En La conquista del blanco, artículo que sale a la luz a finales de la década de 1920, en la sección Ideales de una Raza de Gustavo Urrutia, el entonces joven poeta Nicolás Guillén se cuestiona las dinámicas del imaginario de la blanquitud y la falacia meritocrática como vía expedita para una inclusión real y efectiva del negro en la sociedad cubana.
Según observa el también periodista, un blanco cualquiera vive sin restricciones afrentosas, se puede desenvolver tranquilamente como ciudadano y como profesional o estudiante “[…] halla todas las «pequeñas puertas» de la vida de relación cubana abiertas de par en par […]”. Mientras que, hay muchos ciudadanos negros con el mismo nivel mental y profesional que sin embargo, “[…] hallan diariamente innumerables dificultades para desenvolverse, y tienen que luchar con obstáculos molestos que no reconocen más origen que el color de la piel. […]”.1
En este sentido, una mirada a los sucesivos Censos publicados en los años 1907, 1919, 1931 y 19432 revela cómo el acceso de la población afrocubana a carreras universitarias y por tanto a las actividades profesionales, se tornaba segregativa con respecto a la población blanca nativa y extranjera. Resaltan los bajos índices de participación en servicios básicos como: defensa, salud, educación, bancos y finanzas; que se mantuvieron durante este período. En ese contexto el origen y las clasificaciones sociales van a determinar el acceso a las profesiones privilegiadas y al mercado laboral.
Según se puede analizar por los datos del Censo de 1907 el 70.6% de los servicios profesionales los ocupaban los blancos nativos, siendo el 59.7% de la población total para la época, con una sobrerrepresentación del 10.9%. El segundo lugar en esta área era ocupado por blancos extranjeros, con el 21.3%, sin embargo, eran el 9.9% de la población cubana, lo que significa una sobrerrepresentación del 11.4%.
Por lo que se deriva que entre blancos nativos y extranjeros ocupaban el 91.9 con un exceso de representación en el área profesional de 22.3 puntos porcentuales. Eso hacía que el grupo poblacional de color3 ocupara solo el 8.1 de las plazas profesionales en el país, significando una subrepresentación en estos servicios de 22.2 puntos porcentuales, al respecto de su presencia poblacional.
Un recorte comparativo entre géneros muestra que las mujeres de color tenían dos veces menos presencia en estos servicios que los hombres de color, siendo ellas ligeramente (0.8%) superior en población. Mientras sus congéneres blancas nativas llegaban al 0.85, las de color solo llegaban al 0.17 de representación sobre la base de 1. Ahora, en un indicador como: servicios domésticos y personales las mujeres de color van a ocupar el 29.5% de las personas empleadas, con una sobrerrepresentación del 14 %, mientras que las mujeres blancas ocupan solo el 6.9%.
En el Censo de 1919 vemos que las personas de color ocupan un 11.6% de representación frente a una población que significa el 28.1%. El grupo considerado blancos nativos con un 63.9 de la población estimada, mantiene el monopolio de los servicios profesionales con el 73.5% y los blancos extranjeros siendo el 9.5 porcentual de los censados abarcan el 14.8% de los servicios profesionales en Cuba.
Entre el censo de 1907 y el de 1919 la subrepresentación de los de color en el área profesional va a reducirse de 22.2 a 16.5 puntos, este aumento proporcional es más significativo en los hombres negros y mestizos, también se reduce el desempleo para las mujeres de color. Por otro lado, los blancos/as nativos y extranjeros se mantendrán sobrerrepresentados en 14.9 puntos porcentuales, aunque existe una tendencia general a aumentar la presencia masculina blanca nativa y a reducir la de extranjeros blancos.
La situación económica favorable en estos años y la ampliación del sistema de educación pública y gratuita, así como el acceso de los de color a plazas de maestras y maestros, presumimos que influye en el mejoramiento de las estadísticas en el área profesional. Aunque continúa la sobrerrepresentación negra y mestiza en los trabajos domésticos y personales, así como bajos índices de acceso laboral en los servicios de comercio y transporte.
Lo anterior torna evidente que la expansión de la educación pública y gratuita de primera instrucción no derivó necesaria y estructuralmente en una transformación notable de la movilidad laboral y social de las personas negras en Cuba. Persistieron las limitaciones a empleos de servicios profesionales y especializados, lo cual es coherente con la tesis que venimos desarrollando respecto a los seculares escollos colocados para negros y mestizos acceder a estudios de enseñanza media y universitarios. En la medida que avanza la república la movilidad social y laboral que depende del acceso a la enseñanza superior se concentran y estructuran alrededor de la figura colonial hegemónica blanco/patriarcal.
Según afirma el historiador Manuel Ramírez Chicharro, acceder a la formación superior constituía un proceso escabroso, por lo limitado de las plazas, la competitividad académica y otros factores que hacían aumentar el precio de la matrícula universitaria. A la altura de 1925 los alumnos negros y mulatos constituían apenas el 11% de todos los estudiantes universitarios, con una población respecto al total de casi el 30%. Por lo cual el restricto acceso a estudios superiores no permitía que se atenuara la brecha laboral y económica entre las personas blancas y los afrocubanos.
Esta tendencia se subvierte en alguna medida según indican las cifras del Censo de 1931, momento desafiante luego de la depresión económica internacional. En esta etapa la población de color ocupa el 27.9% de la población total de la Isla, y alcanzan el 18.5% de los servicios profesionales, reduciendo en siete puntos la subrepresentación en esta área, con respecto al Censo de 1919. Los blancos nativos y extranjeros abarcan el 81.5% siendo el 72% de la población, por lo que continúa el protagonismo del hombre blanco en estas áreas.
No obstante, todavía es válido resaltar que la mejora estadística del grupo de color que muestra el Censo de 1931 en labores profesionales se centra en los hombres negros y mestizos para los cuales la representación crece en siete puntos y medio. En contraste, las féminas negras y mestizas disminuyen en medio punto su rol en estas áreas. Algo aún más sorprendente es que las mujeres negras y mestizas son desplazadas del tradicional rol laboral de servicios domésticos y personales, llegando la caída a 17.8 puntos porcentuales, lo que significó la pérdida de casi 20 mil plazas para estas mujeres. Estas labores pasaron a ser ocupadas mayoritariamente por hombres blancos y en segundo puesto por hombres negros y mestizos.
La Carta Magna de 1940 logra avanzar en derechos para la ciudadanía y en la cuestión racial, resultado de una dinámica recurrente de quiebres en la constitucionalidad, intensas luchas contra la discriminación racial, así como consensos políticos de tipo nacionalistas. El texto constitucional es nítido en su artículo 20: “Todos los cubanos son iguales ante la Ley. La República no reconoce fueros ni privilegios. Se declara ilegal y punible toda discriminación por motivo de sexo, raza, color o clase, y cualquiera otra lesiva a la dignidad humana”.
Por otra parte, los artículos 48 y 51 establecen la instrucción primaria obligatoria para el menor en edad escolar, así como la gratuidad en este nivel y la segunda enseñanza elemental. Explicita la posibilidad de realizar algunos cobros módicos en institutos, así como el acceso mediante tasas a estudios preuniversitarios especializados y universitarios.
No obstante, los datos del Censo de 1943, último en tomar estadísticas por raza en este periodo, son ilustrativos en cuanto a la persistente línea de color para el acceso a la universidad y a las profesiones a los cubanos negros. La segregación de las mujeres cubanas negras y mestizas se torna aún más visible en la educación superior. Apunta Ramírez Chicharro que «En términos absolutos, a la altura de 1943, se habían licenciado 22.923 mujeres blancas, por tan solo 3.849 negras y mestizas. Es decir, una relación de seis a una».
Con todas las limitaciones que puede tener la fría colecta de datos censales, un recorte interpretativo de raza y género permite observar la situación de desventaja social, educativa y laboral inaudita en las que se encontraban las personas negras y mestizas en la Cuba de las primeras décadas republicanas.
No obstante, desde bien temprano la intelectualidad cubana antirracista se dispuso a interpelar este imaginario y contexto socioeducativo desfavorable. Un ejemplo se encuentra en el texto Apreciaciones sobre la Agrupación Independiente de Color de Pastora Mena, una precursora activista por los derechos del hombre y la mujer negra, publicado en octubre de 1908 en Previsión instrumento de prensa del Partido Independiente de Color (PIC).
Dirigiéndose a sus hermanos de raza, expresaba la intelectual afrocubana que “[…] Cuba cuenta “[…] con hombres de color que abrazan todas las esferas del estudio científico, y eso demuestra, que nuestro cerebro es susceptible del mismo desarrollo y fructuoso cultivo que el de la raza blanca […]”. Se lamenta Pastora Mena que la mayoría de las personas blancas los traten con repugnancia, y “[…] cualquiera de nosotros que tenga alguna educación, no se escapa de que a nuestras espaldas digan “Lástima que sea de color […] Y afirma que “[…] Hoy más que nunca, el que nada sabe está en el deber de aprender algo, […]”.4
En mi opinión son elementos esenciales a tener en cuenta para el debate sobre relaciones étnico-raciales en Cuba y su articulación con la dimensión educativa, esto en una perspectiva de análisis integradora que muestre las ausencias/emergencias históricas de las afrocubanas/os, que a la vez estructuran varios desafíos educacionales contemporáneos.
***
Notas:
1 Nicolás Guillén. ¡Aquí estamos! El negro en la obra guilleneana. Selección Denia García Ronda, Ediciones Sensemayá, La Habana, 2017, pp. 19-20.
2 Anexos de los Censos de la República de Cuba en 1907, 1919, 1931 y 1943, publicado por la Oficina Nacional de Estadísticas de Cuba, en: http://www.one.cu/publicaciones/cepde/loscensos/anexo_3.pdf; http://www.one.cu/publicaciones/cepde/loscensos/anexo_4.pdf;http://www.one.cu/publicaciones/cepde/loscensos/anexo_5.pdf; http://www.one.cu/publicaciones/cepde/loscensos/anexo_6.pdf
3 Utilizamos el término “de color” en estricto apego a los términos utilizados por la clasificación censal en estos años.
4 Tomás Fernández Robaina. Antología cubana del pensamiento antirracista. Camagüey: Editorial Ácana, 2016, pp. 74-75.