Ocurrió a mediados de septiembre de 1876. Un huracán se aproxima al occidente de Cuba. En el puerto de La Habana varios buques se preparaban a zarpar rumbo a los Estados Unidos. El 15 de septiembre, un sacerdote enviaba al General de Marina una nota en que alertaba sobre la aproximación de un huracán, sugiriéndole que cerrara la salida de buques.
El puerto fue cerrado y entre los numerosos vapores a los que se les prohibió salir estaba el Liberty, de bandera norteamericana. Su capitán realizó una protesta y demandó enérgicamente salir de inmediato. El General le mostró la nota y las recomendaciones del sacerdote. El Capitán reaccionó con ira, diciendo que un cura no era precisamente la persona calificada para impedirle hacerse a la mar ni darle indicaciones de cómo enfrentar un huracán, la navegación o los peligros.
El General autorizó al prepotente Capitán a salir al mar y tomar rumbo norte, haciéndole responsable de las consecuencias de su decisión.
El huracán lo sorprendió en aguas del estrecho de la Florida. Las gruesas marejadas y los vientos destrozaron el buque, que naufragó trágicamente.
Entre los muertos no hubo ni un solo cubano. Los pasajeros que compraron sus billetes en La Habana no abordaron el Liberty cuando supieron del Aviso de Viñes. En el vapor hundido sólo se encontraban la tripulación y su soberbio capitán.
En tierra habían quedado a salvo hombres, mujeres y niños. Un sacerdote muy delgado, les había salvado la vida mediante la observación de las nubes y el barómetro desde el Observatorio de un colegio situado en la calle Compostela, entre Luz y Acosta, en La Habana: se llamaba Padre Benito Viñes S.J., un jesuita, que ya entonces tenía fama creciente en Cuba y muchos lo llamaban el Padre “Huracán”.
Había nacido bien lejos del trópico, en Poboleda, pequeña aldea de Cataluña, España, el 19 de septiembre de 1837. Ingresó en la Compañía de Jesús siendo muy joven. Realizó su noviciado en Mallorca y recibió su instrucción científica en la Universidad de Salamanca, donde alcanzó el grado de catedrático en Ciencias Naturales y Física. Permaneció en España los primeros 31 años de su vida. Cuando la Compañía de Jesús fue expulsada de España, Viñes se trasladó a Francia, donde prosiguió estudios y fue ordenado sacerdote. Su próximo destino fue una isla del Caribe: Cuba.
Llegó a La Habana el 4 de marzo de 1870. Venía a hacerse cargo, como Director, del Observatorio del Colegio de Belén. El sacerdote jesuita nunca había estado en el Trópico ni había visto un huracán, salvo en los libros. Sin embargo, sólo cinco años después, el 11 de septiembre de 1875, escribía, y publicaba el día 12, en La Habana, Cuba, el primer Aviso de Huracán que registra la historia mundial.
Puede decirse que Viñes llegó en el lugar y en el momento apropiado. En la ciencia meteorológica cubana había un vacío: el cubano Andrés Poey había inaugurado el Observatorio Físico-Meteórico en La Habana en 1861, pero al tener discrepancias con el gobierno español, fue cesanteado en 1869 y tuvo que salir al exilio. Su Observatorio había quedado casi en el olvido para 1870.
Otro aspecto es que casi no había ocurrido ningún huracán en Cuba en los años anteriores a la llegada de Viñes. El mar Caribe se encontraba en uno de los períodos de poca actividad. Si Viñes hubiera llegado antes, no habría tenido huracanes que estudiar.
El Observatorio del Colegio de Belén había sido inaugurado en 1867. Había logrado en pocos años sistematizar las observaciones meteorológicas diarias. Sin embargo, al llegar Viñes, se encontraba en un deplorable estado.
A sólo 7 meses de llegar Viñes a Cuba, un intenso huracán destruyó a Matanzas, del 7 al 8 de octubre de 1870. La tragedia fue muy grande. No era sólo la fuerza del viento, sino que las aguas de los ríos San Juan y Yumurí , junto a intensas lluvias, las que ocasionaron una gran inundación. El agua tapó el techo de las casas, arrastrando a las personas que se encontraban sobre ellos. Hubo dos mil muertes.
Con toda seguridad el recuento de este huracán en el Diario de la Marina fue lo primero que leyó Viñes sobre un huracán y sus efectos. Las consecuencias tan tremendas en la sociedad y la economía del país, en cual ahora vivía, le dieron la señal de la ardua y compleja tarea que tenía ante sí para prevenir estos desastres naturales.
El Padre Viñes en Belén
Los primeros años fueron de reorganización del Observatorio, pero también de acopio y profundo análisis de los datos e informaciones. En estos años obtuvo sus primeros méritos científicos y trabajó en estudios descriptivos y estadísticos en la meteorología, el geomagnetismo y las ciencias físicas aplicadas. Además, el Padre Viñes hizo un detallado estudio del huracán de 1870 en base a los datos recolectados.
El Padre Viñes fue sin duda un hombre de los “medios” en la época en que le tocó vivir, un precursor de los meteorólogos modernos que aparecen en la TV, radio, Internet y escriben en la prensa. Desde que llegó a Cuba, comenzó a enviar notas para la prensa que eran publicadas asiduamente en los periódicos de La Habana. Pero todavía no hacía pronósticos. Los hizo ya desde 1875.
Viñes fue elegido “Socio de Mérito” de la Real Academia de Ciencias en 1873. Después recibiría numerosas condecoraciones en el extranjero. En ese año, entre otros instrumentos, recibió un equipo de alta tecnología para la época, el meteorógrafo, ideado por el también jesuita Padre Angelo Secchi en Italia. Este complejo aparato, que obtuvo Premio en la Exposición de París de 1867, resulta tan importante que será objeto de un artículo posterior.
Viñes ganó rápidamente fama después del primer Aviso de Huracán de 1875. Su pronóstico fue bueno, y los siguientes mejores y hechos con más antelación. Ello le brindó otras posibilidades. El afamado sacerdote solicitó recursos económicos para hacer un viaje por Cuba, República Dominicana y Puerto Rico, tras la huella de los huracanes de 1875 y 1876. A caballo por los campos de los lugares afectados, en tren o por barco entre un lugar y otro, aquel sacerdote anotaba minuciosamente todo cuanto le pareciera de interés, sobre todo la dirección en que el viento había tumbado a los árboles y si se encontraba uno sobre el otro. Tuvo en su mente una idea clara de la circulación y trayectorias de los huracanes, y publicó una de sus obras principales en La Habana, en 1877: Apuntes relativos a los huracanes de las Antillas en 1875 y 1876.
Este libro contribuyó a su reconocimiento internacional. En él se encuentra un estudio de los fenómenos y efectos producidos al paso del huracán, y al aproximarse y alejarse el mismo. También se ofrecen los principios para su pronóstico, que fueron conocidos y aplicados durante muchos años, hasta la primera mitad del siglo XX. Se les conoce como “Las Leyes de Viñes”.
De gran interés resulta su estudio de las nubes altas, medias y bajas, que brindó una imagen de la estructura vertical y horizontal del huracán, cuando no había satélites ni radares. También resultó muy importante la determinación de la situación del centro del huracán desde lugares muy distantes mediante la observación de las nubes altas llamadas cirrus, que Viñes llamaba “plumiformes”.
Las relaciones del Observatorio de Belén, bajo la dirección del Padre Viñes, fueron muy estrechas con el Signal Service de los EE.UU., lo que con el tiempo sería el Weather Bureau y en los tiempos actuales es el National Weather Service de la NOAA. Estas relaciones se iniciaron en 1877 y dos años después el Observatorio de La Habana hacía uso operacional de los cables con observaciones meteorológicas del Caribe que los observadores del Signal Service enviaban a los EEUU. Viñes les ofrecía, por igual vía, sus pronósticos sobre huracanes. De una forma u otra esa colaboración en la meteorología ha perdurado hasta nuestros días.
En 1893, el Padre Viñes recibió una invitación para participar el Congreso Meteorológico de Chicago y presentar un trabajo sobre los huracanes de las Antillas. Viñes, muy enfermo, escribió “Investigaciones Relativas a la Circulación y Traslación Ciclónica en los Huracanes de las Antillas”, que devino su testamente científico. El Padre Viñes pasó a la inmortalidad trabajando. El 21 de julio de 1893 terminó el texto y lo envió por correo a Chicago. El domingo 23 de julio fallecía.
El Padre Viñes había hecho honor a sus palabras: “No deseo otra recompensa, después de la que de Dios espero, que ser útil a mis hermanos y contribuir en algún modo a los adelantos de la ciencia y el bien de la Humanidad”.
A veces, desde la Loma de Casa Blanca, he observado en el horizonte del sur, nubes cirrus “plumiformes” convergentes en un punto. Y me ha parecido ver a mi lado una delgada figura, con lentes pequeños y sotana negra, que me dice, Rubiera, ahí, en ese punto, allá lejos está el huracán…
Gracias Profesor, bello homenaje. Usted es de los grandes.
Que interesante este artículo y con el rigor científico e investigativo que caracteriza al Porfesor y Dr. Rubiera. Que bueno poder contar con esta columna en Oncuba y disfrutar de los apuntes de tan prestigioso investigador.
que magnifico inicio para una sección que sumamente interesante. Gracias Rubiera por contarnos esa parte de la historia que muchos desconocemos. Saludos
Qué excelente adquisición… Como era de esperar de alguien tan serio y riguroso en su trabajo, es además un estudioso de la historia de su especialidad… ¡Chapeau!
Un articulo interesante ………… ¿Vendrá otro sacerdote pronto para anunciarnos como salvarnos de otro posible naufragio?
me encantó. excelente suma para oncuba la de rubiera.!!
Me parece excelente resumen de la obra de Viñes. Si los amables lectores lo desean, pueden ampliar sus conocimientos sobre este sacerdote y científico excepcional en la biografía del Padre que tuve el honor de escribir hace ya algunos años: Benito Viñes. Estudio Biográfico. Editorial Academia, 1996, La Habana. Gracias al Dr. Rubiera por esta contribución.
Excelente artíiculo que leí con gran interés. No espereba menos del Dr. José Rubiera.