantas verdades y experiencias personales como choferes y botelleras habitan cada día en las avenidas, de modo que aquí solo caben algunas otras certezas que he ido comprobando con el tiempo, pero que bien mirado son solo el punto de partida para cualquier investigación de campo.
Primero: Coger botella para cualquier mujer es siempre mucho más fácil que para los hombres, aunque en más de una ocasión algunos se me han ido “alante”, pero es cierto que mientras sigan siendo minoría las mujeres-chofer, nosotras tenemos ventaja en esta materia.
Segundo: Evita a toda costa pararte en la senda de los boteros (taxis particulares), y aun cuando sea difícil lograrlo, no cedas a su impertinencia, no le hagas caso al flasheo de luces y sigue en busca de otro auto, moto o camión, preferiblemente con chapa estatal.
Y tercero: Si un hombre viaja con una mujer al lado y una infiere que puede ser su novia o su acompañante, mejor ni te lances porque no te atenderá, no te escuchará, no te llevará; voltea la cara, acércate a otro chofer o simplemente espera con calma que el semáforo anuncie los
próximos 20, 30 o 45 segundos de luz roja para probar suerte otra vez con el primer carro que se pare enfrente.
Creo que en Cuba es el único lugar del mundo donde es segura esta práctica. A veces me he sentido tentada a hacerlo en México, DF. Es tan caro el transporte, y hay tantos coches -solo con el conductor- atascados en el tráfico, que uno piensa “qué desperdicio”. Pero vienen a la mente luego las noticias de la prensa, los secuestrados y asesinados del día, los homicidios contra las mujeres. Y bueno, la desconfianza en el otro que no sientes parte de ti. “No es un cubano, un cubano sí te ayudaría, porque también te siente parte de él…”, uno lo siente así, como si fuéramos un todo, una misma cosa.
Logros de la revolucion