Organizadas por padres y familiares, las fiestas de 15 constituyen la presentación social de las jovencitas que arriban a esa edad. Como se sabe, se trata de un ritual donde se reconoce el fin de la adolescencia y la madurez sexual: la niña deja de serlo y está ya disponible, oficialmente, para las Grandes Ligas. En su forma clásica consistía en un baile a cargo de quince parejas montado por un coreógrafo, generalmente no profesional, que podía ir desde un vals de Strauss hasta una rueda de casino, o una mezcla de ambos. O más.
Este ritual podía ejecutarse en lugares varios, empezando por la propia casa; pero no resultaba inusual alquilar un salón –generalmente en un Círculo Social– para ejecutar el baile y la atención a los invitados, a quienes se ofrecía un servicio gastronómico a base de bebidas alcohólicas, refrescos y alimentos ligeros (el famoso buffet). A la salida de los 60, por ejemplo, los de nuestra socia Glorita Ruiz fueron inolvidables: tocaron Los Kents. Días después resultaron la comidilla de toda la escuela secundaria “Carlos J. Finlay”, comentados con dos dedos arriba entre los cambios de turno y el receso.
Durante los años de la institucionalización (1971-1985) la onda llegó a cambiar. Las niñas ya no pedían tanto la tradicional fiesta sino más bien una Vuelta a Cuba, acompañadas por amistades seleccionadas por ellas mismas. Pero ante la crisis económica traída de manera consecutiva por el derrumbe del Muro, la disolución de la URSS y el subsiguiente impacto sobre los ingresos familiares y la vida cubana toda, emergió algo inédito: una red de asistencia Miami-Habana para nutrir con dinero, objetos y fetiches culturales a las familias. Antes, los servicios de fiestas de 15 se pagaban en moneda nacional, pero como es obvio, con la dolarización de la economía (1993) eso cambió de manera dramática.
Por entonces los Círculos Sociales pasaron a la historia (de nuevo): fueron desplazados por hoteles como el Nacional, el Meliá Cohíba u otros, expresiones del jet set de los tiempos –el turismo se convirtió, casi de pronto, en aquella famosa locomotora de la que hablaban los economistas de entonces–, no solo para la celebración de las fiestas, sino también para efectuar allí las sesiones de fotos, las que por lo demás, en una suerte de reguetonización, llegaron a abandonar la cara social y más bien colectiva de los 15 para trasladarse al cuarto de la muchacha en poses sexualmente explícitas y con una vestimenta light que ya no sugería sino mostraba bastante. El objeto del deseo se hizo, a todas luces, más explícito.
Durante estos años surgió otro hecho nuevo, esta vez involucrando nuevas tecnologías: las fotos de 15 fueron complementadas por el video, lo cual resultó posible por la emergencia de servicios privados de filmación/edición que se pagaban en moneda libremente convertible –o en una combinación de esta con la nacional–, pero de cualquier manera excesivamente caros. Incluían también, desde luego si se podía pagar, el making off, como si la homenajeada fuera la gran estrella de una fastuosa producción hollywoodense.
De manera similar, emergió toda una red de servicios de repostería a domicilio, varias microempresas que frecuentemente se nutrían y aun hoy se nutren de catálogos y know hows enviados desde Miami para la confección y estética de los cakes, dato también válido para bodas y cumpleaños infantiles.
Con la llegada de las remesas y su ulterior expansión –un fenómeno urbano y generalmente para cubanos de piel blanca–, los padres de la quinceañera comenzaron a recibir dinero para esos fines. Además, ropa, calzado, música y otros artefactos culturales que refuerzan la concepción de lo moderno y lo que “está alante” a partir de su procedencia estadounidense, aunque en este caso contenga toda una estética del kitsch en el fondo no muy distante de los cerditos, indios, cisnes de yeso u otras artesanías que suelen abundar en las salas y paredes de unas cuantas casas cubanas.
Históricamente, los procedimientos para hacerlos llegar a la Isla han dependido de un conjunto de factores: hoy lo típico es que los lleven los propios familiares. Hasta ahora, los cambios implementados por la administración Trump en la política hacia Cuba no han modificado los viajes de connacionales residentes ni de cubano-americanos. Sin embargo, ello no anula enviarlos en paquetes mediante distintas agencias radicadas en Miami y otros puntos de la Unión; por supuesto, también pueden acudir a las proverbiales “mulas”.
No hace mucho tiempo un personaje del programa “Vivir del cuento” resumió otro cambio, las locaciones de las fotos en una suerte de paisaje después de la batalla o estética del derrumbe, y las razones del contagio: “Antes –dijo– las fotos de 15 se hacían en lugares bonitos de La Habana. Ahora se hacen en los más horribles, más feos y sucios que encuentren, como en los videoclips. Edificios cayéndose, muelles abandonados y basura. Mucha basura”.
De cualquier manera, bien hoteles o ruinas, en esos servicios ha ido penetrando a lo profundo la cultura del mercado en un país donde es deficitaria. La página web de un estudio fotográfico que no está en Miramar ni en Kohly, sino en el Reparto Sevillano, hace lo mismo que todos: poner precios diferenciados en CUC en función de la oferta y por consiguiente de las posibilidades económicas del cliente, una manera de estampar las desigualdades sociales. Lo más barato suele ser el cobro de 200 CUC por 16 fotos de estudio y cuatro cambios de ropa; lo más caro, 36 fotos en estudio y exteriores, con DVD con esas mismas fotos y una gigantografía. Y con transporte para la quinceañera y un acompañante por 470 CUC. Y los hay incluso más caros, hasta llegar a la cantidad de 1 000 CUC.
Pero no es todo. De un tiempo a esta parte se ha venido observando un cambio radical: muchachos que rompen las fronteras con las hembras al hacerse retratar por un profesional del lente cuando llegan a sus 15 primaveras. Una práctica metrosexual, tal y como se le define el diccionario Merrian-Webster: la de “un hombre heterosexual, generalmente urbano, dedicado a mejorar su apariencia personal mediante un aseo exigente, tratamientos de belleza y ropa de moda”. Y añaden: “Un metrosexual […] está feliz de hacerse una pedicura y una manicure”.
Todo un despliegue de masculinidad: en primer término, musculatura, luego poses castigadoras y finalmente exhibición de una sensualidad tropical viento en popa y a toda vela (de nuevo, el objeto del deseo). No se trata de fotos aisladas, sino de álbumes completos en los que figuran con camisetas de jugadores de fútbol –esa nueva fiebre nacional ante un béisbol en ruinas–, cuello, corbata, sombreros y pañuelos en el cuello, entre otras cosas.
No veo razones para colocar el grito en el cielo, como algunos lo han hecho, pero sí para citar al profesor Julio César González Pagés, uno de los que más se ha acercado en la Isla a estudiar/entender la masculinidad: “Me gustaría –dijo– que en el futuro, tanto para hombres como para mujeres, sin este lado fastuoso y de recargar roles tradicionales, se puedan celebrar los 15 como ese símbolo de tránsito a la madurez”.
Buen punto. Pero, por lo pronto, estas son las coordenadas expansivas de esos dulces 15.
Una joyita de Estudios Culturales. Este periodista es una de las estrellas de Oncuba.
La fiesta de 15 años es una tradición y las tradiciones son complejas, es una mezcla de cosas. Yo celebré la fiesta de quinceañera de mi hija con Bodas en Cuba Fiestas, este es su sitio, https://bodasencubafiestas ellos hacen cosas muy buenas y económicas, Quedó genial, Pienso que la que debe escoger es la propia muchacha, los padres no deben forzar, a veces hay niñas que no quieren una fiesta y si una casa en la playa con sus amiguitos o tirarse fotos nada más, pero debe complacerse a las niñas, siempre que se pueda para que no tengan el complejo con sus amiguitas