Pocas manos en La Habana hoy no huelen a cloro; incluso, pocas suelas de zapatos quedan sin “desinfectarse”, al menos, varias veces al día.
Sacos, bayetas, telas viejas y cuanto pueda servir de alfombra pueden encontrarse enchumbadas de agua clorada a la entrada de cualquier lugar. Asimismo, la inventiva cubana abre huecos en la tapa a pomos de refresco o utiliza viejos recipientes de champú para rociar las manos de cada cliente o trabajador.
Luego del comunicado oficial sobre la infección de más de cincuenta personas con esta enfermedad en el municipio capitalino del Cerro, la mayoría de los centros de trabajo, tiendas y unidades gastronómicas –privadas o estatales– proporcionan a sus empleados y usuarios formas de mantener la “higiene” colectiva.
Entre el Vedado y La Habana Vieja, más que alarma o susto por el peligro de enfermarse, uno puede encontrar las más variadas formas de manejar los alimentos: lo mismo guantes de nylon, de hospital, que de jabitas plásticas sirven de aislantes para las manos. Ah, eso sí, no importa demasiado si hay un basurero cerca: la higiene del cubano es loca, como su vida.
Ya hasta los niños, que a veces parecen ajenos a todos, buscan que les “laven las manos” en el primer lugar que encuentran.
Pero lo mejor son los mítines en los centros de trabajo, donde se insta a hervir la ropa, limpiar con cloro en las casas y no dejar de comprar el hipoclorito –sustancia con la que se puede purificar el agua potable. De todo como en botica: unos protestan por tanta “lavadera” de manos, otros crean fobias a saludar con las necesarias palmotadas cubanas, otros más bromean con títulos garciamarqueanos a sus trabajos periodísticos, pero todos, todos los habaneros y visitantes de esta capital, de una y otra forma –más o menos seria–, cuidan la higiene y su salud: “a ver si se acaba el dichoso cólera”, como se escucha decir a la gente por ahí.