Cuando se le pregunta al Dr. Mitchell Valdés-Sosa, director del Centro de Neurociencias de Cuba (CNEURO), sobre el llamado “Síndrome de La Habana”, responde sin dudarlo que no cree que exista.
“Nosotros creemos que realmente no existe un ‘Síndrome de La Habana’. Lo que pensamos es que hay personas que se enfermaron por distintas causas y que hay que continuar las investigaciones para comprobar esta o cualquier otra hipótesis”, afirma sobre los incidentes de salud reportados por diplomáticos norteamericanos en la capital de Cuba, que han sido fuente de las más diversas teorías y especulaciones.
Varias de estas hipótesis fueron motivo de análisis esta semana en el CNEURO, durante la realización del evento “Is There a Havana´s Syndrome?” que, de acuerdo con Valdés-Sosa, buscó promover un debate “abierto y franco” sobre lo sucedido. Para ello contó con la presencia de investigadores y académicos de varios países, entre ellos Cuba, EE.UU. y Canadá, los principales implicados en esta trama con tintes de misterio y con una indiscutible repercusión política.
Tras los primeros reportes estadounidenses en La Habana, tres años atrás, la Administración Trump –deseosa de desmontar el “deshielo” promovido por Barack Obama– no dudó en afirmar que sus diplomáticos eran blanco de ataques. Y, aunque no culpó directamente a Cuba, sí la responsabilizó de no proteger adecuadamente a sus funcionarios y terminó por reducir drásticamente su presencia diplomática en la Isla y trasladar los trámites consulares de los cubanos a terceros países, entre otras medidas.
A los registros de diplomáticos de Estados Unidos le seguirían los de Canadá, que también suspendió la mayoría de sus servicios consulares en Cuba, pero no enfocó lo ocurrido desde un matiz político y asumió una postura más colaborativa con las autoridades e investigadores cubanos que la de sus vecinos de Norteamérica.
En total, unos 40 diplomáticos estadounidenses y canadienses que trabajaban en La Habana reportaron afectaciones relacionadas con el misterioso “síndrome”, cuyos síntomas incluyen mareos, náuseas, disminución auditiva, baja concentración, visión borrosa, pérdida de memoria y otros problemas neurológicos.
El caso ha despertado no pocas pasiones e interrogantes, y ha motivado numerosos artículos periodísticos y científicos –algunos de ellos criticados por otros investigadores, incluso ahora en el evento habanero, como el publicado por médicos de la Universidad de Pensilvania en el Journal of the American Medical Association (JAMA)–, pero la causa de los padecimientos sigue siendo desconocida.
¿Ataques sónicos? ¿Neurotoxinas?
La primera teoría manejada públicamente, que ganó rápida relevancia mediática sin haber sido comprobada por la ciencia, fue la de unos presuntos ataques sónicos. Las afecciones en la audición reportadas pesaron más en la balanza que otros síntomas, al punto que hoy, muchos meses después, estos incidentes de salud siguen siendo llamados de esa forma por algunas personas y medios de prensa, aun cuando los investigadores ya desecharon esa primera hipótesis.
“La idea de un ataque es absurda y no hay evidencia científica que la respalde”, asegura Valdés-Sosa, una postura reiterada sistemáticamente por los investigadores y el gobierno cubano ante las acusaciones del Departamento de Estado.
Cuba: no hay evidencia científica de “ataques” a diplomáticos norteamericanos
“Que alguien se haya dedicado a perseguir diplomáticos por toda La Habana con rayos misteriosos o un equipo sonoro desconocido, como se dijo al principio, viola las leyes de la ciencia; es ciencia ficción. Tampoco hay evidencias de daños de esos supuestos sonidos en la sustancia blanca del cerebro, pues las causas de estos reportes pueden ser muchas, incluso anteriores a los hechos. Sin embargo, a ambas cosas se le dio en su momento mucha importancia en la prensa”, asevera el director del CNEURO.
“También creemos que si el gobierno estadounidense les repite a los diplomáticos que están bajo ataque, eso les causa estrés y actúa como un amplificador de cualquier síntoma –agrega–. No significa que no puedan estar enfermos, pero la existencia de una teoría como la del arma sónica, repetida aun sin bases, puede confundir a las personas más que ayudarlas, y dificultar la forma en que interpretan sus dolencias”.
Aun así, esta hipótesis marcó los derroteros de los estudios iniciales, entre ellos los de la propia comisión investigadora de Cuba.
“Inicialmente el problema de las pérdidas auditivas era importante y por eso nos enfocamos en ese camino, pero ahora se ha demostrado que realmente no hay ningún diplomático que haya adquirido pérdidas auditivas estando en Cuba, sino que, en los que las tenían, eran preexistentes. Entonces, a medida que han ido cambiando las hipótesis sobre el caso, hemos ido variando el rumbo de nuestros estudios para ver qué podemos encontrar”, explica.
Y el rumbo actual, al menos para cubanos y canadienses –aliados en una investigación sobre los extraños padecimientos– apunta al posible efecto de pesticidas utilizados en Cuba en las frecuentes fumigaciones contra los mosquitos transmisores de enfermedades como el dengue y el zika.
“Nosotros estamos ahora realizando una investigación con científicos canadienses, encabezados por el profesor Alon Friedman de la Dalhousie University de Halifax, participante ahora en nuestro evento, y con la colaboración del gobierno de Canadá, cuya hipótesis es que los diplomáticos fueron afectados por neurotoxinas, por la fumigación antimosquito”, confirma Valdés-Sosa.
Se trata, según dice, del “enfoque más serio para un estudio conjunto” en el que los cubanos trabajan en estos momentos, que los ha llevado a investigar a grupos de personas expuestas a pesticidas en la Isla. No obstante, es todavía una investigación en marcha, sin conclusiones, y con un margen de incertidumbre hasta tanto no haya resultados fidedignos.
“Hay reportes de que una exposición crónica a pesticidas puede producir daños neurológicos. No es que estemos seguros de que esta sea la respuesta en este caso, pero estamos abiertos a examinar la hipótesis”, asegura.
La evidencias, los medios, la política
Para llegar a la verdad, una idea repetida varias veces por estos días en el evento desarrollado en el CNEURO, lo primordial es mantener los pies firmes sobre las evidencias y datos existentes, y desechar todo lo que pueda estar condicionado –o más bien distorcionado– desde el prisma de la política y los medios de comunicación.
Así lo enfatizaron diversos ponentes como los profesores Sergio Della Sala, de la Universidad de Edimburgo (Escocia); Robert Bartholomew, de la Universidad de Auckland (Nueva Zelanda) –quien maneja la hipótesis de estrés o histeria colectiva–, y el cubano Pedro Valdés-Sosa, del CNEURO; y así también lo cree Mark Cohen, de la Universidad de Los Ángeles, para quien el empleo o no de la palabra “síndrome” no es lo más importante.
“Llamar síndrome a estas afecciones no es particularmente significativo –afirma Cohen–. Lo principal es que hay un grupo de informes de personas que sufren sinceramente. Considero que los funcionarios afectados no están fingiendo los síntomas y que sus padecimientos son reales. La causa de esos síntomas ya es otra cosa, y es lo que debemos descubrir, porque estos incidentes se han convertido en un asunto de diplomacia internacional y un desafío para la comunidad científica de todo el mundo”.
El profesor estadounidense, un neurocientífico especializado en el desarrollo de instrumentos de alta tecnología, espera que finalmente la ciencia pueda comprender estos desórdenes “suficientemente bien para que los afectados puedan ser tratados de la mejor manera” y, como su colega cubano Mitchell Valdés-Sosa, no respalda la teoría de los “ataques acústicos”.
“Mi trabajo considera la cuestión de qué tipo de daño físico puede ser causado al tejido cerebral por ondas sonoras y la cantidad que se necesitaría para alterar la actividad del cerebro al punto de causar afectaciones severas, y es extremadamente difícil para mí imaginar un dispositivo que remotamente y a través de paredes de concreto y bloques pueda ocasionar un daño semejante, enfocado específicamente a determinados individuos”, detalla.
Por su parte, el también estadounidese Mark Rasenik, de la Universidad de Illinois (Estados Unidos) y miembro de la Academia de Ciencias de Cuba, opina que el término “Síndrome de La Habana” no está sustentado en la ciencia sino que se trata de una invención mediática.
“El ‘Síndrome de La Habana’ no lo acuñamos los científicos, es de la prensa. Yo nunca lo he llamado así. Sin embargo, lo que no podemos ignorar es que algo le sucedió a esas personas y a nosotros nos corresponde averiguar qué es. Esa es nuestra responsabilidad como científicos”, apunta.
No obstante, Rasenik insiste en la necesidad de una mirada “imparcial” sobre lo ocurrido, y a evitar los condicionamientos e interferencias gubernamentales.
“Todo lo que está involucrado con este caso debería trascender la política. La idea de conocer la verdad y garantizar la seguridad de los diplomáticos debe ser lo más importante y no puede estar influida por los intereses de un gobierno o grupo de poder –insiste–. En el caso de EE.UU., es cierto que el Departamento de Estado no ha culpado explícitamente a los cubanos, pero al mismo tiempo se ha negado a compartir información y ha tomado un grupo de medidas sin un sustento científico claro que han afectado las relaciones bilaterales y, en particular, a las personas de ambos países.”
Aun así, el profesor de Fisiología y Psiquiatría piensa que es posible superar este episodio y recuperar los vínculos que comenzaban a fortalecerse entre los dos países cuando los misteriosos incidentes salieron a la luz.
“Espero sinceramente que, con la voluntad necesaria y el aporte de los científicos, podamos resolver esta situación y, como resultado, que los cubanos puedan volver a tramitar sus visas en Cuba y podamos restaurar una relación que había comenzado a normalizarse durante la administración Obama”, sostiene.
Una mirada conjunta
Tras dos jornadas de intensos debates en el CNEURO, el origen del llamado “Síndrome de La Habana” está aún lejos de ser revelado. Existen, eso sí, pistas que seguir e hipótesis por comprobar, mientras otras han ido quedando en el camino. Pero en lo que parecen coincidir tanto los científicos cubanos como los extranjeros asistentes al evento, es en la necesidad de compartir los datos y resultados obtenidos, de trabajar de conjunto desde un enfoque multidisciplinario.
Así lo considera Luis Velázquez, neurólogo, neurofisiólogo y Presidente de la Academia de Ciencias de Cuba, para quien la cita recién concluida ha sido muy enriquecedora en aras de acercarse cada vez más a conclusiones más precisas y “poner fin a una situación tan lamentable como esta”. Para ello, asegura, es importante una colaboración internacional efectiva.
“En 2018 publicamos un llamado global a las Academias y a los científicos del mundo para analizar estos casos, porque hay problemas que requieren indiscutiblemente una participación multidisciplinaria para llegar a la verdad”, asegura y explica que el mismo hizo la convocatoria a través de la revista Medic Review.
Este llamado, dice, sigue abierto hoy, y mantiene toda su vigencia por la repercusión que han tenido estos incidentes desde diferentes ángulos.
“Si los vemos desde el punto de vista de la ciencia, está el hecho de que, luego de tres años de hipótesis e investigaciones, aún representa un reto para los científicos, un terreno todavía en exploración y una fuente de duda incluso sobre publicaciones que se han hecho sobre el tema –afirma Velázquez–. Pero, por otra parte, hay un componete ético que debe ser tenido en cuenta, porque los científicos tenemos un compromiso no solamente con nuestros países y gobiernos sino en el orden universal, un compromiso que supone transmitir el conocimiento y contribuir con él al bienestar de las personas”.
“Esto es muy importante para Cuba, en primer lugar por la relevancia que tiene para nosotros el tema de la salud y la seguridad de las personas, en este caso diplomáticos, y porque estos incidentes han sido utilizados para acusar a nuestro país y dañar nuestras relaciones internacionales, particularmente con Estados Unidos. Por eso aspiramos a descubrir finalmente lo sucedido y a colaborar con los investigadores interesados sinceramente en ello”, añade.
Mientras, Mitchell Valdés-Sosa lamenta no haber logrado establecer un intercambio “en un plano más formal” con la Academia de Ciencias de Estados Unidos y las instituciones de ese país que han investigado directamente a los funcionarios afectados, pero agradece la actitud y colaboración de algunos científicos que “sí han estado dispuestos a conversar con nosotros y a exponernos sus puntos de vista”.
El director del CNEURO adelanta que, a la par de su trabajo con el equipo de investigadores de Canadá con el que rastrean posibles afectaciones por neurotoxinas, “en los próximos meses vamos a continuar insistiendo en la necesidad de un diálogo”, no solo con las instituciones e investigadores estadounidenses, sino con toda la comunidad científica internacional.
“En la ciencia es necesario debatir de manera seria y abierta sobre las evidencias y resultados existentes, y la realización de eventos como este demuestra que el diálogo es lo que realmente puede esclarecer lo sucedido con los diplomáticos norteamericanos en La Habana –concluye–. Investigar y debatir, esa debe ser la ruta para llegar a la verdad.”