La cultura milenaria china, llena de secretos y costumbres, ha dejado su huella en la capital cubana. Hoy, gracias a los trabajos de restauración, la herencia del país oriental resurge en La Habana. Sus principales promotores principales han sido las asociaciones chinas, autoridades gubernamentales, el proyecto “Ciudad Amarilla”, el Grupo Promotor del Barrio Chino y la diáspora china en Cuba.
La emigración china hacia Cuba comenzó aproximadamente en 1847. Cientos de miles de inmigrantes provenían de Hong Kong, Macao y Taiwán, los llamados “culíes”. En aquella época, eran contratados para trabajar junto a los esclavos africanos en las plantaciones de café y caña de azúcar de la Isla. Laboraban en condiciones de semiesclavitud, con un salario ínfimo para una jornada de ocho horas diarias. Sus contratos eran de ochos años, ante cuyo término muchos pensaban repatriarse, mientras otros soñaban con lograr su independencia personal y algunos se establecieron de forma permanente en Cuba. Durante el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, llegaron a la Isla otros miles de inmigrantes chinos procedentes de Estados Unidos, escapando de la discriminación del momento y con la idea de establecer mercados y negocios.
Los inmigrantes chinos se concentraron fundamentalmente en las zonas urbanas de Cuba, principalmente en el área del llamado “Barrio Chino” de La Habana, uno de los más antiguos y grandes de América Latina, ubicado en el municipio de Centro Habana en la capital cubana.
Desde el punto de vista comercial, la zona se convirtió en un lugar de negocios concurridos y exitosos. Primero, se establecieron casas de comida china (fondas), puestos donde se vendían frituras, chicharrones, dulces y frutas. Luego se fueron sumando las quincallas y lavanderías. Se ofrecían servicios de reparación de zapatos y relojes. Poco a poco, los negocios se fueron haciendo más notables y diversos, se erigieron bodegas para venta de víveres, aves, pescados secos; soderías y farmacias, estas con productos exclusivos importados de la rica y milenaria medicina tradicional china.
La población china se organizaba en sociedades llamadas de “instrucción y recreo”, agrupándose por apellidos y región de procedencia; aunque, además, servían de apoyo a los inmigrantes que no tenían familiares en Cuba. También existían asociaciones de carácter comercial, como la Cámara de Comercio China (ubicada en la calle Reina entre Manrique y San Nicolás). Contaban con el Banco de China —que llegó a manejar una gran cantidad de efectivo— y con un centro de consultas médicas y laboratorio que se encontraban dentro del barrio.
La cultura china se hizo presente en la comunidad y en su población. Se crearon sociedades culturales y deportivas como la de artes marciales. Contaban con cuatro cines, entre ellos el Águila de Oro, que también ofrecía funciones teatrales de ópera china.
En la actualidad este barrio cuenta con varios restaurantes que ofrecen comida tradicional china e internacional, un jardín de bonsáis y una nueva casa del té. Varias calles están adoquinadas y existe una farmacia de medicina tradicional china.
Entre las personalidades que han apoyado en la recuperación y mantenimiento de este emblemático sitio se destacan: Roberto Vargas Lee, fundador de la “Escuela Cubana de Wushu” y Flora Fong, artista de la plástica de origen asiático. Hoy, la mayoría de los establecimientos y sociedades se concentran entre las calles Zanja hasta Dragones, y entre la calle Escobar hasta Amistad, donde el Pórtico Chino, también llamado “Pórtico de la Amistad”, una obra arquitectónica única en América Latina, delimita con el centro histórico de la ciudad.
Andar entre las calles del Barrio Chino, contemplar su belleza, sentir su cultura, disfrutar sus sabores y olores orientales, constituyen una experiencia única para cualquier persona que esté de visita por el Barrio de los dragones y las farolas.