Es muy difícil, casi imposible, que alguien que viva o visite La Habana no pase alguna vez por el parque El Curita. Aunque ya no radica en él la popular “piquera” de taxis desde la que partían autos hacia otros puntos de la ciudad, este sitio sigue siendo uno de los más céntricos y estratégicos de la capital cubana.
Situado en la manzana que comprende las calles Galiano, Reina, Águila y Dragones, el popular parque fue alguna vez la sede de uno de los mercados más famosos de la urbe habanera. El mercado, establecido en el lejano 1817, fue conocido como “Plaza del Vapor” y luego tomaría el nombre de “Tacón”, por el entonces Capitán General español que gobernaba la Isla.
Este último nombre, sin embargo, tendría menos suerte que el primigenio, con el que muchos seguirían identificando la zona incluso ya avanzado el siglo XX. Lo de “Plaza del Vapor”, según se cuenta, se debió a la pintura que adornaba un establecimiento situado en el lugar, la cual recordaba el arribo a La Habana del buque Neptuno en febrero de 1819, primera nave de su tipo en llegar a un puerto de la América Latina.
Ya en la centuria pasada el lugar iría deteriorándose, y mientras el piso superior era ocupado por modestas viviendas, en la planta baja coexistían pequeños negocios de los más variados tipos, entre ellos los que vendían billetes de la lotería nacional. Por ese motivo, el sitio fue por entonces conocido como “El Palacio de los Billetes”.
Allí también estaba una pequeña imprenta, propiedad de una de las hermanas del luego líder revolucionario Sergio González, a quien apodaban “El Curita”. Su sobrenombre se debía a que había pasado nueve años en el Seminario con la idea de convertirse en sacerdote, aunque finalmente abandonó este propósito.
Sergio quedaría a cargo del negocio a la muerte de su hermana, y el lugar, conocido ya como “la imprenta del Curita”, serviría lo mismo para imprimir documentos y proclamas contra la dictadura de Fulgencio Batista, que para realizar reuniones del opositor Movimiento “26 de Julio” y esconder fugitivos.
Finalmente, el sitio sería descubierto y Sergio debió pasar a la clandestinidad, desde la que organizó diversas acciones y hasta protagonizó una fuga del Castillo del Príncipe, tras haber sido detenido en esta instalación. Una segunda captura, en marzo de 1958, no tendría igual desenlace y, luego de ser torturado, la saga terminaría con su asesinato.
Tras el triunfo revolucionario de 1959, el penoso estado de la añeja edificación catalizó su demolición. Desde entonces, el lugar es ocupado por el parque que, en recuerdo de Sergio, es conocido desde entonces como “El Curita”, y cuenta en sus cercanías con tiendas, cafeterías y otros establecimientos estatales y privados.
A este sitio acuden muchas personas a tomar una guagua o un auto, pues aunque ya no albergue una piquera, en el parque permanecen varias paradas de ómnibus, taxis y otros medios de transporte. También es un sitio habitual de paso para quienes desandan esta zona de la ciudad e, incluso, un lugar de reposo y juegos infantiles.
De esta forma, lo que alguna vez fue uno de los puntos más concurridos de La Habana, hoy lo sigue siendo, no ya como mercado, sino como uno los parques más transitados de la urbe día tras día.