Si las colas fueran un deporte olímpico, los cubanos tendríamos casi asegurada la medalla de oro. Y digo “casi” para no pecar de absoluto, aunque dudo que las personas de algún otro país tengan un entrenamiento tan amplio y sistemático en el tema como los habitantes de esta Isla.
Desde que tengo uso de memoria, las colas forman parte del paisaje cubano: en tiendas y mercados, panaderías y estanquillos, cines y restaurantes, bancos y oficinas de trámites, farmacias y correos, paradas de ómnibus y hasta embajadas.
Ni siquiera los idealizados años 80, cuando todavía el antiguo Campo Socialista no se había desmoronado como un castillo de naipes, lograron esquivarlas. Y luego la crisis de los fatídicos 90, y todas sus oleadas posteriores, incluyendo la actual, terminaron por naturalizarlas, por convertirlas en parte ineludible de la cotidianidad.
No se trata, en verdad, de un asunto de gustos —aunque pueda haber quien las disfrute, que de todo hay en este mundo— ni de idiosincrasia, sino de necesidad. La necesidad del cuerpo y/o del alma. La nacida de las dificultades y las carencias, de los embargos y los racionamientos, de las organizaciones y desorganizaciones, de las ineficiencias y los oportunismos, de los puntos aparte y los puntos suspensivos.
Así, de tanto ser y estar, las colas adquirieron su ciudanía cubana y se convirtieron en una institución social, con sus dinámicas y reglas tácitas, sus rutinas y su propio ecosistema. Porque no todo el mundo hace colas en Cuba, aunque casi todo el mundo, ni todas las colas son iguales, aunque muchas sí lo sean.
Hay colas barriales, comunitarias, habituales, como las del pan o la bodega, el mercado de la esquina o la del quiosco de los periódicos, donde todos o casi todos los asistentes se conocen y comparten sus penas y su suerte sistemáticamente. No es que estas sean mejores o peores, porque en todos los barrios hay también sus inquinas y recelos, pero por lo general suelen ser más rutinarias y apacibles.
No es siempre el caso de las otras, más eventuales o distantes del entorno de los “colistas”, o más espoleadas por la necesidad. Ellas, aunque puedan lucir parecidas a las primeras —o no—, tienen sus propios resortes y comportamientos, y lo mismo pueden ser tan mansas como una paloma que tan impredecibles y fieras como un tigre. El lugar y, sobre todo, el producto perseguido, el añorado y necesario objeto del deseo, condicionan su naturaleza y el performance de los “participantes”. Incluso ahora, en tiempos de pandemia, con policías y turnos y escaneos del carnet para intentar domarlas.
Cualquiera que haya hecho alguna cola en Cuba, bien lo sabe: no es lo mismo la refinada de un restaurante de “caché” que la multitudinaria del pollo, aunque sea por la libreta. Como tampoco es lo mismo la de la oficina del pasaporte y el carnet de identidad que la ansiosa y excitable de una parada de guaguas en “horario pico”.
Hay, definitivamente, colas y colas y productos y productos, y si ese artículo es deficitario, o se filtra la noticia de que se está terminando en la tienda, entonces los ánimos se crispan, las pasiones se encienden, y, como ha pasado tantas veces, las cosas pueden salirse fácilmente de control. Y ponerse feas. Más feas, quiero decir.
Otras colas, en cambio, —o esas mismas, antes de ponerse feas— motivan a la solidaridad, a la camaradería. Y gente que en su vida se había visto, y que probablemente en su vida se vuelva a ver, comparten opiniones y vivencias, cuitas y expectativas. Y hacen piña contra quienes tratan de pasarse de “vivos” para “colarse”, o para reclamarle a los empleados del establecimiento por demorar la entrada o privilegiar a sus amistades. Que igual lo hacen, a pesar de la presión colectiva.
En esas, o en las otras, o en todas, terminan por emerger sus personajes tipo, como los molestos “colados”, que se aprovechan de su “viveza”, su billetera o sus relaciones. O los “coleros”, puestos por sí mismos en la cima de la pirámide con la intención de llenarse los bolsillos a costa de los demás. O los “guapos”, que sacan chispas por cualquier cosa para dejar clara su condición de “alfas”. O los “fugados”, que se marchan sin decir nada y dejan perdidos a los que seguían detrás. O los “entretenidos”, a los que se les pasa el turno por estar “comiendo catibía” y también “embarcan” a medio mundo.
Hay, claro, más personajes, como hay muchas más cosas por decir de las colas. Muchísimas más. No alcanza un artículo para comentarlas todas. Aunque tampoco es que un escrito pueda dar por sí mismo la verdadera dimensión de este fenómeno cotidiano; o que alcance para desentrañar esta práctica cubana, devenida no pocas veces en dragón de mil cabezas, en monstruo tropical, a ratos pintoresco y a otros, totalmente desenfrenado.
Para saber bien lo que son las colas en Cuba, no hay mejor forma que hacerlas, llegar bien temprano, pedir el último, o, incluso, dormir en ellas desde una o varias noches antes a la compra, y sumergirse en sus cauces y torbellinos, adentrarse en sus fauces abiertas, contagiarse con su exuberante humanidad, aun a riesgo de infectarse con algo peor. Solo así puede tenerse una idea exacta de lo que intento decir. Las colas, al menos las cubanas, no caben en la imprecisa definición de las palabras.
El cubano sin hacer colas no sería cubano! Las colas forman parte de la vida desde q tengo uso de razón!
Me cuenta mi madre que hasta para parir habia una cola.
Exelente artículo, lo mejor que he leído en años…ni exagerado, ni hipercritico…justo en la Diana para un Cubano que regresó de visita y que sufre de esta cotidianidad !!! No todos los que venimos de visitas andamos en Tur. Gracias al periodista por su profunda reflexión.
Si esto es lo mejor que ha leído en mucho tiempo, le puedo asegurar que debiera ampliar sus opciines de lectura
Magnífico artículo. Muy cierto. Coherente y respetuoso.
Seguro fuéramos campeones Olímpicos sin q nadie nos quitara la medalla,en el único país del.mundo que se ve esas colas es en Cuba porque tenemos una mísera inigualable en todos los aspectos
La necesidad q hay en Cuba no la hay en ningun país del mundo aquí hay escasez de todo.,así q sin discusión.fueramos camiones Olímpicos sin q nadie nos quitará la medalla
A pesar de tantos años de estar haciendo colas, los cubanos no hemos desarrollado las competencias que esta cotidiana gestión requiere. Alguien debiera dedicarse a escribir el Manual Práctico de Colas y así poder contar con el aseguramiento bibliográfico de los cursos que se impartan. Por eso dudo que podamos ganar medallas en este deporte
Muy real el artículo. No se menciona algo terrible de las colas: la pérdida del tiempo. Que no devuelven en ninguna parte.
Así las cosas…. Así Las colas!!!!?
Con asombro percibo por estos días que el solo hecho de trasmitir la idea de que de alguna forma, en cualquier horario del día; se encuentra uno vinculado al procedimiento ineludible de adquirír un producto en cualquier tienda o kiosco, tanto en cup y/o MLC; genera hacia tu persona una corriente de entendimiento instantánea que barre por innecesarias todas las otras explicaciones justificativas, que te impedían prestar un servicio, o cumplir una obligación oficial, familiar o de otro tipo….
Y es que las colas, que no es invento cubano, pero si han Sido sublimizadas aquí en estos tiempos de PANDEMIA; arrasan con todo lo conocido en el orden social y en el orden epidemiológico.
Fenómeno nefasto con el potencial de convertirse en endémico, es capaz por si solo de engullirse las buenas intenciones de las medidas del gobierno al crear los LCC, así como ser un factor negativo en la propagación del virus Sars cov2, y dañar seriamente las relaciones sociales entre conciudadanos, ante el peligro de malgastar inútilmente el tiempo en la espera de adquirír un producto necesario, relativamentemente caro,y normalmente de presencia insuficiente en el día a día de la población.
Si es cierto cada día es mas las colas ya las personas duermen para poder alcanzar algo , en las mayorias de los casos no alcanza y si no lo haces no se puede comer , que se pude parar llevar el plato a la mesa .
No la medalla de Oro , sino el premio Grammy
Me encanto,refleja con exactitud las vivencias en una cola.